SLIDER

Clichés

12/4/14


- Es algo entre ella y yo -dijo mirando fijamente a la persona que había interrumpido nuestra conversación para preguntar de qué hablábamos.

Su forma brusca y seca, algo borde y su mirada de "no te metas donde no te llaman" me heló la piel. No me heló la piel porque me hubiera sentido amenazada, me heló la piel porque entendí porqué lo había hecho, entendí porqué había reaccionado de esa manera. Lo había hecho porque, a pesar de que nuestra conversación no versaba sobre nada íntimo, para nosotras aquello sí lo era, era algo nuestro, una especie de juego entre una pareja. Salvo que nosotras no éramos una pareja, apenas nos conocíamos desde hacía unas semanas y apenas habíamos intercambiado algunas palabras, al principio más por cortesía que por verdadero interés, pero con el tiempo fue diferente. Yo le gustaba y ella, estaba claro, me gustaba. Así al verla ahí, tan altanera y preocupada de que un tercero invadiera nuestro espacio, nuestra intimidad, nuestra complicidad; defendiendo lo que le importaba hasta el punto de encenderse de furia, me causaba un tremendo sentimiento de amor que pocas veces, o más bien nunca, había sentido.

No os confundáis, yo he sentido amor muchas veces, pero admitámoslo, todos hemos tenido, tenemos o tendremos lo que se llama "el amor verdadero". Ese amor que te hace sentir vivo de nuevo, querer correr por una playa desierta con la luz del atardecer en tu cara o hasta saltar en paracaídas de un avión, ninguna adrenalina es comparada a la de ese amor, cuando esa persona te mira. Pero no una mirada cualquiera, una mirada de "sé que me deseas, y yo a ti también". Esa mirada es la que mata, porque en realidad te para el corazón por un milisegundo y estás muerto. 

Pues ese es el amor que siento por ella, no es el primer amor, ese que todos dicen "no olvidarás" y en realidad, no sé en vuestro caso, pero mi primer amor lo tengo que tener en algún cajón de mi memoria cerrado con candado. O en una cuenta en un banco de Suiza, ahí últimamente se guardan muchas cosas, puede estar ahí. El caso es que existen muchos tipos de amor y éste varía no solo en tipos sino en personas y luego en culturas, sexos y edades. No es lo mismo el amor de tus veinte que al amor de tus cincuenta. Sin duda no es lo mismo en un país más liberal que en otro más "conservador" por usar una palabra que no ofenda a nadie. Aunque siempre hay gente que se ofende por todo, qué le vamos a hacer. Pues volviendo a ella, a mi hermosa veinteañera de pelo castaño claro y ojos miel, a ella la quiero en una forma tan extraña que no sabría describirlo, aún. Lo que sí sé es que ella ha calado hondo, me ha dejado huella y no creo que salga de ahí, de mis pensamientos, en mucho tiempo. Aunque ella se marche, aunque me marche yo, ella seguirá ahí porque yo la quiero tanto que quiero que siga ahí. Se lo merece. Y se merece mi sonrisa cada vez que la recuerdo.

Y ahora hemos vuelto a hablar, el tercero en discordia se ha ido tan asustado que ha cerrado la puerta con llave. Obviamente esto no es literal, no hay ninguna puerta cerca de nosotras, pero quiero decir que no nos molestará más. Pero ahora, a diferencia de antes, me habla más bajo, casi en susurros y me mira directamente a los ojos cuando lo hace. El corazón se me acelera, no quiero que me bese. Suena raro, pero estropearía el momento, quiero alargarlo más, quiero seguir con la charla, con el tonteo, con las indirectas y con las miradas que esconden pensamientos de lo más libidinosos y a la vez hermosos. El beso lo estropearía todo porque después del beso nunca hay marcha atrás, siempre hay "tenemos que hablar de lo que pasó" y entraríamos en una discusión, obviamente no como se entiende últimamente discusión, me refiero solo a un intercambio de opiniones sobre a dónde debe dirigirse nuestra relación, una especie de debate. Pero no me gusta usar esa palabra porque me recuerda a los programas "rosa" donde debaten sobre la vida de los demás y parecen cabras balando. Así que el beso lo estropearía todo porque yo no quiero pasar por esas discusiones, tener una relación amorosa con ella, osea, de pareja, sería increíble y a la vez dañina. Ella no es una chica cualquiera de mi ciudad, vive fuera y solo estará aquí por unos meses y no quiero, me niego, a pensar en ella y en mí viviendo separadas hablando por teléfono diciéndonos lo mucho que nos echamos de menos y nos queremos. Eso sí que mata. Y tampoco quiero que quede en una simple aventurilla de verano (en realidad es invierno, pero las aventuras siempre se relacionan con el verano) así que no me siento preparada para tener esa conversación y giro disimuladamente la cara, mirando el papel que sujeto entre mis manos.

Es una traducción bastante mediocre que hice la noche anterior mientras, cómo no, pensaba en ella y oía música. Y estaba tan interesada en corregir mis fallos como en caminar descalza por las brasas de una hoguera. No porque no quisiera aprender, sino porque tampoco era el momento de ponernos intelectuales, era un momento de esos que otros (celosos y envidiosos) llamarían "empalagosos" o "cursis" y los más homófobos directamente de "asqueroso", como si las lenguas entendieran de condiciones sexuales para ser más o menos asquerosas, un beso es un beso sea entre las personas que sea. Y nosotras finalmente nos besamos cuando aparté la mirada de mis papeles y volví a fijarla en ella, apenas sin tiempo para reaccionar. Me besó tiernamente en la comisura de los labios y no se apartó, esperando mi respuesta que tardó en llegar. Todavía tenía miedo "del después", pero "el presente" pudo más y me lancé a la piscina. 

Labios de fresa, sabor de amor, pulpa de la fruta de la pasión, es el sabor tu amor... Parecerá cutre (lo es) tanto como muchas otras cosas en mi vida, pero esa era la canción que resonaba en mi cabeza mientras la besaba y su lengua, fría y con un toque precisamente a maracuyá allanaba la mía sin orden de registro. ¿Veis? Esa es otra referencia a lo cutre que os decía que soy, no puedo evitarlo, mis comparaciones suenan más graciosas en mi cabeza, pero la de la canción en cierto modo era cierta: su sabor a la fruta de la pasión a causa de un batido que nos acabábamos de tomar en una cafetería veinte minutos antes (yo lo pedí de mango) y su pintalabios rojo eran exactamente lo que cantaba Danza Invisible allá en el 88 cuando yo aún no había nacido.

Y como me temía, al separarme de ella su mirada había cambiado, no sabía distinguir qué sentimiento expresaba ahora. Yo esperaba ver un brillo de amor y alegría, pero vi tristeza, angustia. Y durante los diez o quizás más segundos que duró aquella mirada, volvió a helarme la sangre. Y esta vez sí que era algo malo. Pero como quien finge que no te ve por la calle porque no le apetece parar a saludarte o finge un malestar para no acudir a una cita, ella fingió que se acababa de acordar de algo importante y que tenía que irse, solo porque no le apetecía tener esa conversación conmigo, ya sabéis la conversación. 
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