SLIDER

Reto: ¡Yo escribo! - Recopilación

26/2/16

¡El reto ha terminado! Después de medio año publicando las diferentes respuestas a las ocho preguntas que contiene el reto, por fin, lo acabé hace unos días. Y después de acabarlo pensé que sería buena idea recopilar las ocho entradas en una, para que sea más fácil su búsqueda en el blog. Aunque con pinchar en la etiqueta que creé para el reto podría valer. Aún así, me hizo ilusión reunirlo todo en una entrada, por si se os ha escapado leer alguna.


¿Tú también quieres hacer el reto? Pincha aquí para acceder al blog de Eleazar Writes donde encontrarás las ocho preguntas del reto sobre el oficio del escritor.

La tercera pregunta la edité recientemente para añadir unas imágenes de mi escritorio donde escribo estas entradas y muchas novelas (bueno, también escribo en la cama jajaja).

Baile de lenguas - Capítulo 3: Belly dance

22/2/16


Nos fundimos en un perfecto baile de lenguas que se prolongó varios minutos en los que nuestras manos habían atrapado el rostro del otro. Seguíamos sentados el uno al lado del otro, pero nuestros cuerpos se habían girado para estar cara a cara y poder seguir besándonos. 

Ese beso estaba siendo el mejor beso de mi vida, sin duda. En mis veinticinco años, no había tenido tantas experiencias sexuales como otras de mis amigas o compañeras de baile. El ballet nos exigía muchas horas de entrenamiento, y yo quería que mis actuaciones fueran perfectas, para que me dieran mejores papeles, para poder debutar en los mejores teatros del país, así que supongo que siempre me excusé en eso. Pero nunca me dieron envidia las demás chicas de mi edad, que ya contaban con varias ex parejas y que se encontraban experimentando todo tipo de prácticas sexuales.

Pero de pronto, ese beso despertó en mi un deseo carnal más allá de lo que había sentido antes. No se trataba de una simple excitación sexual y el consiguiente deseo de saciar esa fogosidad. Se trataba de un cosquilleo en el estómago, de un escalofrío por mi espalda, de toda la piel de mi cuerpo erizada y de mi corazón revolucionado. Aquello era algo, sin duda, mágico y extraño para mí.

Quería seguir experimentando esas nuevas sensaciones, estudiar cómo me hacían sentir y dejarme llevar, al fin y al cabo éramos dos jóvenes solteros que se gustaban mutuamente. Pero estaba asustada, no era virgen ni mucho menos, pero tampoco tenía la confianza en mí misma suficiente a lo que las artes amatorias se refiere, como para querer pasar a la acción tan pronto. Así que me separé de los labios de Yago.

Pude notar en sus ojos que el también me deseaba, y fue bastante halagador sentirse así. En ese momento tuve miedo de que me pidiera que fuéramos a mi habitación, o, más vergonzoso aún, que me preguntara si tenía algún preservativo o sacara él uno suyo. Pero, al contrario de lo que pensaba, pasó su mano por encima de mis hombros y me acarició cariñosamente el antebrazo.

—¿Estás bien? —preguntó cuando ya llevábamos un rato así, pero sin dejar de acariciarme.

—Sí, es solo que... —tomé aire y continué— hacía bastante tiempo que no besaba a un hombre.

—No tienes nada de qué avergonzarte, yo nunca he besado a un hombre —respondió entre risas y yo dejé escapar una carcajada nerviosa. Hubo otro momento de silencio y luego continuó—. También hacía bastante tiempo que yo no besaba a una mujer —me confesó mientras entrelazaba sus dedos con los míos, ahora mucho más serio.

—¿Cómo es que un chico tan guapo no tiene novia? —pregunté insegura de querer saber la respuesta.

—Bueno, entre los estudios y el entrenamiento, me queda poco tiempo para novias. La última chica con la que estuve fue hace dos años, no ocurrió nada para que nos separáramos, simplemente nos dimos cuenta de que no estábamos hechos el uno para el otro... y se acabó.

Su respuesta no me había hecho sentir tan incómoda como pensaba que me sentiría y continuamos hablando. Me dijo que estudiaba un grado en Comunicación y que su sueño era ser corresponsal en algún país donde poder vivir indefinidamente, su sueño era Nueva York, donde podía seguir formándose como bailarín a la vez que trabajaba. 

Yo había vivido allí por unos meses después de ganar diez mil euros en una de las competiciones. Me había enterado de que el profesor Angelo Taccola, uno de los mejores y más brillantes bailarines de ballet del mundo, ofrecía una clase magistral dentro del curso de otra gran bailarina, retirada desde hacía años, Yana Dimasi, y no dudé en apuntarme y viajar hasta allí. 

Mi historia había emocionado a Yago, al que le había sorprendido mi larga formación como bailarina. Él solo llevaba unos pocos años bailando, sin tomárselo en serio, y desde hacía un año trabajaba con Gala y había ganado varios premios desde entonces. Sin duda, su talento era innato, aunque también le llevara algo de práctica y ensayos. Entonces fue cuando le pregunté acerca de porqué había dicho que yo era una leyenda.

—Como sabes, mi pareja de baile es Gala, y ella está especializada en más bailes que yo, como el ballet. Y siempre me pide ayuda para ensayar. Entonces fue cuando me habló de ti.

—¿Gala, te ha hablado de mí? —pregunté con asombro e incredulidad.

—Bueno, sí, no exactamente... En realidad yo comencé preguntando por ti a raíz de uno de sus comentarios. Dijo que tenía que ganarte en la próxima competición, que no podía dejar que la avergonzaras de nuevo, así que yo empecé a preguntar porque tenía curiosidad. 

—¿Y qué te decía de mí? —volví a preguntar todavía asombrada por el impacto que, sin saberlo, había causado en Gala.

—No mucho, solo que eras mejor que ella y que quería ganarte. Gala es una chica muy orgullosa. Así que empecé a preguntarle a otras personas, profesores y compañeros. Todos recordaban tu nombre, todos me decían que tenía que buscarte en Internet para entenderlo porque tu dominio del ballet era superior a lo que ellos mismos habían estudiado —me sonrojé al escuchar esas palabras y me emocioné al sentir que había gente que seguía acordándose de mí y con tan buena impresión.

—¿Y lo hiciste? ¿buscaste vídeos míos en Internet? —demandé algo avergonzada.

—Así es —afirmó él mientras asentía con la cabeza— y desde entonces quedé maravillado con tu técnica tan precisa, con movimientos tan ágiles, rápidos y estudiados. Por eso, cuando me dijiste que eras bailarina y que te llamabas Sabina, te dije que eras una leyenda, porque para mí lo eres. Además, con tu repentina ausencia, que ahora entiendo perfectamente, todos se preguntaban qué había sido de ti y la curiosidad creció más y más en mí —confesó mientras me dedicaba una sonrisa.

Esa noche continuamos hablando hasta casi las dos y media de la madrugada. Me contó que la otra noche había ganado la competición y que, en dos días, sería la semifinal. Esa noche había salido con sus amigos en una especie de ritual de la buena suerte que tiene que quedó interrumpido por mí. Reímos ante la posibilidad de haberle estropeado su tradición y el bromeó diciendo que si ganaba, podría considerarme su nuevo talismán de la buena suerte.

—Sabina —dijo él atrapando aún más mi atención— ha sido una noche estupenda, pero ya es tarde y mañana tengo clase. Si te parece bien voy a llamar a un taxi —dijo mientras sacaba su móvil de su bolsillo.

Tuve ganas de retenerlo, de volver a besarlo y pedirle que se quedara a dormir conmigo esa noche. Pero no podía pedirle eso, y tenía razón, era tarde y debía descansar. Seguramente él también esperaba que yo lo invitara a quedarse, lo pude notar mientras jugaba con su móvil en las manos sin llegar a desbloquear la pantalla para hacer la llamada.

—Sí, ha sido una noche genial. Espero que pueda repetirse —dije yo sonriendo y él me devolvió la sonrisa.

Después de eso, desbloqueó el teléfono y marcó el número de un taxi. Le ayudé con la dirección de mi casa para que pudiera indicarle a la señorita que atendía las llamadas a dónde debía dirigirse el taxi. La mujer le señaló que en unos diez minutos llegaría el coche y él colgó después de darle las gracias.

—Puedes apuntar mi número de teléfono —dije yo, él me dedicó una mirada de esperanza, quizás pensaba que yo no quería volver a saber nada de él por haber aceptado tan rápido que fuera o por no haberlo impedido. Asintió y yo le dicté los ocho dígitos que componían mi número de teléfono.

—¡Apuntado! —dijo él mientras me guardaba como nuevo contacto— Quizás debería de bajar ya, por si llega el taxista y no ve a nadie.

—Bien visto, te acompaño —comenté mientras me ponía en pie.

—De eso nada, no voy a dejar que bajes y subas tantas escaleras por mí —añadió él, como si yo estuviera inválida. Su respuesta me enterneció, pero su preocupación no era necesaria, aun así, acepté.

—Está bien, te estaré observando desde la ventana —dije entre risas y él también rió—. Espero que podamos volver a vernos algún día —añadí tímidamente.

—Yo también lo espero —dijo acercándose hacia mí para darme un abrazo.

Yago era un poco más alto que yo, no demasiado, y mi cabeza quedaba perfectamente apoyada en su hombro donde podía sentir su calor y oler su perfume. Sonreí instintivamente y él pasó su mano por mi pelo tiernamente, pasando sus dedos entre mis cabellos. Estuvimos así unos dos minutos o quizás más, y luego nos separamos.

Él caminó por delante de mí en dirección a la puerta, la abrió y se situó delante de mí, me dedicó otra sonrisa y nos despedimos con un gesto de la mano, sin decirnos nada más, pues las palabras no eran necesarias. Cuando terminó de bajar las escaleras y le perdí de vista, cerré la puerta y fui corriendo hacia la ventana de la cocina que tenía una vista perfecta de la calle.

Desde ahí pude ver cómo salía a la calle, estaba empezando a llover y hacía mucho frío, me dio pena porque él apenas llevaba abrigo, pero el taxi llegó a los pocos segundos de que él hubiese bajado, y, antes de subirse, miró hacia arriba donde sabía que me iba a encontrar y se volvió a despedir. Seguí el coche con la vista y cuando desapareció entre las calles, sentí un profundo vacío en el pecho. Una parte de mí sabía que era lo mejor, pero otra, deseaba no haberlo dejado escapar esa noche.

Esa noche me puse un pijama de lo más abrigado y me metí en la cama mientras escuchaba la lluvia caer sobre el tejado. También se podían escuchar algunos truenos a lo lejos y no me dejaban pegar ojo. Entre mis nervios y mi emoción por lo que había pasado esa noche y la tormenta, estaba un poco inquieta y no podía conciliar el sueño. Entonces un pequeño destello de luz intermitente me alertó y me giré en busca de esa luz. Era mi teléfono móvil que lo había dejando cargando sobre la mesita de noche. Encendí la pantalla para ver qué era y vi un mensaje de un número desconocido:

«Ya estoy en casa, sano y salvo. Espero que tengas dulces sueños, gracias por la agradable conversación, hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien. Espero que haya próxima vez. Un beso, Yago».

Abrí el mensaje y me dispuse a contestarle.

«La habrá, ahora ya tengo tu número, así que te llamaré, ¿ok? Buenas noches.» respondí yo y el mandó un corazón gigante. Esa noche dormí con una sonrisa enorme en la cara, con la esperanza de volver a ver a Yago pronto y con las ilusiones renovadas. No sé qué me estaba haciendo ese chico, pero me gustaba cómo me sentía y descubrí que era nuevo a lo que había vivido antes. 

A la mañana siguiente me levanté a las seis de la mañana, como acostumbro desde que tengo trabajo. Me preparé una taza de chocolate caliente y unas tostadas como desayuno, luego pasé un largo rato frente al armario pensando en qué ponerme y finalmente me decidí por un vestido azul marino de manga francesa, sin escote y que me llegaba por las rodillas. Me había olvidado completamente de ese vestido, era muy sobrio, pero me gustaba la figura que me hacía. Y, alrededor de las siete y cuarto, salí de casa y me dirigí al coche.

Mientras conducía comenzó a sonar mi teléfono móvil. No pude cogerlo porque estaba conduciendo así que dejé que sonara. De mi casa al trabajo tardaba unos veinticinco minutos y en ese tiempo, el móvil había sonado otras dos veces. No sabía quién podía ser, pero me era imposible cogerlo para mirar la pantalla. No fue hasta que estuve delante de la empresa y pude aparcar que miré el móvil.

Las tres llamadas perdidas eran de mi jefe y tuve un mal presentimiento. Usualmente no me llamaba, a no ser que quisiera que empezara a trabajar antes por alguna emergencia. Pero sabiendo que en unos minutos empezaba mi jornada de trabajo, no entendía porqué me había llamado. Tres veces.

Mi trabajo no me gustaba mucho y apenas me relacionaba con mis compañeros, pero lo hacía bien y nunca recibí ninguna queja. Al menos tenía con qué pagar las facturas y era una distracción. La empresa tenía dos plantas, la puerta principal era de cristal y se podía ser el naranja con el que estaban pintadas las paredes desde fuera, al igual que el logotipo de la empresa, que era enorme. 

Honestamente, odiaba ese color para las paredes, era demasiado llamativo. Al entrar por la puerta, me encontré con varias compañeras recogiendo sus cosas. Eso disparó las alarmas y empecé a preocuparme por mi trabajo. 

Subí por el ascensor, aunque solo me separara una planta de mi jefe, no quería forzar la pierna innecesariamente. Caminé hasta el despacho de Artie, su nombre es Arturo, pero Artie dice que suena más exótico y le gusta más. Toqué en la puerta y escuché que Artie me invitaba a pasar. Entré y, cuando me vio la cara, se puso pálido. Me pidió que me sentara y entonces me lo dijo.

—Estamos haciendo recorte de personal y, lo sentimos mucho Sabina, pero tenemos que prescindir de ti —dijo Artie sin mover un músculo de la cara, como un robot.

Me levanté de la silla. Estreché su mano y sonreí con cortesía. Fingí que lo entendía y que no pasaba nada y caminé de nuevo hasta el ascensor. No quise preguntar porqué, en el fondo lo sabía, yo no estaba cualificada para el trabajo y lo había conseguido gracias a Mari. Imagino que Artie prefirió a los empleados con formación antes que a mí. Así que lo entendía, pero me frustraba, porque ya me había acostumbrado a la estabilidad económica que me aportaba mi trabajo y a mi rutina. Y ahora tenía que dejar atrás esa seguridad y comodidad y lanzarme de nuevo en la dura búsqueda de trabajo.

Tuve ganas de llorar durante todo el trayecto hasta mi casa. No estaba triste ni dolida, quizás enfadada, pero ni siquiera con Artie, sino con la situación en general. Y esa rabia e impotencia era lo que me hacía querer llorar, pero no lo hice. Simplemente abrí la pequeña terraza del salón y dejé que la brisa de aire fresco agitara mi pelo. Inspiré varias veces y me relajé viendo la ciudad desde mi ático. 

Cuando me aburrí, volví adentro, mucho más relajada. Me senté en el sofá y vi un libro que había dejado a la mitad hacía tiempo. Lo cogí y tuve que releer las últimas páginas para acordarme de lo que había pasado. Continué devorando el libro y no fue hasta que escuché a los hijos de mis vecinos, de unos siete u ocho años, jugando escandalosamente en el pasillo del piso inferior, que miré el reloj y me di cuenta de la hora que era. Eran las dos y media de la tarde, los niños acababan de regresar del colegio y yo me había pasado toda la mañana inmersa en la historia del libro.

Me sorprendí de mi capacidad de abstracción. Normalmente, como llego tarde de trabajar, no tengo apenas tiempo para ponerme a leer porque tengo que cenar y hacer otras cosas más importantes, y al final cae la noche y caigo rendida en la cama. Pero ahora que me habían despedido, me propuse volver a distraerme con la lectura, la fotografía, u otra de mis aficiones recientes. Al menos en el tiempo que tardara en encontrar un nuevo trabajo. 

Me levanté del sofá con mucha hambre y, como no me apetecía nada cocinar, pedí comida a domicilio. Mientras la comida llegaba decidí que sería buena idea empezar a hacer limpieza a fondo y comencé reorganizando todos los documentos que tenía en mi habitación. Habían muchos recuerdos de mi época de bailarina, fotografías en grupo después de las actuaciones, y, lo que guardaba con más cariño, un pedazo de mi primer tutú.

Cuando crecí y el tutú dejó de servirme, mi madre lo guardó en una caja con el resto de mis cosas. Y años después, cuando me vine a vivir a esta casa, a mi madre se le ocurrió que podía ser buena idea llevarme conmigo un trozo de aquella prenda. Y cortamos un rectángulo pequeño, pero que en seguida cobró mucha importancia para mí. 

Seguí con mis cosas, amontonando las que eran para tirar y volviendo a guardar, después de ordenar, las que quería quedarme. Cuando terminé con aquellos papeles tocaron el timbre y salí de prisa de mi habitación. Ya estaban allí mis tallarines con verduras, le pagué al repartidor y me senté a la mesa. Tenía por costumbre no ver televisión ni chatear por el móvil mientras comía, pero quería comprobar si tenía algún nuevo mensaje y, cuando el vi el nombre de Yago, dejé de comer para contestarle.

«Sí, estoy libre. ¿Esta tarde a las ocho te parece bien?» fue mi respuesta a su pregunta de si estaba libre esta tarde para quedar a tomar algo. Hacía varios minutos desde la última vez que se había conectado, supuse que a lo mejor tardaría un poco en responderme y seguí comiendo.

Cuando terminé de comer, Yago seguía sin contestar. Lavé los platos y limpié toda la cocina, continué por el baño y luego mi habitación y el salón, que era lo menos desordenado o sucio. En ese momento pude ver que el sol ya se estaba poniendo, era invierno y empezaba a oscurecer muy pronto, de todas formas, eran cerca de las seis y cuarto de la tarde y Yago aún no había contestado. 

No quería desesperarme ni ponerme nerviosa, sabía que era probable que estuviera entrenando y durante los ensayos no hay tiempo para nada, solo hay pequeñas pausas para beber agua o ir al baño. Además, si su academia era como la mía, los profesores obligaban a mantener todos los aparatos eléctricos apagados dentro de una taquilla.

Así que mientras él entrenaba, yo me daría una ducha para empezar a prepararme para nuestra cita. En caso de que finalmente me respondiera, pero no quería pensar lo contrario porque me hacía mucha ilusión que Yago me hubiese invitado a salir. 

En las dos ocasiones en las que me había visto, no iba arreglada. La primera fue la noche en la que se cumplía un año de mi accidente y, como no había tenido ganas de ir, había ido muy sencilla; y, la segunda, había ido con la ropa que llevaba al trabajo, así que esa noche quería que me viese vestida para él. 

Después de secarme el pelo y hacerme unas pequeñas ondas, me maquillé ligeramente, que no se notara demasiado, pero hice especial hincapié en mis ojos. Luego caminé hacia el armario y comenzó mi tortura, nunca sabía qué ponerme. Deseché varios vestidos y faldas, tampoco quería llevar pantalones y camiseta, y de pronto vi un pequeño pantalón negro que podría acompañar de unas medias transparentes y que combinaba con una blusa turquesa y negra. Me gustó el conjunto, Yago vería por primera vez mis piernas, pero no se notarían mis cicatrices del accidente que era algo que me acomplejaba, e iría cómoda con la blusa y un abrigo de lana color gris oscuro encima.

No me olvidé de ponerme algo de perfume y elegí unos zapatos planos, ya que no sabía si iríamos a caminar mucho o no, y no quería sufrir con los odiosos zapatos de tacón. Podría pensarse que una bailarina de ballet profesional, capaz de soportar todo su peso sobre los dedos de sus pies, soportaría diez centímetros de tacón de aguja. Pero no, ni siquiera antes del accidente era capaz de aguantarlos demasiado. Y yo ya era alta sin ellos, quizás hasta fuese más alta que Yago con ellos, así que no los vi necesarios.

Los minutos pasaron y por fin sonó mi móvil en forma de llamada. Era él.

—¿Diga? —pregunté haciéndome la interesante.

—Sabina, soy Yago, perdóname pero estaba en el entrenamiento —Su voz sonaba agitada, como si acabara de terminar de bailar ahora mismo—. Estaré listo a las ocho, ¿te recojo o quedamos en un lugar en concreto?

—Podríamos quedar en los cines que hay cerca de tu academia, ¿los conoces? —pregunté yo mientras seguía escuchando su respiración agitada.

—Sí, sé donde están. Entonces nos vemos ahí en un ratito, ¿vale? —respondió mucho más calmado.

—Sí, en un ratito —repetí yo y nos despedimos.

No me apuré en salir de casa porque todavía quedaba como una hora y media, preparé mi bolso para salir y cogí las llaves del coche. Cuando llegué los cines seguían abiertos y recordé que tenían unos aparcamientos subterráneos, así que entré en ellos y subí andando a la calle por una escalera lateral. Miré el reloj y todavía quedaban unos cuarenta minutos para que él llegara, me recorrí la zona para hacer tiempo y de pronto lo vi acercarse, aunque él no me había visto todavía a mí.

Llevaba unos pantalones vaqueros, una camisa de cuadros estilo leñador de color rojo, una chaqueta verde militar y unas zapatillas modernas de color negro. Iba impecablemente bien vestido, se notaba que el también había tenido en cuenta la importancia de la cita y que se había vestido para mí, se había arreglado pensando en gustarme y ahora lo tenía en frente, a unos pocos metros. Me saludó con la mano y le correspondí el gesto, yo también avancé unos pasos y en unos pocos segundos le tuve cara a cara.

—¡Estás muy guapa! —exclamó haciéndome sonrojar, no lo decía con sorpresa, sino como algo que él ya sabía, pero que quería recalcar.

—Gracias, tú también... ¿qué tal tu día? —pregunté poniéndome a su lado y cogiéndole del brazo para comenzar a caminar a su lado.

—Bueno, las clases han estado bien, pero, en los entrenamientos, tuve un pequeño problema con Gala —dijo él carraspeando un poco—. No quiero que ella sea un obstáculo entre nosotros dos, pero te guarda un rencor que no entiendo, y, cuando tu nombre apareció en la pantalla de mi móvil, comenzó a hacer preguntas y empezamos a discutir. 

—La verdad es que me sorprende porque yo a ella apenas la recuerdo —dije yo—. Yo tampoco quiero que se convierta en un problema entre nosotros, pero es tu compañera de baile y solo queda un día para la semifinal.

—¿Qué se te ocurre que podemos hacer? —preguntó él atrapando mi mano en la suya y entrelazando nuestros dedos.

—Bueno, de momento seguir conociéndonos y mantener nuestros móviles alejados de Gala —respondí entre risas y él también se rió, aunque se le notaba realmente preocupado—. Si fuera necesario quiero que sepas que puedes contar conmigo para que hable con ella, no quiero que mi pasado te perjudique en las competiciones. ¿Ella sabe que ya no estoy dentro del mundo del baile? —le pregunté.

—No, no creo que sepa nada —respondió dubitativo— pero es posible, ¿por qué?

—Cuéntaselo. Dile todo lo del accidente y de que no puedo volver a bailar. Si lo que está es obsesionada con ganarme, quizás eso la haga calmarse. 

—No me parece bien que para hacerla sentir mejor, tenga que contarle tu  accidente, ¿quién se alegra con las desgracias ajenas? Pero lo haré si la situación empeorara. Gracias —respondió aliviado, y seguimos paseando.

El cine estaba lleno de gente de todas las edades, y nos entraron ganas de ver una película. Elegimos una que parecía que trataba del Antiguo Egipto, no porque nos llamara la atención, sino porque era la primera que empezaba y no queríamos esperar. La película empezó a los pocos minutos de comprar las entradas y la vimos sentados desde las últimas filas. Durante toda la película, en la que la protagonista era una gran bailarina, Yago no soltó mi mano.

La bailarina seducía al hombre con un baile de vientre, era la danza de los siete velos, y verlo fue precioso. Ese tipo de danza era de lo que menos había practicado, aunque en los últimos años se ha popularizado tanto que tomé algunas clases. 

Cuando la película acabó y salimos del cine, los centros de alrededor habían cerrado ya. Pensamos en ir a cenar a algún lugar romántico, pero, al ir a buscar mi coche, nos encontramos con todo cerrado. Y con un cartel que ponía que cerraban a las diez. Y eran las diez y media.

Yago había ido caminando desde la academia hasta los cines, y su coche seguía aparcado allí. Así que nos fuimos caminando, pero enfadada conmigo misma por no haber visto el cartel. Cuando llegamos a la academia, Yago sacó del bolsillo trasero de su pantalón, unas llaves que no eran las de un coche y me señaló la puerta de la academia.

—Nos las dan cuando las semifinales están tan cerca, para que podamos ensayar a la hora que queramos —dijo sosteniendo las llaves en el aire para que las viera.

Yo sonreí ante la idea y antes de que pudiera decir nada, a favor o en contra, Yago ya había abierto la gran puerta de aluminio. Me sorprendió la amplitud del lugar, en las academias que he visitado la mayoría de pasillos son estrechos, pero no en esta. Me adentré y curioseé los nombres de las salas, que normalmente llevaban nombres de famosos bailarines.

Yago estiró su mano para que yo pudiera cogerla y me llevó por un largo pasillo donde habían varias salas, pero eso no era lo que le interesaba. Sabía donde quería llevarme y me estaba poniendo muy nerviosa. Y finalmente, ahí estábamos, frente al escenario donde se llevaban a cabo las competiciones.

Bajamos las escaleras pasando al lado de las butacas y subimos al escenario. Todo estaba a oscuras y no había música, pero Yago dijo que podía arreglarlo y de pronto se perdió. No vi hacia donde se había ido y me quedé sobre el escenario, esperando. De pronto los focos me cegaron y vi su silueta bajar corriendo las escaleras y volver hacia mí.

—Paso mucho tiempo aquí —dijo—. Sé dónde están las luces y la música.

—¿Qué música? —pregunté yo, porque no se oía nada.

—Tarda unos segundos, tú déjate llevar —respondió pegando su cuerpo contra el mío.

Le hice caso y me dejé llevar, me quité mi abrigo y lo dejé caer al suelo, mientras él y yo nos volvíamos a juntar. La música empezó a sonar en el momento exacto en el que nuestras manos se tocaron, era un hilo musical típico de la danza del vientre y no pude evitar reírme inmediatamente. Continué bailando pegada a él, moviendo tan solo mis pies y ligeramente mis caderas. Poco a poco el ritmo de la música crecía y me separé un poco de él, sin soltar sus manos, para hacer algunos movimientos de cadera típicos de esta danza.

No estoy segura de cuánto duró la canción, pero acabamos algo sudados y cansados y, de repente, Yago se acercó a mí y me besó. Primero fue un contacto de nuestros labios y luego ambos abrimos nuestras bocas, dejando paso a nuestras lenguas desesperadas por unirse de nuevo. Sin dejar de besarme, Yago se agachó un poco, me agarró por la cintura y me levantó del suelo, yo le rodeé con mis piernas y continuamos besándonos unos segundos más.

—Aquí tengo mi camerino, pero no me parece lo más adecuado, ¿te parece si te llevo a mi casa? —preguntó sosteniendo mi peso con sus manos.

—Está bien —respondí, sin tiempo para pensar como lo tuve en mi casa, sin tiempo para echarme hacia atrás por mis miedos e inseguridades.

Salimos del local cogidos de la mano y entramos en su coche.

Reto 5 líneas de febrero: Una tarde en Nueva York

20/2/16


¡Hola hola! Cómo ya es costumbre por aquí, hoy os traigo otro mes más el reto 5 líneas de Adella Brac que consiste en crear una historia de 5 líneas con 3 palabras diferentes. Las 3 palabras de este mes han sido: ven, persona y vaporosos. 

La temperatura era tan baja que me divertía viendo los alientos vaporosos de cada persona que pasaba a mi alrededor, era como si exhalaran humo de un cigarrillo, solo que no estaban fumando. Yo seguía paseando por las calles de Nueva York cuando alguien tiró de mi bolso. «¡Ey tú, ven aquí!» grité desesperada, pero el ladrón se perdió entre la multitud. Afortunadamente me acababa de comprar el bolso por 2 dólares y dentro solo había plástico y papel de periódico como relleno.

¿Os ha gustado el microrrelato de hoy? Recordad que el lunes hay tercer capítulo de Baile de lenguas, estoy muy emocionada con la historia, ojalá os pongáis al día con los dos capítulos anteriores y me comentéis qué pensáis sobre la historia y los personajes.

Plot a twist! de febrero - Los hermanos Anori

17/2/16

¡Hola hola! ¿Os acordáis del reto Plot a twist que organiza el blog Eleazar Writes? Es el mismo blog donde conocí el reto ¡Yo escribo! que acabé a principios de este mes. Este reto tiene una duración de 6 meses ya que consiste en publicar, cada mes, un relato inspirado en cualquiera de las 3 opciones que la autora nos facilita: una imagen, una frase o una canción. Para el mes de enero elegí inspirarme en la imagen y creé el relato Los últimos latidos de Faviola que más tarde convertiré en relato largo o novela. Y este mes, como soy muy cabezota, he encontrado una fantástica relación entre las tres opciones y he creado un relato mientras escuchaba la canción de fondo y miraba la imagen y la frase la he escogido para que sea el detonante del principio del relato.

La frase → Te despiertas gritando en medio de la noche.
La imagen → Aquí.
La canción → Aquí.


LOS HERMANOS ANORI

Me desperté gritando a medianoche con un mal presentimiento en el cuerpo y con la respiración agitada. Esa noche había una tormenta de nieve con vientos que superaban los 100 kilómetros por hora y sabía que ahora mismo mis dos hermanos estaban comenzando su ritual de iniciación para convertirse en hombres lobo.

Se supone que yo, la hermana mayor, no debía de ayudarles en los días previos. Y para evitar distracciones, mis hermanos llevaban dos días en el bosque, sobreviviendo como humanos hasta la luna llena, que era hoy. Pero desde niños, Singajik, Arkaluk y yo hemos tenido un vínculo especial que nos permite saber cuando uno de nosotros está en peligro.

Como yo soy la mayor de los tres, fui la primera en descubrir este vínculo con Singajik cuando él tenía cuatro años y yo seis. Sentí un escalofrío por toda mi espina dorsal y, sin querer, solté un gruñido. Luego escuché a Singajik llorando en la habitación de al lado porque se había caído intentando alcanzar un juguete. Varios años después, cuando nació Arkaluk, los dos pudimos sentir la conexión con nuestro hermano pequeño y descubrimos que para Singajik se manifestaba en forma de garras, que le crecían al mismo tiempo que se afilaban sus colmillos y el color de sus ojos se tornaba amarillo. Y Arkaluk lo descubrió cuando tenía doce años y yo tuve un pequeño accidente con la moto de nieve, describió un terrible dolor en su pierna derecha y una sensación de adrenalina que le recorrió todo el cuerpo y lo hizo estremecerse, en ese momento supimos que su conexión con nosotros era todavía más especial, pues al caerme de la moto me había hecho daño precisamente en mi pierna derecha, así que Arkaluk era capaz de sentir lo que Singajik y yo sentíamos en el momento de estar en peligro.

Por eso, para mí, despertarme en medio de la noche con un escalofrío y gritando, solo significaba una cosa: estaban en peligro. Y eso hacía ponerme más nerviosa de cara a lo que ocurriría, o debía de ocurrir, esta noche. Si Singajik y Arkaluk no lograban cambiar a su forma lobuna esta noche, era probable que nunca pudieran hacerlo, pues a medida que envejecemos nuestro poder va muriendo y acabamos con un alma de lobo encerrada en un cuerpo humano. Y si lo hacían y antes del amanecer, no volvían a su forma humana, también era probable que se quedaran como lobos el resto de sus vidas. Y eso tampoco era vida, además me angustiaba, pues en nuestra cultura está mal visto no poder controlar los cambios de forma, Singajik ya falló en su primera vez, y si mis hermanos fallaran esta noche, seríamos repudiados, los tres. Pues el honor de la familia, a pesar de ser Anori y a pesar de que yo sí controlo mis cambios, estaría manchado para siempre y tendríamos que mudarnos a otro lugar.

Me levanté de la cama y busqué mi abrigo, iría en moto hasta el bosque para intentar buscar a Singajik y Arkaluk, desobedeciendo así la norma de no interferir en su transformación. Pero primero debía de encontrarlos y no sabía donde podrían estar, solo que estaban en peligro y eso era suficiente para ponerme en marcha. Antes de salir de mi casa, miré al fondo del pasillo, donde se encontraban sus habitaciones y recé porque estuvieran bien, aunque mis instintos me decían lo contrario.

Tomé aire antes de abrir la primera puerta y ser empujada por una gran corriente de aire gélido. Logré dar un paso y salir, pero todavía quedaba otra puerta, la que me separaba de la tormenta. En esta zona de Groenlandia suelen congelarse las puertas todo el año y en pocos segundos, así que al construir la casa, mi padre hizo dos, por si una se congelaba y no podíamos cerrarla.

Mi padre también tuvo en cuenta muchos detalles a la hora de construir nuestro hogar para mantener el máximo aire caliente dentro posible, aunque como lobos podíamos recorrer kilómetros con nuestro pelaje sin sentir frío, como humanos éramos más débiles y sensibles a él.

El rugido de la moto de nieve espantó a una pareja de bisontes que estaba cerca, dejé la moto cerca de los árboles donde el bosque comenzaba y me adentré en él usando mi olfato para ubicarme. Recorrí varios metros siguiendo un fuerte olor que me resultaba familiar, pero que no era el de mis hermanos y entonces pude sentir el olor a sangre y carne y empecé a correr en esa dirección.

El olor seguía sin ser el de mis hermanos, eso era buena señal, pero sí podía asegurar que la sangre era de lobo. Era inconfundible, era de nuestra raza. Seguí corriendo tanto como mis piernas de humana me lo permitieron y pronto mis pupilas vislumbraron un pelaje anaranjado en la nieve, con sangre alrededor y me acerqué lentamente, estudiando el terreno.

Entonces lo supe, sin necesidad de ver de cerca el cadáver, supe que se trataban de los musk ox. Los musk ox tienen unos cuernos con los que embisten a sus presas y con los que se defienden si se sienten atacados. Este pobre lobo que debería de estar también en su rito de iniciación, debió de enfadarlos y acabó desangrado en la nieve. 

Pero entre el característico y desagradable olor de los musk ox, pude sentir el de Singajik y Arkaluk. Y después de asegurarme de que no hubiese peligro, salí de entre los árboles y seguí el camino que habían seguido mis hermanos, vi unas huellas de botas y las identifiqué como las de Singajik y me emocioné, al menos seguían vivos y no podía ver manchas de sangre alrededor de sus huellas, eso también era otra buena señal.

Unos metros más adelante las huellas de botas cambiaron por patas y entendí que finalmente habían hecho su cambio a lobos. Los dos. Como Singajik había fallado en su primer intento de convertirse a lobo, toda nuestra raza se había reído de él y eso había afectado a Arkaluk, que se presentaba por primera vez. La única razón por la que cesaron las risas y los insultos es porque yo soy Naaja Anori, hija del gran Nilak Anori que para todos había sido un héroe en el pueblo, ya que había salvado a nuestra raza en la lucha contra otras razas, entre ellas los musk ox. La noche en la que Singajik falló su prueba yo me presenté frente al Consejo de lobos donde determinaron que por ser un Anori, y por saber que yo era una loba de gran nivel, permitirían un solo intento más. Sonreí aliviada al saber que habían logrado su transformación y que no seríamos repudiados ni desterrados. 

Y ahí estaban, las huellas de Singajik y de Arkaluk en la nieve, con sus grandes patas de lobo. Me moría por saber de qué color era su pelaje, qué tamaño tendrían y cómo sería correr con ellos en nuestra forma lobuna. Ese pensamiento me sacó otra sonrisa que enseguida se borró en cuanto llegué a un claro donde pude ver a mis hermanos frente a una manada de musk ox. 

De pronto sentí como si todo eso ya lo hubiera vivido y formara parte de un sueño, pero no era un sueño, era una pesadilla que podía volver a repetirse si no hacía nada para impedirlo, pero mis músculos no me respondían y mi mente quedó bloqueada recordando el mismo momento en el que otra manada de musk ox acababa con la vida de mis padres, Nilak y Nuiana.

Sentí el calor de dos lágrimas bajar por mi rostro y luego reaccioné, saqué lentamente un cuchillo de mi bota derecha y agarré con fuerza el mango, rodeé a la manada sin acercarme demasiado porque podrían olerme, si es que no lo habían hecho ya. Me situé justo detrás del que estaba más próximo a mis hermanos, y esperé a ver qué pasaba. No era tonta, estaba en desventaja, y quería asegurarme de que todo salía bien, por eso no podía empezar a atacar sin saber qué se disponía a hacer el que parecía el líder de la manada, aunque me daba miedo descubrirlo cuando ya fuera demasiado tarde.

Finalmente el musk ox se dio por vencido y empezó a caminar sin volver la vista atrás, entendió que ni Singajik ni Arkaluk eran un peligro y prefirió evitar una pelea innecesaria. Los pobres todavía eran unos cachorros. Al líder le siguió el resto de la manada, que en unos pocos metros dejaron de verse a causa de la niebla. 

Respiré hondo y metí mi cuchillo de nuevo en la bota, y antes de poder volver a levantar la cabeza, sentí un gran lametón en la cara. 

—Hey Sin, ¡felicidades! —exclamé acariciándole el hocico— Te has convertido en lobo.

—¡Arka! —grité cuando el pequeño se acercó a lamerme las manos. Le acaricié la cabeza y me separé de ellos.

Cerré los ojos, me concentré y en unos segundos me había convertido en loba. Mi pelaje era gris, el de mis hermanos era blanco como la misma nieve y corrimos de vuelta a casa donde ya nos estaban esperando los lobos que formaban parte del Consejo. Seguramente mi presencia allí, en el bosque y en mi forma lobuna, no era lo que esperaban ver y el líder se decepcionó bastante cuando me vio. Pero otro hombre lobo, de unos treinta años y rubio, se acercó al líder y le dijo algo al oído. Entonces sonrieron y todos gritaron hurra, se alegraron de que tanto Singajik como Arkaluk lo hubieran conseguido y nos dejaron entrar a casa a descansar donde recuperé enseguida mi forma humana. Mis hermanos tardaron un poco más en averiguar cómo se conseguía, aunque finalmente se transformaron sin problemas antes del amanecer.

—Os espera un duro entrenamiento, chicos —dije a la mañana siguiente cuando les llevé el desayuno—. Y será duro, porque os enseñaré lo mismo que papá me enseñó a mí cuando aprendí.

Desde esa mañana mis hermanos y yo organizábamos juegos y peleas falsas donde nos pasábamos el día en nuestra forma lobuna, aprendieron a cazar, aunque nunca mataron a ningún animal, ya que saciábamos nuestra hambre como humanos y de forma totalmente vegetariana, aunque pueda sonar raro, así es cómo nos hemos alimentado siempre los Anori. Y lo más importante, aprendieron a controlar los cambios de forma y a no dejar que la luna llena les afectase controlando la agresividad que el satélite provoca en ellos. Nunca supe qué le había dicho el hombre lobo rubio al líder del Consejo, pero nunca recibí una amonestación por haber interferido en el rito de iniciación, pero supongo que simplemente alguien habría visto cómo mis hermanos se transformaron antes de que yo llegara, pues no era de extrañar que muchas veces se escondieran hombres lobo de nivel superior a vigilar las posibles trampas.

El origen de los nombres utilizados para este relato son inuits y aquí os dejo su significado:

Singajik - lobo amarillo. 
Arkaluk - hermano pequeño. 
Naaja - gaviota. 
Nilak - bloque de hielo. 
Anori - viento.
Nuiana - pequeña nube. 
Los nombres los he sacado de aquí.

¿Qué se necesita para ser feliz? - Especial San Valentín

14/2/16


Se acababa el día y todavía no había recibido ninguna felicitación de San Valentín, me había propuesto quedarme todo el día encerrada en casa para evitar seguir viendo esos molestos puestos de rosas rojas, esas parejas melosas cogidas de la mano y besándose bajo una farola. Que sí, que mis amigas y mi familia tiene razón: soy una amargada. Pero cómo no serlo. Estoy a punto de cumplir 49 años, soy lo que se llama una "cincuentona" y empiezo a desanimarme cada vez que veo a tantas parejas felices. De hecho, me siento fatal admitiéndolo, incluso para mí misma, pero me alegro cuando alguien de mí círculo de amistades se divorcia porque pienso que ya no seré la única vieja solterona.

Y bueno, tampoco me quejo por quejar, he buscado el amor hasta debajo de las piedras. Pero parece que para mí no se creó un alma gemela, esa persona que conoces y hace que se pare el mundo. En fin, seguiré buscando, eso siempre. Como decía mi madre: la esperanza es lo último que se pierde. Yo creo que eso tiene que ser así, que siempre debemos de mantener nuestros corazones abiertos a cualquier relación, bueno, no cualquiera, una que sepas que te va a traer alegrías. Pero mi problema viene cuando pasan los meses, el hombre en cuestión se olvida de mi existencia y poco a poco la pasión se va apagando como una pequeña vela que se va consumiendo. Y al final termina yéndose, bloqueando mi número en el teléfono y cortando todo contacto virtual o físico conmigo, como si de pronto yo tuviera la peste y fuera contagiosa. Eso es lo que más me duele de ser abandonada, no tanto el hecho de que me dejen porque entiendo que si no se sienten cómodos prefieran irse, hasta yo lo prefiero porque no estoy para perder el tiempo, ¿pero por qué tienen que actuar como si se avergonzaran de mí? ¿qué posible mal les he hecho para que hagan eso? Sigo sin entenderlo y ya ya anochecido.

A pesar de todo, me había animado a salir a dar un paseo. Sé que me voy a sentir algo incómoda, como cuando sales con una amiga y se trae al novio y se ponen a besarse delante de ti. Es incómodo, pues imaginaos toda una ciudad igual, y tú siendo de las pocas solteras y solteros. Mis amigas dicen que es una época ideal para encontrar pareja, yo pienso que no, que es la peor época. Al final todo el mundo tiene una opinión. Y cuando iba cruzando una calle, entre dos edificios, vi un letrero que ponía algo así como "¡No compres, adopta!" y la imagen de un perro que tenía toda la intención de conmover al que lo mirase. El cartel tenía una flecha que apuntaba hacia la izquierda y cuando terminé de cruzar la calle, no seguí recto como tenía previsto y continúe siguiendo la indicación del cartel, movida por un impulso desconocido.

Al final, este día no se trata solo del amor romántico, ese amor pasional y carnal que sientes por tu pareja. También se trata del amor hacia uno mismo, del que yo debía aprender un poquito más, y del amor hacia tus amigos y tu familia, a los que siempre dejaba de segundo plano cuando conocía a un hombre. Y cuando entré en el refugio de animales y vi aquellos perritos y gatitos, no pude resistirme a llevarme algunos. Me pidieron varios datos personales y me dijeron que se pasarían en unos días por mi casa a ver cómo me iba con mis nuevas mascotas. Yo me encargué de hacer las preguntas pertinentes sobre vacunas y otras cosas y finalmente volví a casa acompañada de una pareja de hermanos de dos gatos Bengala y un caniche al que sus compañeros gatunos no le hacían mucha gracia. 

Y aunque no se trataba del tipo de amor que buscaba, me sentí afortunada ese día, no solo por la compañía de estos animales, sino por darme cuenta de que un hombre no era lo que necesitaba para ser feliz. Además me sentí muy orgullosa de mí misma por darle un hogar a estos pequeños revoltosos. Y quien sabe, a lo mejor en un futuro encuentro a un hombre con el que compartir mi vida, pero de momento, mi perspectiva cambió y eso dejó de ser una prioridad. No sé cuantos años llevaba saliendo con diferentes hombres, ni tampoco sé cuanto tiempo estaré estando a gusto con mi soltería, solo sé que hoy había acabado el día de San Valentín como hacía tiempo que no lo terminaba: feliz.

Baile de lenguas - Capítulo 2: Balada

8/2/16


¿Una leyenda? La verdad es que me quedé impactada. No sabía que siguiera siendo conocida en el mundo del baile. Ese mundo es muy amplio, hay diferentes estilos y el mío era el ballet, y el de Yago la bachata. Aparte hay gente de todas partes de España, y del mundo. Yo empecé a competir a los doce y a nivel internacional a los diecisiete. Y conocí a muchísima gente, ¿cómo es posible que Yago, siendo nuevo en el mundo del baile y dedicándose a la bachata, haya oído hablar de mí que hace tiempo que dejé el baile y me dedicaba mayoritariamente al ballet? 

La verdad es que me halagaba mucho. No me había dicho que hablaran mal de mí, sino que era una leyenda. Yo pensaba que cuando una persona se alejaba de algo por tanto tiempo, dejaba de ser recordada. Yo no me creía la excepción, aunque esperaba que al menos en el mundo del ballet a nivel nacional sí se me recordara. Porque yo era buena, muy buena, pero no me creía ser tan buena como para ser… leyenda. 

Sin duda Gala pudo haber sido la causa. Ella era su compañera de baile, seguramente pasaron horas hablando y, en alguna conversación sobre ballet, habrá salido mi nombre. También es cierto que hay muchos vídeos de mis competiciones en Internet y cualquiera que me busque encontrará alguna de mis mejores noches en esos vídeos.

Yo intento no verlos, solo me recuerda lo que fui y lo que ahora no soy ni puedo ser. Todos los trofeos y medallas están en casa de mis padres, en mi antigua habitación. Ellos guardan todos esos recuerdos con cariño, a mí me parece que solo lo hacen porque echan de menos a la Sabina de hace un año. Sino, no se entendería esa afición por guardar todo lo de mi vida pasada.

—¡¡Sabi!! —escuché que gritaban mi nombre y me paré en seco. Después de que Yago me dijera que era una leyenda, seguí bailando, siguiendo la corriente de sus pasos. Me fijé en que su mirada brillaba al mirarme, pero yo seguía sumergida en mis pensamientos y me daba miedo preguntar qué me había hecho convertirme en leyenda.

Estaba mirando por encima de mi hombro para ver quien me llamaba y encontré a Dafne corriendo hacia mí. Me separé de Yago y me dijo que Mari estaba muy borracha y que nos teníamos que ir, apenas me despedí de Yago y salí afuera. Tal y como Dafne había dicho, Mari estaba completamente borracha.

Por lo visto mientras yo bailaba con Yago, Mari había ido a la barra acompañada de su amigo y había pedido varios tragos para los dos. Dafne y Ade la vigilaban por momentos, pero de pronto la perdieron de vista y el primer sitio al que fueron a buscarla fue a los baños. Mari se había encontrado mareada y había ido a los baños que estaban al fondo. Ade fue la primera que entró, seguida de Dafne, y la encontraron tirada en el suelo con fuertes temblores y escalofríos. Las chicas miraron detrás de ellas y vieron alejarse al tipo que había acompañado a Mari toda la noche y tuvieron un mal presentimiento.

Nos decidimos por llevarla al hospital porque nunca la habíamos visto tan mal. Mari está acostumbrada a las fiestas y al alcohol. Creemos que su organismo ya es inmune a las grandes cantidades de alcohol y nunca, salvo en dos o tres ocasiones, la habíamos visto así de borracha. Y ni siquiera entonces se podría decir que estaba tan mal como para caerse al suelo.

Yo era la única que no había bebido alcohol, así que conduje hasta el hospital. Enseguida la atendieron y Ade, Dafne y yo nos quedamos en la sala de espera que estaba vacía, solo pasaban los doctores de vez en cuando para ir de un lado a otro.

—¿Quién era ese chico con el que estabas bailando? —me preguntó Dafne rompiendo el hielo y sacándonos a todas de nuestros pensamientos.

—Yago. Uno de los bailarines que actuó esa noche —respondí sin temor, no había necesidad de mentirle a Dafne.

—¿Cuándo has vuelto a bailar, Sabi? —me preguntó ahora mirándome a los ojos, en tono acusador, como si le hubiera estado guardando un gran secreto.

—Desde el accidente, esta es la primera vez que bailo —respondí con sinceridad. En realidad lo había intentado en varias ocasiones, todas ellas fallidas porque acababa haciéndome daño, pero si no contamos eso, realmente esta era la primera vez que bailaba y disfrutaba haciéndolo, sin miedo a caerme, hacerme daño o hacer el ridículo delante de todos.

Las dos me miraron analizando mis palabras y mis gestos. No sé si es que no se creían lo que acababa de decir o estaban intentando averiguar si el volver a bailar me había afectado. Pero antes de que pudieran decir nada más, llegó el doctor.

—¿Vuestra amiga consume a menudo drogas? —preguntó el médico inquieto.

—¿Drogas? —preguntamos escandalizadas las tres al unísonos, nos miramos y luego volvimos a mirar al doctor.

—A Mari le gusta beber alcohol desde siempre, pero nunca se metería en eso, estoy casi segura —dije yo y pude notar que ese “casi” molestó a Dafne.

—Pues su nivel de GHB era muy elevado, creo que si vuestra amiga no lo consumió voluntariamente, alguien intentó agredirla esta noche —añadió él.

—¿Eso qué es? —preguntó Dafne mientras yo intentaba hacer memoria, juraría que lo había oído en las noticias.

—La droga del violador —contestó Ade antes que el médico.

Todas entendimos al instante que Mari no se había metido esa droga voluntariamente, y que, como había indicado el médico, alguien habido intentado agredirla sexualmente esa noche. Posiblemente en la barra, alguien, debió de haberle puesto esa droga en la bebida y como a Mari le gusta coquetear se pensaron que sería fácil. Afortunadamente Dafne y Ade llegaron a tiempo para llevarse a su amiga de allí.

Ade maldijo en voz baja y Dafne me cogió de la mano cuando el médico se fue. La pobre estaba temblando y sudando, al igual que todas. 

El médico, que se había ido para darnos privacidad después de pedirnos el número de teléfono de los padres de Mari, denunció lo sucedido a la policía y unos minutos más tarde llegaron dos agentes. Nos hicieron varias preguntas, pero ninguna había visto nada y, aunque sospechábamos de aquel hombre, no habíamos visto que fuera él quien drogara a nuestra amiga. De todas formas, Ade le relató al policía que apuntaba todo en su libreta que había visto a un hombre sospechoso y lo describió al detalle.

Mari aun estaba bajo los efectos de la droga y no podía declarar, le habían lavado el estómago, pero la droga ya había hecho efecto en su sistema nervioso y solo quedaba esperar. Ya había amanecido cuando se fueron y nosotras también decidimos irnos cuando llegó la familia de Mari. Ellos se encargarían de avisarnos cuando despertara y nos fuimos más tranquilas sabiendo que estaba bien cuidada y con sus padres.

Ya en mi casa me di una ducha y me acosté a dormir. Me desperté justo al mediodía, solo tuve tiempo de comer y vestirme para ir a trabajar. Llamé varias veces por teléfono a Mari pero no lo cogía, supuse que al menos su madre vería las llamadas perdidas pero no conseguí nada. Tampoco tenía llamadas perdidas de su madre, por lo que no sabía si ya estaba despierta o no.

La tarde se presentó bastante aburrida con un par de clientes malhumorados y nada más. Antes de volver a casa me pasé por el hospital y me encontré con Mari despierta. La abracé inmediatamente.

—Nos diste un susto de muerte —le dije mientras apretaba su cabeza contra mi pecho.

—Lo siento, Sabi —se disculpó y se le escapó una lágrima y noté que ya había estado llorando antes de que yo llegara.

—¿Qué pasa? —le pregunté limpiándole la lágrima con mi pulgar.

—Soy un desastre Sabi, tengo que dejar esta vida y centrarme, ¿verdad? Mi madre me lo ha dicho, que no puedo seguir así y más cosas, me ha quitado el móvil y se ha ido hace una hora. Me da miedo cambiar.

—Cielo, no necesitas cambiar nada. Quizás tus juergas y el beber tanto alcohol tienen que parar, pero eso no te hará perder quien eres.

—¿Y quién se supone que soy? —preguntó confundida, cómo si realmente desconociera la respuesta, y eso me entristeció.

—Mi mejor amiga, tonta —respondí en un intento de animarla y vi un amago de sonrisa en sus labios.

Mari trabajaba esporádicamente, la verdad es que dejó los estudios a los dieciocho mientras yo seguía bailando y Dafne y Ade empezaban carreras diferentes. Nos distanciamos todas bastante, el último año Ade se fue de intercambio a Alemania y durante su estancia allí supimos muy poco de ella. Pero entonces yo tuve el accidente y las tres fueron al hospital a verme. Estar con Mari en una habitación de hospital me recordaba a todo eso.

El horario de visitas se había acabado, me tenía que ir pero me daba pena dejar a Mari en ese estado. Me gustaría poder abrazarla y quedarme con ella toda la noche, pero no me dejarían. Le di un beso en la frente y me fui a casa.

Odiaba volver a casa y encontrarla vacía. Me preparé la cena, un baño de agua caliente y me tomé mis calmantes antes de dormir. Llevaba tres meses tomando una dosis inferior a la inicial para parar mis dolores, ya no eran tan agudos y constantes como al principio, y con esa cantidad era suficiente para poder conciliar el sueño y no despertarme a medianoche con calambres o dolores.


Seis semanas después

La policía había encontrado al hombre que le puso la droga en la bebida a Mari. Había sido el mismo que había acompañado a Mari toda la noche y que Dafne y Ade habían visto. El hombre de unos treinta y cinco años se declaró culpable y lo condenaron, ni siquiera hubo juicio. Ya me olvidé cuantos años fueron, pero estará lejos de las calles una buena temporada. 

Mientras tanto Mari había asistido todas las tardes a un grupo de apoyo para alcohólicos. Cuando estaba con nosotras nos decía que ella no se había visto nunca a sí misma como una alcohólica, solo como a una persona que le gustaba beber. No sabía que beber hasta esos extremos de manera habitual, sí se considera adicción. Desde el momento en el que se dio cuenta de que era una adicta dejó de beber definitivamente y se volvió más responsable en ese sentido.

Siempre nos hablaba de que necesitaba probarse a sí misma, aunque solo hubieran pasado seis semanas, necesitaba saber si podía salir de fiesta sin beber alcohol. Era una especie de desafío personal y todas estuvimos de acuerdo. Además, si pasaba algo, esta vez no le íbamos a quitar el ojo de encima.

Quedamos en vernos directamente en el bar La Guadaña, regentado por un ex miembro de un grupo de rock de la provincia. No éramos clientas habituales, pero conocíamos bien la historia del bar y de Jonás, su dueño, y nos gustaba el ambiente rockero que siempre había. Aunque mi parte favorita era la del piso superior, en la que Jonás había colocado paneles insonorizados y una gramola de los años ochenta, para que cada uno pusiera la canción que quisiera.

Dafne y Ade venían juntas y pasaban a recoger a Mari a su casa. Yo había llegado un poco antes para encontrar aparcamiento y decidí matar el tiempo tomándome algo en la barra. Elegí un refresco sin gas y subí las escaleras que daban al piso superior donde también estaba la sala de karaoke. A Dafne le encantaba esa sala tanto como a mí. Su sueño frustrado era ser cantante y de hecho se parecía bastante a Britney Spears, en su época buena. 

Busqué una mesa libre y no fue difícil porque de todas las que habían, solo dos estaban ocupadas. Elegí una cualquiera, ni muy cerca de las escaleras ni muy cerca del escenario donde estaban los micrófonos y la pantalla del karaoke, y me senté. Me tomé mi refresco mientras le escribía a Ade que ya estaba en el bar, especifiqué que estaba en el piso de arriba, por si llegaban y no me veían y Ade me respondió que ya estaban de camino. En ese momento alguien se acercó a mi mesa y se sentó delante de mí, cuando levanté la mirada, me encontré con los ojos marrones de Yago.

—¿Te acuerdas de mí? —me preguntó sonriendo.

—¿Yago? —pregunté, aunque ya sabía que era él.

—Sí, soy yo, qué casualidad encontrarte aquí. ¿Vienes sola? —preguntó mirando alrededor.

—Espero a mis amigas... —respondí mirando de nuevo la pantalla del móvil. Estaba realmente nerviosa y no quería que se notase.

—Espero que en esta ocasión no tengas que irte corriendo —bromeó y dejó escapar una risa que me mostró su perfecta dentadura.

Los nervios se apoderaron de mi estómago y recordé aquella noche. Fue la noche en la que se cumplía un año de mi accidente, un año sin bailar en la que volví a bailar, la noche en la que lo conocí a él y la noche en la que casi violan a una de mis mejores amigas. A pesar de los casi dos meses que habían pasado desde aquella vez, nunca pude olvidar a Yago, no sé si por efecto de la emoción de volver a bailar o por la atracción que sentía hacia él.

Yago notó que no me había reído ante su comentario y me preguntó por ello. No vi necesidad de ocultarle lo ocurrido, así que le conté todo sobre la droga y sobre Mari. Cuando terminé siguió preguntándome por mí, mi carrera como bailarina y finalmente tocó el tema del accidente. No quería evadir la pregunta y le conté todo. Lo bueno de poder hablar con un desconocido es que puedes hacerlo de cualquier cosa sin miedo a que te juzguen por que sabes que no lo vas a volver a ver, no sabía si esto se debía a esa libertad o a que Yago me transmitía confianza para hablar de cualquier cosa.

—Estaba conduciendo por la autopista —comencé a relatar— cuando un coche se me vino encima. El conductor llevaba muchas horas al volante y se dejó dormir unos segundos. Dijo que no recordaba nada desde que salió de unos túneles hasta que chocó conmigo. Según la policía que midió la distancia entre ambos sitios había casi medio kilómetro. Le pudo haber tocado a cualquiera y me tocó a mí. Solo porque el otro conductor quería llegar antes y no se paró a dormir la noche anterior y siguió conduciendo.

—¿Qué le pasó a él? —preguntó Yago con curiosidad.

—Se llevó la peor parte en realidad, pero sobrevivió de milagro y volvió a su vida normal. Yo no, me partí la pierna en tres, perdí sensibilidad y tengo dolores contantes cuando intento hacer ejercicio, incluyendo el baile —noté lástima en sus ojos.

—¿Qué te pasa cuando bailas? —preguntó casi en un murmullo, como si tuviera miedo a preguntarme por si me ofendía.

—Que me duele mucho la pierna que me fracturé, ya sabes que lo mío era el ballet clásico y no puedo bailarlo así, lo intenté con otros bailes pero estaba tan deprimida por haber dejado lo que realmente me gustaba, que no mostré interés por nada más —contesté abiertamente, intentando que no se sintiera cohibido al preguntarme.

—¿Entonces hay bailes, como una balada, por ejemplo, que podrías bailar? —preguntó con una sonrisa, había vuelto a su modo seductor habitual.

—Sí —respondí— si solo es un baile imagino que podría aguantar, pero no creo que pudiera dedicarme solo a ese estilo de baile, las horas de ensayo también me causarían molestias y acabaría frustrada.

—Entiendo —dijo él poniéndose en pie— ¿Y si te invito a una balada, solo una, crees que lo soportarías?

—Creo que sí —respondí devolviéndole la sonrisa.

La verdad es que la idea de bailar con Yago me sonrojaba y él lo pudo notar a pesar de la tenue iluminación. Reímos y tomé su mano, que me la tendía caballerosamente para ayudarme a levantar. Me levanté y nos dirigimos al pequeño escenario donde seleccionó la canción Private dancer de Tina Turner en la gramola. El estilo de la cantante no era exactamente de baladas, pero esa canción era lenta y sensual, perfecta para sentir el contacto de Yago contra mi piel. Sonreí porque la canción hablaba de una bailarina y me dejé llevar.

Cuando llevábamos media canción bailando pude ver llegar a Dafne, Ade y Mari. Pero ese anhelado contacto con la piel caliente de Yago, su olor tan cerca y su respiración en mi cuello era demasiado placentero como para dejarlo e ir a saludar a mis amigas. 

Su mano se deslizó hasta mi cintura y fue bajando un poco más, su otra mano me agarraba suavemente la mía que estaba alzada a la altura de nuestros hombros. Esta vez no había guiado mis pasos, ni había modificado mi postura como en nuestro baile anterior, se le notaba más relajado y parecía que realmente disfrutaba del baile. Por un momento pude ver que había cerrado los ojos y simplemente se estaba dejando llevar por la música.

Los amigos de Yago estaban haciendo comentarios y riendo. Podía verlos en las pocas ocasiones en las que yo abría los ojos, en una de ellas también vi a Dafne sorprendida mirando hacia nosotros. No me importaban ni las risas de unos ni las miradas de otros. Yago era todo lo que me importaba en esos siete preciados minutos que duró la canción. Entonces nos separamos y sonreímos. Su sonrisa volvía a ser perfecta.

—¿Bailamos otra? —preguntó sin atisbo, esta vez, de intento de seducción.

—Más tarde, quizás. Voy a saludar a mis amigas —respondí con amargura, pues, por si mi fuera, bailaría con él toda la noche, sin importarme la pierna ni los dolores.

—Está bien —respondió él mordiéndose el labio.

Caminé hacia la mesa donde estaban las tres personas más cotillas del mundo. A Mari le encantaba Yago, Ade lo veía muy bajito para mí, aunque en realidad midiéramos casi lo mismo y Dafne todavía no había dicho nada.

—¿Dafne, en qué piensas? —pregunté intentando que sonara natural.

—¿Salir con un bailarín no sería problemático para ti? Osea, me he dado cuenta de que este es el mismo chico de aquella vez, si es bailarín y tú ya no... Acabarás frustrada, ¿no crees?

Dafne tenía razón y yo deseé no haber preguntado nada. Había dejado caer la bomba y me había roto las pocas ilusiones que me había permitido construir con Yago. Mari y Ade se quedaron en silencio unos segundos y finalmente Ade dijo que quizás eso es lo que necesitaba. Si Yago me había hecho volver a bailar, no debería de ser un problema para mí.

Esa nueva visión me dio esperanzas. Las dos tenían razón, si seguía tonteando con Yago y la cosa acababa en algo serio podían pasar dos cosas: que verlo ensayar y competir fuera frustrante para mí o que me ayudara a salir un poco de mi autocomplacencia.

—Anda, ve y habla con él —me dijo Mari picándome un ojo.

—Esta noche no, esta es la noche de tu reto personal —respondí yo, aunque en realidad sí que me apetecía volver a la mesa donde se encontraba Yago con sus amigos y hablar con él de nuevo.

—¿Y? Cariño si necesito ayuda tengo a estas dos —dijo señalando con el pulgar a Ade y Dafne.

—Ya pero tú siempre estuviste conmigo cuando lo del accidente —Mari soltó una carcajada.

—Sabi, cariño, ¿te crees que en todos esos meses en los que estuviste con depresión y toda esa mierda, yo no follaba?

—¡Marisol! ¡si te escuchara tu madre…! —dije yo e inmediatamente todas nos echamos a reír.

Mis tres amigas tenían razón y yo estaba nerviosa. Solo había tenido un novio en mi vida y duró cinco meses porque se cansó de que entrenara tantas horas. No entendía que era mi trabajo y mi hobby al mismo tiempo. Y yo me cansé de que intentara reducir mis horas de ensayo de ocho a cuatro. ¿Y si ahora no le gustaba porque era inexperta en el amor? Intenté no pensar en ello mientras caminaba hacia él. En la mesa estaban todos sus amigos. Y Yago fijó la mirada en mí desde que me vio.

—¡Hola! —dijo levantándose. Sus amigos esta vez estaban callados.

—¿Te apetece bailar ahora? —pregunté algo atrevida, cabía la posibilidad de que me dijera que no y de que sus amigos se burlaran de mí.

—Claro —respondió finalmente con otra sonrisa.

Me tomó de la mano y fuimos hasta el centro de la pista. No había nadie más. Solo Yago y yo. El resto de personas estaban sentadas en sus mesas bebiendo. La música empezó a sonar y acercamos nuestros cuerpos. Esta vez era una melodía más suave y lenta, la estábamos disfrutando. Me apetecía mucho invitarlo a mi casa, pero no sabía cómo, no era buena con las indirectas y tampoco quería parecer una desesperada. Así que solo seguí bailando.

Los movimientos lentos no me molestaban para la pierna, pero no sé porqué sentí un pequeño pinchazo cerca de la rodilla. Me paré en seco y bajé mi mano a donde me dolía. Yago se preocupó por mí, paramos de bailar y, para mi vergüenza, me llevó en volandas a una mesa cercana. 

Dafne fue la primera en acercarse, alarmada, más de lo habitual. No sé qué le pasaba pero sentía que no le gustaba que me relacionara con Yago y estaba esperando un “te lo dije” de su parte, pero creo que contuvo porque él estaba delante. Mari y Ade  coincidieron en que era mejor que me fuera a casa. Y Yago se ofreció a llevarme. La idea me parecía una locura, yo estaba bien, solo había sido un pinchazo, a veces me dan esos calambres si llevo muchas horas de pie, pero Yago lo había exagerado al llevarme en brazos.

Finalmente nos despedimos de nuestros respectivos amigos y salimos del bar. Yago condujo en mi coche hasta el edificio donde vivo. Tenía ganas de invitarlo a entrar pero no sabía cómo. Así que cuando aparcó el coche frente al edificio le pedí que me acompañara hasta la puerta. 

—Te acompaño mejor hasta la puerta de tu casa —dijo cuando llegamos al portal y me vio cojear.

—Es que vivo en el ático y no quiero hacerte subir —respondí, aunque deseaba que subiera.

—¿En el ático? Con más razón no te voy a dejar sola —sentenció, y me sujetó la puerta para que entrara.

Me enterneció que quisiera acompañarme. No se veían segundas intenciones, sino verdadera preocupación por mí. Y subimos.

Mi ático no es como esos áticos que la mayoría de gente se imagina con techos bajos, inclinados y poco espacio. En realidad eran dos áticos juntos, pero tiraron la pared que los separaba. Así quedó mucho más espacioso y yo apenas tenía muebles, por lo que, después de decorar la casa, me sobró sitio para tener mi propia librería que ocupaba el largo y el alto de toda una pared. Leer se había convertido en una de mis aficiones este último año, ya no encontraba nada mejor que hacer. Y aunque todavía tenía pocos libros, me gustaba la idea de ir llenando cada estantería poco a poco.

Nada más entrar hay un pequeño pasillo o recibidor, a la derecha está la cocina y a la izquierda el salón donde se encuentra esa gigante librería, un sofá y un pequeño televisor. Yago y yo entramos y me siguió hasta la cocina. Abrí un estante, saqué mis calmantes y me tomé uno. 

—Puedes utilizar mi teléfono para llamar a tus amigos y que vengan a buscarte —dije mientras le servía un vaso de agua.

—Prefiero quedarme a esperar a que te encuentres mejor —respondió él cogiendo el vaso.

—No es necesario de verdad.

—Insisto.

—Bueno, vale, podemos ver la tele un rato hasta que me encuentre mejor.

Asintió con la cabeza y fuimos al sofá. Realmente no era necesario tenerlo allí, pero me agradaba su compañía y no quería que se fuera. El sofá era bastante incómodo porque no se puede apoyar completamente la espalda en él, así que él se acomodó a un lado y yo me senté junto a él poniendo mis piernas sobre el sofá, luego pasó la mano por mis hombros y me atrajo hasta su cuerpo. 

Ya estábamos completamente cómodos, pero no habíamos encendido el televisor y el mando a distancia estaba lejos, pero ninguno de los dos le dio importancia. En realidad yo estaba disfrutando bastante con la sola compañía de Yago y el calor de su piel.

De repente comenzó a acariciarme los hombros y peinarme el pelo con los dedos. Cerré los ojos y sentí cómo su mano se deslizaba de mis hombros a mi brazo y continuaba por mi codo. Volví a abrir los ojos y me lo encontré mirándome fijamente a los labios, deseando besarme. Sonreí y me acerqué un poco más. Entonces sentí sus labios calientes y húmedos sobre los míos.

Reto: ¡Yo escribo! - Octava pregunta

6/2/16

¡Hola hola! Al fin lo he terminado, este es el reto ¡Yo escribo! que consiste en responder ocho preguntas sobre nuestro oficio como escritores. Comencé a publicar en julio la primera pregunta porque me daba apuro tener el blog abandonado (durante junio, julio y agosto las publicaciones bajaron por motivos de estudio), así que el reto era algo fácil y rápido de publicar para que al menos siguiera con vidilla. Pero luego volví con mis publicaciones habituales y no me gustaba tener que responder a todas las preguntas en una misma entrada ni en diferentes entradas pero muy juntas en el tiempo, así que por eso me ha costado acabarlo.

—Octava pregunta: ¿Qué autoras y autores recomendaríais? Vamos a innovar: demos protagonismo a esos escritores aficionados de la blogosfera o de vuestra familia, conocidos, amigos, ¡quien sea! que os ha servido de inspiración o influencia en algún momento.

Bueno, si tengo que hablar de quien me ha influenciado, tengo que nombrar indudablemente a Katina Durán Artigues, autora de los blogs Mo Shaool y El baúl de mis relatos. El primer blog lo creó en mayo del 2008 y lleva desde entonces publicando sin parar, es una de mis bloggers favoritas, yo la conocí en 2011 cuando comencé en Blogger y era la única que me comentaba en aquel entonces jajajaja. Y entonces fue cuando leí algunos de sus relatos que antes publicaba en otro blog llamado Comptine rose. También me descargué capítulo por capítulo de una novela que tenía ella subida a la plataforma Scribd. y luego llevé ese documento a imprimir. La novela se llama Flor de Tinta y es preciosa. Ella tenía mucho éxito con gente que leía sus historias, o al menos mucho más que yo, así que me sirvió de inspiración para ponerme las pilas y escribir más cosas, darme más a conocer, etc. Os la recomiendo porque es genial y en 2013 tuve la suerte de poder conocerla en persona y convivir con ella casi un mes entero y es una buena amiga ♥

Y estos últimos años he conocido otras grandes historias de mano de grandes escritoras, no me voy a extender demasiado en cómo las conocí porque seguramente fuera navegando de blog en blog, y de antemano pido perdón a todas las personitas que se vayan a quedar fuera porque es imposible acordarme de todos. Recordad que tengo una sección (por ahora abandonada, pero la voy a recuperar) para escritores donde podéis conocer a otros: Saca tu novela de la papelera.

Bueno, y aquí van mis escritoras favoritas con sus respectivas cuentas de Wattpad: Rocío (R. Crespo) me enamoró con su novela Ritual y desde entonces la sigo en sus blogs y leo todas las historias suyas que pueda; a Jaz la descubrí hace unos años, pero aún no había leído nada suyo hasta el año pasado cuando me conquistó con Refulgens; de Gema había leído algunas cosas sueltas, pero no me había parado a leer algo suyo en serio hasta que me dio por leer El Fantasma del Landha y ahora le tengo envidia (de la sana) por haber escrito algo tan bonito.

Hay muchas más a las que sigo y admiro, pero de las que no me atrevo a recomendar nada porque no he leído suficientes cosas como para hablar con propiedad. O porque me habré olvidado, que también puede pasar. ¿Tú escribes? Si es así déjame en los comentarios qué novelas tuyas podemos leer y dónde y recomiéndame a alguien que escriba en la blogósfera.
© ITAHISA • Theme by Maira G.