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Cómo decirle a tu amiga que se ha convertido en una casa de alquiler

19/3/17

¡Hola hola! Este es un relato inspirado en alguien real o no, nunca lo sabremos. El caso es que esta metáfora llegó a mí hace solo unos minutos y tuve que plasmarla antes de que se me olvidara. Es triste que exista gente así, que haya personas que son casas de alquiler vagando por el mundo. Aprendamos a valorarnos más y darnos a valorar ante los demás. 


CÓMO DECIRLE A TU AMIGA QUE SE HA CONVERTIDO EN UNA CASA DE ALQUILER:

—¿Pero ella y el novio no se habían separado?

—Mira, yo ya no sé. Ya no pregunto porque siempre cambia la historia según le convenga. Unos días ese cretino es un completo encanto que la cuida y la mima y ella no puede estar más feliz, ¡cómo pudo dudar de que la amaba! Y al otro día es un caprichoso y un egoísta que solo busca su felicidad y que seguro la engaña. Así que no lo sé ni me importa.

—Es extraño. No creo que él sea una mala persona, creo que, simplemente, no la quiere y no sabe cómo decírselo porque es más fácil fingir y seguir juntos, ¿sabes? Es más fácil hacer eso que cambiar por completo tu vida: cambiarte de casa, separar tus cosas de las de ella, volver del trabajo y estar solo, tener que comprarte otro coche porque el que tienen es de ella… No sé, creo que se acomodaron a la rutina y les resulta más cómodo.

—Tiene sentido visto así. Yo también creo algo parecido. Creo que él no la ama y que la ve como a una casa de alquiler.

—Jajajajaja, ¡pero mujer! ¿Qué dices? ¿Una casa de alquiler?

—No te rías, que va en serio. Las dos tenemos casas propias, ¿no? Bueno, son del banco, pero hemos dado el paso a comprar una casa e hipotecarnos, ¿verdad?

—Sí, sí.

—Pues eso es precisamente lo que le hace falta a él: comprometerse. Ambas, antes de comprar una casa, nos fuimos de casa de nuestros padres a un pisito de alquiler, ¿verdad?

—Sí, claro. Me hacía falta dinero y solo tenía lo justo para pagar el alquiler.

—Exacto. Era algo temporal, que sabías que dejarías en cuanto encontraras algo mejor. Pero de momento te servía porque no querías volver con tus padres, disfrutabas de tu independencia a pesar de los inconvenientes como: un casero malhumorado, humedades, colchones y sillones que chirriaban, cortinas descoloridas y el gotelé. No nos olvidemos nunca del gotelé.

—Ya veo por donde vas, entonces, para él su relación es como una casa de alquiler porque es temporal, está a la espera de algo mejor y puede que si no lo encuentra, se quede para siempre con ella y se consuman el uno al uno, amargados por la vida que tienen en común.

—Exacto. Algo así. Tenemos que decírselo, que abra los ojos, que vea que no es una relación sana porque en una relación sana no hay necesidad de preguntar: “¿estáis juntos?” Y, mucho menos, quedarse dudando de la respuesta. Tiene que ver que así no va a ningún lado y que está desperdiciando sus mejores años de vida.

—Sí, decírmelo a mí es fácil. Vamos a su casa con humedades, colchones y sillones que chirrían, cortinas descoloridas y gotelé y se lo decimos. Nos sacará a patadas. La gente que se queda ahí en medio, estancada, tarda en reaccionar. No nos va a querer oír, su verdad es su verdad y nosotras no la conocemos.

—¡Pero se está mintiendo a sí misma!

—¡¡¡Pero es que quiere mentirse a sí misma!!!

—¿Entonces qué hacemos?

—No lo sé. Sinceramente, no lo sé.


No pretendía crear una moraleja cuando escribí la historia, pero sí se puede sacar una y es que, como dije antes, debemos amarnos a nosotros mismos primeros. No seamos casas de alquiler. Y si no encontramos a alguien con quien "hipotecarnos", recordad que con nosotros mismos basta. ¡Es suficiente! Se puede ser feliz y estar soltero. 

Llenando la estantería

18/3/17


¡Hola! El día 15 de este mes volvía a casa más temprano de lo habitual, a las 18:30, así que la pequeña tienda de la Estación de Guaguas (autobuses, sí), seguía abierta. Entré por curiosidad porque siempre que pasaba ya estaba cerrada y siempre veía libros conocidos en su estantería. Caminé directamente a la sección de libros, pues las revistas no me interesaban y el resto era comida "basura": golosinas, chocolatinas... 

Otro factor fundamental es el dinero, pues nunca llevo casi nada encima y ese día llevaba un billete de 50€ tan hermoso y dorado... Y me dije por qué no, vamos a comprar algún libro. Normalmente en librerías suelen estar entre los 15 y 20 euros cada libro. Pero en esta tienda abundan más los libros de bolsillo, esos que cuestan entre 5 y 10 euros cada uno. Mucho más económico, así que cogí en mis manos los primeros que me llamaron la atención, sin darle la vuelta para ver la etiqueta, con la seguridad de que tenía el dinero suficiente. 

El primero que me llamó la atención por su portada amarilla y por su título fue: Gente tóxica. Qué descubrimiento. Ya lo reseñaré que estoy en proceso todavía.

Después no me acuerdo quién cayó primero si Isabel Allende o Danielle Steel. Creo que Isabel. El caso es que no me importó mucho la historia que estaba cogiendo en mis manos, solo los nombres de las autoras. Sabía que siendo de ellas era una compra segura. Además no sabéis el tiempo que llevaba con ganas de leer algo de Steel. Desde 2011 creo, cuando en mi blog Las Oscuras Golondrinas de Bécquer compartí una de sus citas: "Una mala crítica es como preparar un pastel con los mejores ingredientes y ver que alguien se sienta encima".

Y, por último, cogí un libro de Anna Gavalda. En esta ocasión, movida también por el nombre de la autora. Ya que yo estudié Francés y en clase de Traducción tuvimos que traducir una vez un texto de la autora al español. Era un párrafo tan espantoso que le cogí manía a la autora porque "no escribía bien". La verdad no sé si solo fue en esa novela o en ese fragmento o solo fue mi percepción en aquel momento debido bien a mi poca capacidad de comprensión lectora, que lo dudo pero todo puede ser, o a mi poco conocimiento de la lengua francesa, que es más probable. El caso es que no era la única, hasta el profesor criticó su escritura y eso ayudó a que se forjara esa idea en mi cabeza de: Anna Gavalda = horror de libro.

Pero no sé, a su vez, me gustó ver un libro de una autora francesa en esa estantería, autora que, además, había trabajado. Así que quise darle una oportunidad y criticar con fundamento. Y el libro "La amaba" tiene una portada bonita y su sinopsis me llamó la atención.

Así que por 32€ me llevé 4 libros maravillosos. En la próxima entrada hablaré de "La amaba", ya que lo empecé esta tarde y lo acabo de terminar. 189 páginas en una tarde... Comprobarán si al final tenía razón odiándola o no. ¿Cuáles son sus apuestas? XD

¡Hasta la próxima!

No se lo digas a nadie - Capítulo IV [final]

5/3/17


Presente. Febrero 2017:

—¿Jura solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
—Sí, lo juro.

Hace 7 meses. Julio del 2017:

Donato:

Donato se despertó sobresaltado. Tenía pesadillas con el cadáver de Darío en el salón. Pero la pesadilla más recurrente era en la que la policía entraba a su casa y les acusaba de haber mentido, los arrestaban a los dos por haber manipulado la escena del crimen para que pareciera un accidente y los condenaban a cadena perpetua. A pesar de saber que eso no existía en España, pero podían condenarlo igualmente a pasar el resto de su vida entre rejas.

Por eso sabía que, si algún día la policía llegara a descubrir la verdad, él aceptaría la culpa para evitarle ese destino tan traumático a su hermano Noel.

Desgraciadamente para los hermanos, la pesadilla de Donato no tardó mucho en volverse realidad. A la mañana siguiente un coche de policía aparcó frente al portal del edificio donde vivían Noel y Donato. Una agente se apeó del coche con rostro serio, a su lado apareció otra mujer que era la que había conducido. Ambas se dieron la vuelta, mirando hacia la carretera y, entonces, fue cuando aparecieron dos coches de policía más que habían llegado como refuerzos.

—¿Qué les hizo tardar tanto, chicos? —preguntó la mujer que se había bajado del coche primero.

—Lo siento, no volverá a pasar —respondió uno de los detectives a quien parecía ser la comisaria.

—Vamos, entremos.

Uno de los detectives tocó la puerta, despertando a los dos hermanos. Donato, por respeto, seguía durmiendo en el sofá, ya que la habitación de Darío permanecía siempre cerrada. Así que Donato fue el que abrió la puerta a los policías.

—A partir de ahora —dijo la comisaria— yo llevaré el caso de la muerte de su compañero de piso. Soy la comisaria del Departamento de Homicidios.

—¿Homicidios? —preguntó Noel asustado.

—Eso he dicho. Os necesito a ambos listos para llevarlos a comisaría donde serán interrogados por mis hombres.

—¿Somos sospechosos? —preguntó Donato mirando con preocupación a su hermano pequeño.

—Eso me temo, sí. La muerte de Darío es considerada desde hace unas horas un homicidio y no un accidente.

—¿Por qué? —preguntó Noel.

—Lo sabrá en cuanto le llevemos a comisaría.

La mujer salió de la casa, no sin antes escanear con la mirada todo el salón y parte de la cocina donde había tenido lugar la pelea entre Noel y Darío.

Al parecer, el médico forense había dictaminado que la causa de la muerte de Darío era, en efecto, el impacto en la zona occipital, lo que causó una hemorragia cerebral. Pero antes de ese golpe, se manifestaron unos hematomas antemortem reveladores, puesto que eso significaba que había habido una pelea. Los hematomas aparecieron en ambos lados del pecho de Darío y en un ojo, el izquierdo.

Cuando los detectives presentaron estos hechos a los dos hermanos, Noel se mantuvo frío e inmóvil. En cambio, Donato estaba arrepentido y apenado, de este modo, acabó confesando que había sido él quién golpeó a Darío porque se enteró de que éste le había plagiado una obra a su hermano. Noel había trabajo muy duro para escribir esa historia, había pasado noches en vela escribiendo y días entero en la biblioteca, había dejado de pasar tiempo con él para dedicárselo a ese libro. Y ahora, Darío, había traicionado su confianza y amistad y había plagiado esa obra para aprobar una asignatura.

Los detectives preguntaron cómo fue la pelea y, visto que Donato conocía toda la historia de boca de Noel, fue capaz de describir a la perfección la pelea.

Al cabo de unas horas de tomarle declaración al hermano mayor, los policías dejaron marchar a Noel porque Donato había confesado. Noel quiso decirles que no, que el asesino era él, pero no tuvo el valor y dejó que se llevaran a su hermano.

Presente. Febrero del 2017:

Noel:

—Tienes que parar esto —le ruega Noel a su hermano.

—Sabes que no puedo. Si cuento la verdad ahora, volverán a abrir el caso y tu vida estará en peligro. Tenemos que seguir con el plan —responde Donato.

—Pero… Lo hice yo. Yo le maté. Yo debería de estar aquí y no tú —confiesa Noel.

—¡Calla, te pueden oír! Tú tienes una vida por delante, una carrera y un talento innato. Úsalo. Haz que todo esto valga la pena…. —concluye Donato antes de que uno de los guardas dé por finalizada la visita.

***

—¿Cómo se declara el acusado? —pregunta el juez.

—Culpable —responde Donato.

***

—Se condena al acusado a veinte años de cárcel —clausura el juez.

***

—¿Jura solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? —pregunta el fiscal del Estado.

—Sí, lo juro —responde Noel.

Era el veinticuatro de febrero cuando Noel subió al estrado por primera vez en su vida. Su hermano estaba sentado en el banco de los acusados. A pesar de haberse declarado culpable, los detectives habían vuelto a abrir el caso al descubrirse nuevas pruebas de las que Noel desconocía, aunque Donato sabía lo que era porque su abogado se lo había contado minutos antes. Se trataba de un anillo que encontraron bajo el mueble de la cocina donde tuvo lugar la pelea. Noel pensaba que lo había perdido en otra ocasión, no recordaba que se le hubiese caído durante aquel enfrentamiento con Darío, así que nunca se había preocupado de buscarlo.

—¿Reconoce esto, señor Castillo? —preguntó el fiscal enseñándole a Noel una bolsa de plástico transparente con un anillo dentro.

Se podía ver claramente que el anillo tenía sangre y Noel entró en pánico. Donato rezaba para que su hermano dijera que no y, así, poder decir que era suyo. Pero la policía debía de saber algo más, de lo contrario no estarían haciéndole perder el tiempo a todo el mundo por un anillo.

—No —mintió Noel.

—Señor Castillo, le recuerdo que está bajo juramento.

Noel comenzó a sudar, intentó esconder sus manos temblorosas, pero era obvio que estaba nervioso, así que el fiscal presionó un poco más.

—Conteste a la pregunta, señor Castillo.

—¿Puedo ver el anillo de nuevo? —demandó Noel.

El fiscal se lo acercó y Noel tomó una bocanada de aire antes de romperse a llorar y confesar.

—Es mi anillo —declaró Noel.

—Así es —dijo el hombre mostrándole el anillo al resto de la sala—. Este anillo es una de las pruebas que demuestran que el acusado, Donato Castillo, no cometió el crimen por el que se le imputan veinte años. En cambio, fue usted, ¿verdad? —preguntó mirando a Noel.

—¡Protesto, su Señoría! —exclamó el abogado de Donato.

—¿En base a? —preguntó el juez esperando una respuesta que no obtuvo— ¡Propuesta denegada, abogado!

—Se lo preguntaré de otra manera, señor Castillo: tengo en mis manos un anillo que usted ha identificado como suyo con sangre que pertenece a su compañero de piso, Darío García. ¿Estuvo usted presente en la escena del crimen?

La madre de Darío, que estaba en el otro banco de la sala, se tapó el rostro para que nadie la viera llorar. Ahí fue cuando Noel decidió ser valiente y contar la verdad de una vez.

—Sí —respondió Noel— Yo, yo le empujé.

Todos en la sala se quedaron en shock. Donato estaba furioso, ahora no solo estaría él en la cárcel por cómplice, sino también su hermano. Se había sacrificado para nada.

—O sea, ¿está usted confirmando que fue usted el responsable de la muerte de Darío y no su hermano Donato?

—Sí.

—¿No es verdad también, señor Castillo, que su hermano ni siquiera se encontraba en su casa en el momento de los hechos?

Noel no se esperaba que supieran también eso. La policía había revisado su registro telefónico que indicaba que Noel le había hecho una llamada a su hermano de un minuto y medio de duración. Las antenas telefónicas situaban a Donato a quince kilómetros de distancia de su casa y las cámaras de seguridad del supermercado, confirmaban que no había estado en casa mientras se producía la pelea.

***
Noel acabó siendo condenado a los veinte años que habían condenado a Donato. A Donato, en cambio, le redujeron su sentencia a cinco años y seis meses por encubrimiento.

Al salir de la cárcel por buen comportamiento, habiendo cumplido tres años, Donato decidió que lo primero que haría sería casarse con su novia Inés, que no lo había dejado a pesar de las discusiones que había tenido la pareja o del encarcelamiento de Donato.

Noel, por el contrario, se ganó una buena reputación dentro de la cárcel porque con sus historias lograba que los presos se mantuvieran distraídos de su realidad. Y así fue como escribió una novela en la que Darío no le mentía y le plagiaba, él no le empujaba y no mentía a la policía sobre que era un accidente o que fuera Donato el culpable. En su novela Darío terminaba su carrera, era feliz y se casaba con Ale, la chica de la que estaba enamorado.

Y él tenía éxito con su novela a la que llamaría No hay fronteras para el amor, dado que Philippe y Esmeralda eran de nacionalidades distintas que, para más inri, habían estado enfrentadas en guerra. Después del éxito de esa novela que lo catapultaría a la fama, escribiría muchas más y podría vivir de su escritura y devolverles a sus padres todo el esfuerzo que hicieron por él.

Unos padres que tuvieron que esperar a que su hijo cumpliera treinta y ocho años para verlo fuera de la cárcel.

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¡Y hasta aquí la historia de Darío y Noel! Espero que os haya gustado y os haya emocionado aunque fuera un poquito. 

Un beso muy grande a las administradoras de esta fantástica iniciativa: +Sara P. L. y +Gema Vallejo y también a mi compi +R. Crespo por tener tanta paciencia conmigo, ya que la ronda comenzó desde principios de febrero pero yo soy una despistadilla jajajajaja.

¡Hasta la próxima!

No se lo digas a nadie - Capítulo III

Presente. Febrero 2017:

—Se condena al acusado a veinte años de cárcel.

Hace 8 meses. Junio del 2016:


Darío:

El día de la entrega del relato para Creación literaria había llegado, Darío había trabajado muchísimo en su nuevo proyecto para intentar convencer a su profesor Ernesto que había aprendido y mejorado. Pero éste había vuelto a ridiculizar su obra porque seguía siendo demasiado infantil, su escritura era mediocre, seguía sin poner en práctica todo lo estudiado en sus clases teóricas y la trama seguía siendo poco creíble, incluso para un niño. Ernesto se cansó de repetirle que eso no era lo que quería y Darío se encontró sin opciones. Iba a suspender.

Por eso, hoy, cuando Darío recibió la llamada telefónica de su padre explicándole que si no aprobaba esa asignatura “de una maldita vez” le dejaría de pasar dinero, tendría que abandonar la carrera y buscarse un trabajo porque se negaba a pagar otra matrícula de esa “estúpida asignatura de mierda”. Las palabras de su padre calaron hondo en la mente de Darío que no paraba de repetirlas en su cabeza. Se negaba a volver a su casa sin carrera, le asustaba ser un fracasado y que, el resto de su familia, le humillara por no haber podido sacar una carrera tan fácil como esa. Sería una decepción para su padre que trabaja con escritores, para su madre, que también trabaja rodeada de libros. Y para él mismo. No podía permitirse ese fracaso y haría lo que fuera para demostrarle a su padre que se equivocaba.

Aprovechó que su amigo Noel había salido a correr por la mañana como hacía todos los días. Esta vez le dijo que no se preocupara si tardaba más de lo normal porque después de correr quería darse un baño en la playa con su hermano Donato, aprovechando la llegada del verano y del fin de las clases. Así que Darío dedujo que tendría más tiempo a solas en su casa, entró en la habitación de Noel y ahí, como si supiera lo que iba a hacer y le estuviera esperando, estaba el ordenador portátil de Noel encendido.

Tenía la pantalla apagada, pero solo bastó un movimiento del ratón para que la pantalla se iluminara de nuevo. Apareció el escritorio del ordenador y Darío se encontró con decenas de carpetas, cada una con el nombre de uno de sus relatos, donde, aparte del archivo en Word, también había imágenes de actores y actrices que representaban a los personajes, incluso dibujos, mapas, árboles genealógicos, resúmenes, portadas, información de investigación acerca de un hecho histórico u de otra índole y muchas cosas más. Darío se sintió algo abrumado desde el primer momento. No solo por la cantidad de información que había en el ordenador de su amigo, sino por el hecho de tomar conciencia de lo que estaba haciendo y de lo que iba a hacer: robarle una de sus historias a su amigo.

Una historia en particular le llamó la atención porque el título de la carpeta en la que estaba guardada era precisamente “Sin título”. Darío pensó que si esa historia no tenía título era porque, quizás, su amigo había comenzado a escribirla hacía poco tiempo y todavía no la había dado a conocer. A lo mejor era un proyecto que nunca acabó o algo en lo que estaba trabajando como hobby, algo para sí mismo y no para la universidad y, por tanto, había todavía menos posibilidades de que alguien conociera esa historia y se diera cuenta del plagio.

Sacó su pequeño pendrive de su bolsillo, lo abrió e insertó el objeto en el puerto USB del portátil de Noel. Copió la historia y lo dejó todo como estaba antes de que irrumpiera en la habitación de su compañero de piso. Volvió a su habitación, pasó la historia que acababa de copiar a su portátil y editó algunos detalles. Le dio nombre a la historia después de leerla. La tituló directamente “Las aventuras de Philippe Quinault”. En cuanto terminó de editar los detalles que creyó necesarios, pasó su revisión final de nuevo al pendrive y se dirigió a una papelería cercana a imprimir y encuadernar la novela terminada de Noel que contaba con 220 páginas.

Luego fue caminando hasta la universidad, que estaba bastante cerca, entró en la facultad de Filología y se dirigió al despacho del profesor Ernesto López. Ernesto no estaba, pues por las mañanas normalmente da clases, pero tiene un pequeño buzón en la puerta de su despacho en el que puedes dejar tus trabajos. Rezó porque le gustara y creyera que estaba bien. Al fin y al cabo, lo había escrito Noel y su amigo tenía un talento innato para la escritura.

Si suspendía entendería entonces que no era culpa de su buena o mala escritura, sino del profesor, que probablemente no le gustara Darío y, por eso, se valía de cualquier oportunidad para menospreciar su trabajo y pisotear su moral.

En su camino de regreso a casa, hizo una parada para reflexionar sobre lo que acababa de hacer. Si lo pillaban no solo significaba su expulsión de la carrera, sino de la posibilidad de volver a estudiar de nuevo, ya que siempre cargaría con ese sambenito. Pero lo que más le preocupaba de ser descubierto, era perder la amistad con Noel. Su amigo se sentiría defraudado y triste, y todo sería por su culpa. No podría volver a tener el mismo nivel de confianza y complicidad con él, si es que algún día decidía volver a dirigirle la palabra. Aunque ya le estaba perdiendo con su actitud de estos últimos meses, causada por los celos y la envidia.

Reanudó su camino de vuelta a casa desechando cualquier pensamiento negativo, siendo optimista y pensando que, en cuanto volviera a casa, intentaría volver a recuperar su amistad con Noel. Era algo que apreciaba y valoraba mucho como para echarlo a perder por los celos. Sobre todo, si conseguía salirse con la suya y aprobar esa asignatura, Noel no tendría que enterarse nunca de lo que había hecho.

Noel:

—¿Noel? —la voz al otro lado de la línea sonaba familiar, pero el joven no fue capaz de distinguirla.

—Sí. ¿Quién llama? —preguntó él intrigado.

—Soy el profesor Ernesto.

—¡Profesor! ¿Ocurre algo? —Noel se relajó al saber que era su profesor el que llamaba, pero seguía alarmado, dado que nunca antes le había llamado por teléfono.

—Sí, verás. Quería hablarte sobre algo muy delicado y espero que me digas que tú no sabías nada de esto. Pues no creo que seas tan idiota de pensar que no me daría cuenta.

—Ehm… —balbuceó Noel, no se esperaba esa respuesta— ¿Qué pasó?

—He recibido esta mañana una copia de tu novela, la que has escrito sobre tu antepasado. Está firmada bajo el nombre de Darío García Sastre. Soy consciente de que ambos fuisteis alumnos míos y, por tanto, os conocéis. ¿Ha podido tener acceso Darío a tu novela?

Noel se quedó de piedra, helado. Jamás hubiese podido imaginar que algo así pudiera ocurrir. ¿Darío plagiándole? La sorpresa le hizo quedarse en silencio unos segundos, hasta que finalmente respondió.

—Sí.

Noel tenía lágrimas en los ojos por la tristeza los puños cerrados de la rabia. Aunque seguía habiendo algo de incredulidad. Darío era su amigo. Su mejor amigo.

—Era lo que imaginaba. Necesitaba tu confirmación. Tengo que hacerte otra pregunta: ¿Tuvo Darío tu permiso para copiar tu novela?

—No, nunca haría algo así —Noel se limpió las lágrimas que bajaban por su cara y se sentó en el sofá que tenía al lado.

—Vale, pues… Lo siento mucho, hijo. Entiendo que te sientas traicionado, pero guarda la calma. Yo me encargaré personalmente de llamar al decano y, a partir de ahí, solo será cuestión de papeleo burocrático el expulsar a este alumno de la universidad.

—Gracias —respondió Noel y colgó el teléfono rápidamente.

Noel permaneció sentado en el sofá. Su hermano había salido a comprar a un supermercado cercano y tardaría un rato en volver. Pensó que así era mejor, pues nadie lo vería llorar. Su llanto no se debía a que alguien hubiera plagiado su obra, eso era lo de menos, porque tenía cómo demostrar que él era el autor de esa historia. Su dolor era causado por la persona que le había plagiado: Darío, su mejor amigo.

En ese momento se oyeron unos pasos cerca de la puerta de su casa. Luego se escuchó cómo la llave entraba en la cerradura y en un instante los dos chicos quedaron cara a cara.

—¡Noel! —exclamó Darío que no esperaba encontrarse con su amigo de frente al abrir la puerta.

—¿De dónde vienes? —preguntó Noel, que ya sabía la respuesta, pero quería ver hasta donde era capaz de mentir su amigo.

—De la uni, he salido a entregar mi relato a Ernesto —respondió Darío algo nervioso.

—¿Tu relato? —demandó Noel con rapidez.

—Sí, había que escribir un relato para su asignatura, ¿recuerdas? Hoy se entregaba —Darío se sintió aún más nervioso e inquieto, ¿era posible que Noel supiera la verdad?

—Ah, sí, claro. ¿De qué escribiste tu relato? —volvió a preguntar Noel con intenciones de que Darío confesara.

—Sobre un mundo imaginario —respondió él recordando su primer intento de novela que su profesor rechazó— donde no existía la violencia y todo el mundo vivía feliz.

—¿En serio? —Noel se sorprendió al escuchar las palabras de su amigo por dos razones: pensaba que estaba mintiendo e inventándose todo eso en el momento y porque, de ser verdad, sabía que a su profesor no le gustaría una trama como esa.

—Sí, puedo enseñártelo si quieres —concluyó Darío, que todavía guardaba una copia en su ordenador.

—¡Claro! —exclamó Noel— ¿Podrías enseñármelo ahora mismo? —exigió.

—Esto… Sí, cómo no —Darío comenzó a sudar porque en su ordenador, no solo tenía esa historia de la que le había hablado a Noel, sino la copia que había hecho de Las aventuras de Philippe Quinault. Además, su historia del mundo imaginario estaba inacabada.

—¿Tienes una copia impresa? Me gustaría poder leerla cuanto antes, seguro que me gustará —comentó Noel intentando sonar todo lo sarcástico posible.

—Noel, yo… —Darío no sabía qué mentira contarle a su amigo para no tener que enseñarle su obra sin terminar ni que este viera la copia que tenía en su ordenador de su historia— No, no la tengo impresa. Te la pasaré luego por pendrive, ¿vale? Ahora voy a comer algo que tengo mucha hambre.

—¿Así fue como me plagiaste? —preguntó Noel dejando helado a Darío— ¿Utilizando un pendrive?

—¡Ey! —exclamó Darío intentando que su amigo dejara de avanzar hacia él— No fue mi intención, ¿vale? No quería copiarte, no quería hacerlo, de verdad. Tienes que creerme. Pero no sabía qué más hacer para aprobar. Lo siento.

—Pues tu esfuerzo no valió para nada —respondió Noel soltando el primer puñetazo a la cara de su amigo.

—Noel, escucha. Lo siento, ¿vale? —rogó Darío antes de ser empujado contra la puerta por la que había entrado— ¡Oye! No tenemos por qué hacer esto. Pediré perdón a Ernesto, repetiré la asignatura —Noel le dio un segundo empujón ahora contra la pared.

Darío siguió moviéndose y llegaron a la cocina.

—Eso está claro —anunció Noel— Fue Ernesto quién me llamó para decirme que me habías plagiado —Noel volvió a empujar a Darío contra los muebles de la cocina—. Es mi profesor de Recursos literarios, la segunda parte de Creación literaria. Y adivina qué —solicitó Noel antes de darle otro empujón a Darío, pero esta vez su compañero se le escapó.

—No lo sabía, lo siento. No quería hacerte daño o causarte un problema con Ernesto. Hablaré con él y le contaré lo que pasó. De verdad, lo siento —imploró Darío una vez más.

—Ernesto lo sabe, sabe que me plagiaste porque cada semana le entregaba un borrador con los nuevos cambios. Pero eres tan idiota que plagiaste justamente esa novela, la novela sobre mi familia —reveló Noel antes de darle otro empujón a Darío, pero esta vez se aseguró de ser certero.

El impulso de ese empujón hizo que Darío cayera sobre un mueble con las esquinas en filo. En el preciso momento que Darío cayó al suelo, se formó un charco de sangre que salía de su cabeza, justamente en la brecha donde se había golpeado con el borde de ese mueble.

Noel entró en pánico, intentó reanimar a su amigo, pero el charco de sangre se hizo más y más grande y Darío no despertaba.


El joven escritor corrió al sofá donde había dejado su móvil después de hablar con su profesor y llamó a su hermano Donato. Le contó lo que había pasado y Donato corrió a la casa de su hermano solo para confirmar que Darío había muerto.

No se lo digas a nadie - Capítulo II

4/3/17



Presente. Febrero 2017:

—¿Cómo se declara el acusado?

—Culpable.

Hace 9 meses. Mayo del 2016:


Darío:

El joven Darío, amante de la literatura, de padre editor y publicista y de madre investigadora, se encontró así mismo llorando por enésima vez en su cama, en posición fetal y con el portátil delante. Pero esta no era una vez más de las tantas que se frustraba por no haber podido escribir nada decente, esta vez se trataba de una decepción mayor. En el último mes, con la ayuda de todos los cursos y de toda la gente con la que contactó, el joven consiguió redactar unas páginas que serían el borrador de su relato para la asignatura de Creación literaria.

El mínimo de páginas exigidas por el profesor era de cien, lo que parecía demasiado, pero Darío, entusiasmado por primera vez con la idea de un mundo fantástico y mágico donde no existía la violencia y todo era una especie de utopía infantil, había llegado a escribir cerca de setenta. Dado que solo quedaba un mes para presentar la obra y ya tenía tal cantidad de páginas, decidió hacerle una visita a Ernesto, su profesor, para entregarle una copia de su trabajo.

El dicente, de unos sesenta años, se colocó las gafas de vista y comenzó ridiculizando la trama que había decidido desarrollar Darío, que se defendió diciendo que no era tan importante el género literario como la propia creación. Al fin y al cabo, de eso trataba la asignatura. Pero Ernesto continuó explicando que había que seguir unas pautas, que el relato debía contener elementos estudiados en clase y recalcó que no había ninguna mejoría en la escritura de Darío respecto al año pasado. Por tanto, aunque cumpliera con el mínimo de páginas antes de junio, seguiría estando suspendido por culpa de la calidad del contenido, no de la cantidad.

Darío volvió a defender su obra, habló de su protagonista y fue entonces cuando el profesor dio un golpe sobre la mesa y profirió que para héroes ya estaban los cuentos infantiles. Su tono enfurecido descolocó a Darío, que no sabía que su obra pudiera enervar tanto a alguien. Entonces, pensó que, a lo mejor, no era su obra sino él mismo, su ineptitud e incompetencia para escribir, lo que desesperaba a su profesor. Y volvió a casa sintiéndose el ser más miserable de la tierra.

A la mañana siguiente Darío despertó con un gran dolor de cabeza, era la primera noche que no pasaba frustrado por no saber de qué ni cómo escribir o finalmente escribiendo. Así que despertó antes de lo que Noel estaba acostumbrado y tuvieron la oportunidad de desayunar juntos como hacía tiempo solían hacer.

Darío seguía avergonzado por sus constantes fracasos, así que hizo lo imposible por evitar hablar del asunto con su amigo. No tanto por falta de confianza, sino por complejo. Los dos chicos se bebieron una taza de té caliente con pan recién hecho. Hablaron del relato que estaba escribiendo Noel, de Donato que seguía en su casa porque había tenido una pelea con su novia, de un concierto de un grupo al que ambos admiraban y al que querían ir, de la chica que le gustaba a Darío y de las últimas noticias del telediario.

Después del desayuno Darío decidió dar una vuelta, reflexionar sobre lo que haría si suspendía Creación literaria, y así lo hizo. Caminó hasta el Centro Comercial más cercano, recorrió algunas tiendas, aunque no tenía interés alguno en lo que estaba mirando. Después, compró una entrada para ver una película porque pensó que eso le despejaría.

Al contrario, dentro del cine, en la oscuridad de la sala, volvió a su mente su historia, los personajes que había creado y se entristeció. Su tristeza no estaba causada tanto por el fracaso de su trabajo como por el hecho de que nadie tendría nunca la oportunidad de leer esa historia a la que tanto cariño le puso.

Al marcharse pensó que quizás podría reescribir su historia o hacer otra nueva. Salió decidido a no dejarse vencer y regresó a casa. Por primera vez en mucho tiempo, Darío estaba deseando ponerse a escribir. Volvería al despacho de su profesor cuando tuviera algo nuevo y le demostraría que, al menos, lo estaba intentando y que le importa aprobar. Si para junio no lo conseguía seguía teniendo julio. Pero su subconsciente le decía que lo tenía todo bajo control, que lo iba a conseguir y que, por fin, podría avanzar en su carrera.

Noel:

Eran las cuatro y media de la tarde cuando Noel decidió regresar a su casa de la biblioteca municipal después de haberse pasado el día entero, sin hacer una pausa para comer, escribiendo su segunda novela. Normalmente siempre escribía en casa, pero en el último mes, con la compañía de su hermano, siempre se dejaba distraer y nunca acababa de cumplir con su reto personal de 2000 palabras diarias.

Había superado su pequeño bloqueo de escritura cambiando algunas cosas de su rutina diaria, por ejemplo, ahora cuidaba mucho más su dieta, salía a correr también por las noches, intentaba dormir ocho horas seguidas y ya no se levantaba tan temprano, para dejarle un poco más de tiempo a su cuerpo y mente para descansar.

Al menos eso era lo que hacía los días laborales, los fines de semana como este, en cambio, pasaba el día entero en casa con Donato o salía con él a comprar o a acompañarle a algún lugar porque le daba pena dejarlo solo. Donato sacó provecho de eso para pasar más tiempo con su hermano pequeño, pues, a pesar de saber que lo estaba alejando de sus responsabilidades y se sentía culpable por ello, disfrutaba mucho de esos momentos con Noel.

Su relato sobre el bullying había conseguido la máxima puntuación, gracias al respeto que Noel sentía sobre el tema, ya que decidió investigar un poco más y entrevistar a una víctima real de bullying. La entrevista formó parte del relato y la acompañó de una reflexión.

Pero esto que estaba escribiendo era algo nuevo, fresco y que le ilusionaba de verdad. Se trataba de una historia sobre sus antepasados franceses. Cada día investigaba un poco más acerca de la Francia del siglo XVII y XVIII. Sabía que uno de sus antepasados nació en París y que, en 1635 llegó a España para luchar en la Guerra franco-española, se enamoró y decidió quedarse en España, a pesar de la victoria francesa. 

Noel se puso en el lugar de ese hombre cuyo nombre real desconoce, pero al que bautizó en su novela como Philippe Quinault. La novela narra su experiencia en la guerra, su primer encuentro con Esmeralda Castillo y toda su aventura hasta su resolución de quedarse en España para siempre y formar una familia. 

Una hora más tarde, Noel llegó a casa. Su hermano y Darío estaban viendo una película. Sobre la mesa había cajas vacías de pizza, latas de refresco y bolsas de patatas fritas también vacías. Se sorprendieron cuando Noel abrió la puerta de su casa y saludó, pues no se lo esperaban “tan temprano”, lo que indicó que habían perdido la noción del tiempo, pues ya estaba a punto de anochecer. Pero era imposible que lo supieran con las ventanas y persianas cerradas.

—¡Déjalas cerradas! —ordenó Darío cuando Noel se dispuso a subir las persianas.

—Está todo muy oscuro, parece que vivís en una cueva… o en una pocilga —comentó el chico mirando a la mesa llena de basura.

—Lo limpiaremos después —explicó Darío.

Noel dio por finalizada la conversación. Se dirigió a su cuarto, dejó su portátil sobre la mesa de su escritorio y se fue a prepararse algo de comer. Lo que también incomodó a los cinéfilos que estaban en el sofá viendo la película en, lo que parecía, el punto álgido de la historia. Lo cierto es que Noel estaba algo celoso de la relación que estaban construyendo su hermano y su mejor amigo porque se sentía apartado. Su hermano seguía queriendo pasar tiempo con él, pero como Noel no podía pasar tanto tiempo como le gustaría con Donato, se juntaba con Darío. Y eso era lo que más le molestaba. Darío y él habían sido buenos amigos, habían congeniado perfectamente en menos de una semana y sentían como si se conocieran de toda la vida. Pero desde hacía varios meses, Darío ya no era él mismo. Pasaba las horas encerrado en su habitación, dormía hasta el mediodía y ya no quedaba con ninguno de sus otros amigos. Y las veces que había intentado acercarse a él para hablar, Darío lo había rechazado, a veces, con malas contestas o con indiferencia a su preocupación.

No entendía por qué con su hermano era tan amable y se comportaba como el Darío de siempre y, cuando él estaba delante, se volvía antipático y desagradable.

El joven se calentó un poco de pasta y se fue a su habitación a comer, ya que en el salón-comedor Donato y Darío seguían con la película y no quería molestarles ni que ellos le molestaran. Encendió el portátil y abrió de nuevo su novela que aún seguía sin título. Mientras comía iba releyendo lo que había escrito durante el día, corrigió algunos signos de puntuación, cambió algunas palabras que se repetían a lo largo de los capítulos por otros sinónimos y, finalmente, le mandó el borrador a su profesor Ernesto.

Buenas tardes,

Le escribo para confirmarle que me he decidido a escribir como proyecto final de su asignatura, el relato histórico que le comenté porque me siento más atado a esta historia. Como puede ver aún no tiene nombre y tampoco está acabada todavía.

Un saludo,

Noel.

El joven le adjuntó una copia de su relato y envió el correo a su profesor. Ernesto había sido su profesor desde la asignatura de Creación literaria meses atrás. Ahora, en este segundo cuatrimestre, le daba otra asignatura llamada Recursos literarios que servía para darle consejos a los escritores de cómo escribir, pero también de cómo escribir bien, de forma coherente y concisa. Era una asignatura complicada, Noel tenía que poner en práctica toda la teoría en su relato y, de momento, lo estaba consiguiendo con su novela sin nombre, pues, a pesar del lío de fechas y de hechos históricos, consideraba que su historia estaba lo suficientemente bien narrada como para no perder al lector, dándole los datos históricos necesarios, pero sin convertir el libro en una clase magistral de Historia.

Se sentía orgulloso de Philippe Quinault y de la historia que había desarrollado para su personaje. Lo sentía como un homenaje, a pesar de que no queda rastro de él, ni siquiera ha perdurado su nombre real. Leyó un poco más de historia francesa del siglo XVII en Internet y dejó su ordenador encendido sobre la mesa, como hacía siempre y luego se dio una ducha y cayó rendido en la cama.

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¡Aquí está el 2º capítulo! Espero que lo hayan disfrutado tanto como el primero. Ya saben que mañana toca doble capítulo: 3 y 4. Esta historia pertenece a Blogs colaboradores y +R. Crespo es la encargada de reseñarla. Pero podéis sentiros libres de hacer una pequeña reseña o crítica en vuestro blog si os apetece. 

Un saludo.

No se lo digas a nadie - Capítulo I

3/3/17


Presente. Febrero 2017

—Tienes que parar esto.

—Sabes que no puedo. Si cuento la verdad ahora, volverán a abrir el caso y tu vida estará en peligro. Tenemos que seguir con el plan.

—Pero… Lo hice yo. Yo le maté. Yo debería de estar aquí y no tú.

—¡Calla, te pueden oír! Tú tienes una vida por delante, una carrera y un talento innato. Úsalo. Haz que todo esto valga la pena….

10 meses antes. Abril del 2016:

Noel:

La alarma del móvil de Noel rompió el inusual silencio de su casa. Quizás porque eran las cinco de la mañana y su compañero de piso, Darío, aún dormía. Y seguiría durmiendo hasta las 12, más o menos. El joven apagó la alarma y se desperezó antes de ponerse su ropa de deporte. Estiró un poco sus músculos antes de salir y luego cerró la puerta con cuidado para no hacer ruido. El frío de la calle lo sorprendió y decidió que lo mejor era saltarse los diez minutos de trote y comenzar a esprintar lo antes posible para entrar en calor. Su capacidad de abstracción cuando hacía deporte le permitía tener la mente clara el resto del día y, además, le ayudaba con su insomnio y con el temido y famoso «bloqueo del escritor» en el que llevaba estancado unas semanas.

Noel estudiaba Literatura en la Universidad Augusto I, había empezado varios meses atrás, este era su primer año, y, por el momento, estaba encantado. Aunque los exámenes lo habían estresado tanto que, ahora, una vez aprobado todo, su mente no podía volver a concentrarse al mismo nivel para poder escribir. Primero necesitaba un descanso, una temporada sin hacer nada, unas vacaciones. Pero nada más lejos de la realidad, sus profesores continuaban mandando más y más trabajos, uno de ellos era el que más preocupado le tenía: un relato sobre el bullying. Sus profesores pretendían que con ese relato los alumnos pudieran ponerse en el lugar de las víctimas para intentar acabar con esa problemática que se estaba dando por toda la Universidad, a la vez que les hacía escribir un relato, que era uno de los objetivos de la materia. Pero Noel, abrumado por la magnitud del tema, y porque no quería “meter la pata” con algo, más el hecho de que su cerebro estaba demasiado agotado para ponerse a crear una historia, no pudo avanzar más de una página: la del título y su nombre.

Al volver a su casa faltaban quince minutos para las seis. Volvió a estirar y se dio una ducha de agua caliente. Normalmente a esa hora preparaba el desayuno para él y para su amigo, y compañero de piso, Darío, pero éste llevaba alrededor de dos meses acostándose de madrugada, coincidiendo en una ocasión la hora de acostarse de Darío con la hora de levantarse de Noel. Y luego dormía hasta el mediodía o hasta la hora de ir a clase.

Así que se sentó en la mesa a desayunar solo mientras observaba las noticias. En ese momento le pareció oír que su móvil vibraba, fue a buscarlo y tenía una llamada perdida de su hermano mayor. Noel cogió su teléfono, fue hasta el balcón de la casa para tener mejor cobertura y no molestar a Darío con su conversación y le devolvió la llamada.

—¿Don? ¿qué pasó? —preguntó Noel algo inquieto porque era muy temprano para recibir cualquier llamada.

—Buenos días, ¿eh? —respondió el bromista de su hermano que estaba acostumbrado a la poca formalidad del pequeño de la familia.

—Buenos días, ¿qué tal estás?

—Estoy bien, imaginé que ya estarías despierto y quise llamarte para darte una buena noticia.

—¿Ah, sí? Déjame adivinar: ¿Inés está embarazada? —preguntó esperanzado Noel que estaba desesperado por convertirse en tío.

—¡Dios me libre! No, no es eso. Estoy en la ciudad —respondió Don rápidamente.

—Y… quieres quedarte en mi casa —dijo Noel en tono afirmativo, pues, aunque su hermano no se lo hubiera pedido sabía que lo iba a hacer. Además, para el hermano pequeño era un lujo volver a vivir con su hermano mayor, aunque fuera por unos pocos días.

—Pues sí, la verdad, para qué engañarnos… ¿Me puedes pasar a buscar?

—Está bien, no es que tuviera que estudiar ni hacer ningún trabajo ni nada, ¿sabes? —añadió Noel con ironía antes de colgar y de fondo pudo escuchar la risa de su hermano.

Donato era un chico muy alegre y risueño, prácticamente fue él quien crió a Noel mientras sus padres trabajaban. Así que ahora sus deseos de tener un hijo y volver a cuidar de alguien eran inexistentes.

Darío:

Ya eran las doce del mediodía cuando a Darío le sobresaltó la voz de un extraño riéndose al otro lado de la puerta de su habitación. El extraño continuó su charla y el corazón de Darío se aceleró. Se levantó de la cama y corrió a abrir la puerta. Frente a él tenía a un hombre que debería tener unos veinticinco años o más. Llevaba una gorra y ropa de estilo rapero. Los jóvenes intercambiaron miradas durante unos tres segundos antes de que Noel apareciera al lado de Don, el hombre que había inquietado a Darío.

—¡Hola! Darío, te presento a mi hermano Donato. Don, este es Darío, mi compañero de piso.

Darío sonrió aliviado y le estrechó la mano al hermano de su amigo.

—¿Van a la misma clase? —preguntó Don, ya que su hermano no contaba nunca nada sobre sus amigos.

—No, yo estoy en segundo de Estudios Hispánicos, pero repetí Creación literaria, una asignatura que tienen en común las dos carreras. Y ahí nos conocimos.

—¡Qué bien! Hoy tienen clase, ¿no? —preguntó Don al que se le hacía raro que todavía estuviera durmiendo.

—Sí, ya debería de ir preparándome —respondió Darío —¡Encantado!

—Igualmente —contestó Don agradecido de que su hermano tuviera un compañero de piso con modales, aunque durmiera hasta el mediodía.

Darío se metió rápidamente en el baño, se dio una ducha y volvió a su cuarto para vestirse. En parte agradeció que le hubieran despertado porque si hubiese sido por él, volvería a dormir hasta la hora de irse a clase. Era algo que odiaba, pero no podía remediarlo, aunque quisiera. El joven se pasaba las noches en vela intentando escribir algo para su relato de Creación literaria. Era la asignatura que había repetido. La comenzó por segunda vez en septiembre cuando empezaron las clases, pero volvió a suspenderla y corría el riesgo de suspenderla de nuevo en junio si no escribía un relato que se adaptara a lo que el profesor le pedía. Se sentía frustrado y muchas veces había intentado abandonar la carrera solo por esa asignatura.

Su amor por las letras no era como el de su amigo Noel. A Darío le gustaba leer, sobre todo literatura clásica porque era lo que había leído desde pequeño, salvo en su adolescencia que descubrió la literatura juvenil y no descansó de ese género hasta entrados en los veinte. Luego recuperó su gusto por la literatura clásica y ahora es lo único que lee. Le apasiona todo lo que tiene que ver con ella y se siente reflejado en su madre que es profesora de universidad y que trabaja en el departamento de Filología Hispánica, aunque nunca la ha tenido como profesora porque ella se dedica más a la labor de investigación. Y así es como se ve él a sí mismo, trabajando en el mismo departamento que su madre.

Pero para lograrlo, también le piden que se le dé bien escribir. Y es algo injusto, pues, a pesar de todos los libros que ha devorado desde niño, su imaginación y su creatividad son reducidas, o, al menos insuficientes para escribir un relato. Y aunque por su cabeza pasara la mejor de las historias jamás imaginadas, era incapaz de poner en orden sus ideas y de llevar a la realidad lo que estaba solo en su mente. Su vocabulario era exquisito, su dominio de la gramática española y de la sintaxis eran intachables, pero su capacidad de escribir no estaba ahí. La había intentado buscar, pero no estaba. Así que cada noche se enfrentaba a la hoja en blanco y lloraba angustiado. Después de unas semanas de depresión tras el suspenso en este segundo intento de aprobar la materia, se deprimió bastante y fue cuando comenzó a pasar las noches en vela intentando averiguar cómo hacer una buena historia. Se metió en foros de Internet, se apuntó a cursillos que, gracias al dinero de su familia, pudo permitirse. También contrató a una editora profesional que asesoraba a estudiantes y escritores. Pero todo eso fue en vano. Nada dio sus frutos. Y ahora tenía miedo de que lo que hiciera no fuera suficiente, que, después de tanto y tanto esfuerzo, volviera a suspender.

Había intentado ocultar su situación a su compañero de piso y amigo Noel, al que le tenía mucho aprecio, pero también mucha admiración. Sabía que Noel había presentado como proyecto final de esa asignatura, de Creación literaria, un borrador de lo que sería su siguiente novela. Y que le había pedido a su profesor que fuera crítico con la corrección porque le ayudaría a mejorarla para presentarla a una editorial. Había sentido mucha envidia al verle llegar a casa con más de trescientas páginas encuadernadas. Pero también se alegraba por él y le había prometido una visita a la editorial de su padre donde podía presentarle su borrador.

Después de vestirse, Darío salió de su habitación para comer y luego decidió preparar su mochila e ir a clase. La clase empezaba en una hora y media, Noel y él solían salir juntos y llegaban en diez minutos caminando. Pero como hacía tanto tiempo que Noel y Don no se veían, pensó que sería mejor dejarles un rato a solas para que se pusieran al día.

En su camino se tropezó con la guapísima de Ale, una compañera de clase por la que Darío comenzaba a sentirse atraído. La joven se paró a saludarle y luego caminaron juntos hasta la cafetería donde continuaron su charla hasta que empezara la clase. La chica también se sentía igual respecto a Darío, pero él era tan tímido que nunca dijo nada y nunca se dio cuenta. Pero si hubiera prestado atención al lenguaje no verbal de Ale, se habría percatado de que era correspondido.

En el momento en el que Darío sacó su cuaderno, se puso serio. Pues, se dio cuenta de que había metido el cuaderno equivocado en su mochila. Ese cuaderno era el de Creación literaria donde tenía todas sus ideas apuntadas y tachadas.

—¿Por qué lo tachas todo? —preguntó intrigada Ale.

—No es nada —respondió él cerrando el cuaderno.

Sacó unos folios blancos de su mochila para tomar los apuntes de la asignatura que estaba a punto de comenzar y agachó la cabeza evitando contacto visual con la bella chica que tenía a su lado.

—Está bien —dijo ella algo molesta e imitó el comportamiento de su compañero.

Ambos se concentraron en la clase y no volvieron a dirigirse la palabra hasta que salieron del aula y se despidieron.

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¡Hola! Espero que les haya gustado el primer capítulo. Como +R. Crespo es la que tiene que reseñarme y a ella ya le mandé la historia completa por correo electrónico para que pueda ir adelantando la reseña, he pensando que a ustedes os puedo ir dejando con la intriga capítulo. Mañana sábado publicaré el 2º capítulo y el domingo, el 3º y 4º.

¡Un besote! :)
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