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De corazón - Capítulo II


Capítulo II


Bienvenida, señorita Landry. Tome asiento por favor me dijo la ayudante de Lucrecia Strauss mientras se dirigía a buscar a su jefa y me dejaba sola en una sala de espera.
¿Señorita Landry? preguntó detrás de mí una voz grave de mujer.
Soy yo dije poniéndome en pie y tendiéndole mi mano a esa señora que inmediatamente apodé en mi cabeza como ‘la mujer mala de la que habla Travis’.
Bienvenida al reformatorio, le agradezco la confianza que ha puesto en mí al venir aquí, ya sabe, últimamente no se oyen cosas muy buenas de este lugar.
¿Se refiere a los comentarios de los padres de los niños en televisión? abordé el tema sin rodeos, como si supiera de lo que hablaba, pero no me interesara lo más mínimo.
Eh… sí, claro. Son comentarios muy duros y nada ciertos, por eso le agradezco la confianza.
Entonces de nada dije con la mejor de mis sonrisas. Bueno, no sé si su ayudante le comentó que estoy aquí porque quiero internar a mi hija.
Sí, algo me había comentado, ¿qué edad tiene su hija? no existía tal hija, pero me había creado a una ficticia con nombre, edad y lugar de nacimiento. Hasta le había imaginado alergias y anécdotas graciosas por si me tocaba mentir más de la cuenta, hacerlo rápido.
Tiene cinco años, se llama Lorelai Landry y no sabe lo inquieta y desobediente que es.
Me imagino, querida dijo ella como si fuese la persona más comprensiva y buena del mundo. Cínica, pensé sin dejar de sonreír.
Bueno, antes de nada me gustaría saber cómo suelen corregir los malos comportamientos de los niños en este reformatorio. —Volví a atacar como si nada, como si aquellas preguntas fueran totalmente naturales y no tuvieran nada que ver con la fuga de unos niños.
Claro. Es lógico. Verá, en este reformatorio tenemos por costumbre someter a los niños a castigos en los que se les permite reflexionar para comprender que lo que hacen está mal. También tenemos psicólogos que hablan con ellos y diferentes actividades donde conocen a otros niños como ellos, para que sepan que no son los únicos y que pueden cambiar.
¿Y esos castigos a veces son físicos? pregunté de nuevo sin rodeos, pero esta vez noté a Lucrecia Strauss algo tensa y decidí mentir de nuevo sobre mi querida e inexistente Lorelai. Yo a veces no tengo otra opción que darle a mi hija alguna que otra nalgada para que deje de llorar y patalear, es insufrible. de pronto la noté de nuevo cómoda hablando conmigo.
Pues sí, para qué negarlo, a veces no nos queda de otra que pegarle, como usted dice, alguna nalgada.
Claro. Una última cosa, señora Strauss: ¿sabe si sus ayudantes también usan esos… métodos… de castigo con los niños?
No, siempre superviso a mis ayudantes. Soy la única que de vez en cuando les enseño a comportarse como es debido con alguna nalgada.
Muy bien, mientras que solo sean unas nalgadas… a Lucrecia se le desencajó la cara, pero sonreí de nuevo y me puse en pie. Volveré otro día con mi hija para que os conozca y dejarla finalmente internada aquí.
Perfecto me imitó y se puso en pie. Ya nos volveremos a ver entonces. Ha sido un placer señorita Landry.
El placer ha sido mío, por fin encuentro a alguien que sé que puede hacerse cargo de mi rebelde hija.
Aquí siempre contará con nuestro apoyo, querida. Hasta pronto.
Hasta pronto.

Salí de aquella sala de espera y me encontré de nuevo a la ayudante de Lucrecia Strauss que intentaba tranquilizar a unos padres. Entre las inaudibles palabras de la ayudante, creí escuchar un nombre que me resultó familiar: Beaufort. Entonces mis ojos se clavaron en los de la madre: azules e intensos como los de Travis. Mi corazón comenzó a latir como un loco y me temblaron las piernas, pero seguí caminando y logré bajar las escaleras del edificio agarrándome con firmeza a la barandilla.

Una vez en la calle, escuché el reloj de la catedral del fondo marcando la una de la tarde y caminé hacia un taxi que vi aparcado con el cartel de libre. Le hice una pequeña señal y el taxista se acomodó en su asiento para recibirme. Yo, mientras, buscaba en mi bolso la cámara de vídeo que había grabado toda la conversación con Lucrecia Strauss. La confesión no era gran cosa, pero si lograba alguna prueba más, se convertiría en algo muy valioso para hundir a esa mujer.

Abrí la puerta y respiré el aire cálido del interior del taxi. Noté como la punta de la nariz y las orejas se calentaban al entrar dentro y me froté las manos para hacerlas entrar también en calor. Le di mi dirección al taxista y me acomodé en el asiento, poniendo el bolso sobre mis muslos para buscar la cámara y comprobar que todo se había grabado.

Efectivamente, el vídeo tenía un sonido inmejorable y se veía perfectamente la cara de Lucrecia al hablar, pues había tenido tiempo de colocar bien el bolso en lo que la ayudante de Lucrecia tardó en irla a buscar.

Ya en casa preparé un buen almuerzo mientras escuchaba algo de música. Me encanta cocinar, pero o encuentro trabajo ya o tendré que cocinar con aire, me decía en voz alta cuando escuché sonar el timbre. ¿Quién será? Aquí no tengo amigas, mis vecinos son viejecitos a los que viene de vez en cuando una asistente a cuidar y de resto, no conozco a nadie.

Abrí la puerta y di un respingo hacia atrás.

Travis, ¿qué haces tú aquí? mi pregunta le incomodó, pensaba que me iba a alegrar más. Me alegro de verte, pero ahora te busca la policía y si te encuentran rondando por aquí o alguien te ve… me meterán en un lío a mí, ¿lo entiendes?
Sí, perdona su disculpa fue sincera y le hice pasar antes de que alguien le viera.
¿A qué has venido?
Quería saber si habías ido a hablar con la mujer mala.
Así es, fui a hablar con ella. Pero hice algo que no tenía pensado hacer esta mañana, fue algo que se me ocurrió de repente.
¿Qué cosa?
Grabar en vídeo a Lucrecia diciendo que pega algunas nalgadas a los niños.
¿En serio? sus ojitos se iluminaron de pronto de alegría. Pero no son unas nalgadas, a Rob un día le dejó el ojo violeta.
¿Quién es Rob?
El chico mayor, tiene diez años.
Sí, creo que ya sé quién es. Oye, Travis, y tú ¿qué edad tienes?
Tengo cinco años y medio.
Pues eres un niño muy listo para tener cinco años… dije sonriendo ampliamente.
Gracias, y tú ¿qué edad tienes?
Veinticuatro, pero pronto cumpliré veinticinco.
Pues pareces más joven se rió enseñando sus dientitos de leche y de pronto, me abrazó.

Le respondí al abrazo con un beso tierno en su cabecita y entonces me acordé de su madre. No era yo, él ya tenía una y yo la había visto esa misma mañana, preocupada por saber dónde estaba su hijo.

Travis, tengo algo que contarte comencé algo nerviosa. Hoy, cuando fui a visitar a Lucrecia, me encontré con alguien más.
¿Con quién? preguntó extrañado.
Con una mujer rubia, de pelo ondulado, alta, delgada y con los ojos azules como tú. Iba acompañada de un hombre, pero a él no le vi la cara. Creo que podía ser tu madre porque la ayudante de Lucrecia hablaba con ese hombre al que no le vi la cara y lo llamó señor Beaufort.
No dejes que me lleven con ellos ni con Lucrecia, June, por favor Travis se echó a llorar en mi regazo y me abrazó con más fuerza. June… por favor… repitió.
Está bien, tranquilo, ¿por qué no quieres que te lleve con tus padres? Estarán preocupados…
No, ellos no.
¿Qué pasa, Travis?, ¿también te pegan? Necesito saber qué ocurre para poderte ayudar.
Mi padre siempre está diciendo que soy tonto y mi madre me pega cuando está enfadada. Mi abuelo era el único que me quería, por eso vivía con él, pero cuando se fue al cielo y tuve que vivir con mis padres, decidieron que era mejor mandarme a ese sitio con la mujer mala.
Pues ahora estás conmigo, Travis. Y yo siempre te protegeré.
¿Me lo prometes? me preguntó limpiándose las lágrimas con la manga del suéter.
Te lo prometo.
Oye, ¿no huele a quemado?
¡¡La comida!!

Toda la comida estaba achicharrada. No podía salvarse nada. Abrí la ventana para que saliera el humo y entrara aire fresco mientras con la mano apartaba el humo espeso de la cara y buscaba una libreta que siempre guardo en el cajón de los cubiertos. Volví a salir al salón y allí estaba Travis de pie, esperando a que saliera para saber qué pasaba.

La comida se me ha quemado y no tengo nada más que cocinar, así que si quieres podemos llamar a un restaurante para que nos traigan la comida a aquí.
¿Vamos a comer juntos? preguntó entusiasmado.
¡Claro! Anda, enciende la televisión y pon dibujos mientras yo llamo al restaurante, ¿te gustan los calamares?
No… hizo un gesto de asco.
Aquí toda la comida es pescado, mejor llamo a otro sitio, ¿pizzas?
¡Sí! Me encantan las pizzas alzó las manos haciendo aspavientos para demostrar su entusiasmo.

Marqué el número y me entretuve hablando con la chica que me atendió porque no sabía dónde quedaba mi casa. Cuando me aseguré de que la chica había apuntado bien la dirección, colgué y fui de nuevo al salón donde Travis estaba pegado a la televisión mirando fijamente algo. Me fijé el qué. Eran las noticias del mediodía, salía una periodista en el parque donde había pasado yo esa noche con Travis y sus amigos y un rótulo debajo que decía que la policía había dado con los niños.

¡June! exclamó al verme.
¿Qué ha pasado?
La policía los descubrió hace un rato, están todos en coches de policía y los van a llevar con la mujer mala se echo a llorar de nuevo.
Ey, Travis, sé que esto es duro pero no podemos hacer nada por tus amigos. La mejor manera de ayudarlos es seguir ocultándonos para conseguir las pruebas que necesitamos, ¿vale?
Pero hay que evitar que vayan con ella…
De momento tenemos que preocuparnos por nosotros, tus amigos saben donde vivo, ¿crees que se lo dirán a la policía?
No lo sé dijo Travis. Y luego sonó el timbre de la puerta.


1 comentario

  1. Qué listo es Travis para su edad! Qué mono es :) Espero que saquen a sus amigos pronto del internado ese, pobres... Me caen mal Lucrecia y los padres del niño, baah ¬¬

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