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Red Velvet - I Capítulo: Deuda [Extracto]



Carla deshacía su maleta mientras escuchaba las risas de unos niños a través de la ventana. La habitación era pequeña, pero acogedora. Y la casa en sí era bonita, llena de detalles y de recuerdos de la familia que vivió allí durante tantos años antes de que el propietario decidiera volver a alquilarla cuando la familia encontró un lugar más barato donde poder vivir.

Después de guardar con cuidado su ropa en el armario, se dirigió a su consultorio, se colocó su bata de médico y comenzó a hacer llamadas telefónicas. Cuando colgó el teléfono de la última persona a la que tenía que llamar, reposó su espalda contra la silla y cerró los ojos pensando lo duro que sería trabajar allí, pero a la vez, lo gratificante que sería no recibir críticas ni insultos por ser mujer.

¡Rápido! Se desangra gritó un chaval de unos trece años.
Ayúdame a tumbarlo en la camilla, vamos, ¿qué ha pasado?
Le han apuñalado, unos chicos mayores.
Esto tiene muy mala pinta, trae gasas y un maletín que hay sobre la mesa el chico obedeció—. Gracias, ¿cómo te llamas?
Martín, como mi difunto padre, pero todos me llaman Nano porque soy el más pequeño de la familia.
¡Naaano! el chico de unos veinte años estiró su mano al escuchar la voz de su sobrino.
Tranquilo tío Agus, todo saldrá bien.
Muy bien Martín, te voy a pedir que salgas fuera para poder terminar de trabajar Carla se colocó los guantes de látex y comenzó a examinar la herida. Martín salió, pero se quedó escuchando al lado de la puerta—. Increíblemente, la herida no ha ni rozado ningún órgano vital, ni siquiera es tan profunda como pensaba por la cantidad de sangre de la camisa se decía Carla para sí en voz alta.

[14 horas más tarde]

El sol brillaba con intensidad, Carla jamás podía haber imaginado un día tan soleado en la ciudad, era increíble lo bien que se respiraba sin contaminación y lo feliz que se sentía en ese lugar. Al darse cuenta de que el sol significaba que ya era de día, se levantó corriendo al consultorio. Antes pasó por el baño y se dio una ducha fría y se puso ropa limpia, pero temía llegar cuando Agus ya estuviera despierto y que el pobre no encontrara a nadie a su lado que le explicara que no podía moverse. Carla se apresuró y llegó exhausta al consultorio donde Agus seguía durmiendo sobre la camilla con las manos sobre el pecho, como si tuviera frío. 

¿Qué me ha pasado? dijo Agus abriendo los ojos.
Que ayer debiste de meterte en un buen lío y, según tu sobrino Martín, unos chicos mayores te apuñalaron.
¡Nano!, ¿dónde está?
Él está bien, en su casa.
¿Y los que me hicieron esto?
Llamé a la policía después de curarte la herida y ellos se encargaron de vigilarte toda la noche y de vigilar también a tu familia.
Gracias, pero no hace falta, ya puedo cuidar yo de ellos sin ayuda Agus se intentó incorporar y soltó un grito de dolor.
No puedes moverte todavía, estás muy débil por la pérdida de sangre, tienes que comer algo.
Sí, tengo hambre.
Eso está bien, ahora mismo te traigo algo de mi casa. ¡No te muevas!
Que no... si no podría de todas maneras.
¡Señorita! dijo Josefina cuando Carla abrió la puerta del consultorio—. Traigo comida para usted y para mi hijo.
Ahora mismo iba a por comida, su hijo ya está despierto.
¿Puedo pasar a verlo?
Pues claro, pase Carla la dejó pasar y los dejó solos. 

Caminó por un camino embarrado hasta llegar a un camión blanco y verde que traía los medicamentos en cajas de cartón más grandes y pesadas de lo que Carla se imaginaba. Le pagó al hombre que la acompañó en coche hasta la entrada del pueblo y luego se bajó del camión cargada con las tres cajas. Afortunadamente para ella, en ese pueblo la gente es buena y amable, un grupo de cinco hombres se acercaron a ayudarla, uno de ellos llevó las dos más pequeñas y otro la más grande, los demás se retiraron después de darle los buenos días a Carla. Ella se sintió acogida y querida por sus nuevos vecinos, algo que jamás hubiera pasado en la capital. Allí podría haber caminado horas cargada con las cajas bajo un sol cegador, que nadie se hubiera acercado a ayudarla.

Cuando los hombres entraron al consultorio con ella le dejaron las cajas en el suelo y salieron despidiéndose muy amablemente. Carla les correspondió en el saludo y les agradeció que la ayudaran con las cajas. 

¿Qué es todo eso?
Medicamentos. A ti te daré unos pocos para que no te duela tanto.
Gracias, será un alivio.
Oye, ¿ha venido alguien a verte?
No, mi sobrino debe estar en el colegio y mi madre no habrá querido volver a pasarse por aquí.
¿Y tu padre?
Murió cuando tenía diecisiete.
Lo siento, yo soy huérfana desde los nueve. Sé lo que es ser pobre y no tener a nadie.
No lo parece... quiero decir, no pareces pobre ni triste.
De la pobreza me sacaron los estudios y de la tristeza, este lugar.
¿Este pueblo?
Sí, me ha devuelto la felicidad. En la capital era objeto de burla por ser mujer.
Machistas... tienen la mentalidad de que las mujeres solo sirven para cuidar de la casa y que cosas como ser médico, están prohibidas.
Así es, por eso huí de allí cuando reuní el dinero suficiente.
Hablando de dinero, lo he pensado mejor y me da pena que tengas que ayudarme sin conocerme...
No necesito conocerte, he visto como sufre tu madre y tu sobrino. Ellos no pueden ayudarte, pero yo sí. Déjame hacerlo, por ellos.
Está bien. Por cierto, ¿cómo te llamas?
Carla.
Un nombre muy bonito, ¿sabes lo que significa?
Significa "la que es fuerte" Agus sonrió y cerró los ojos dejándose dormir.

[...]

Los dos volvían a estar muy cerca el uno del otro, pero ahora de pie, sujetando el sobre cada uno por un lado. Con la mano que Agus tenía libre sujetó el brazo de Carla y la acercó a él y ella se dejó acercar con la mirada fija en el suelo. 

Quiero besarte dijo Agus y Carla levantó la mirada.
¿Y a qué estás esperando? ambos cerraron los ojos y se besaron lentamente en la oscuridad del salón.

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