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De corazón - Capítulo IX


Capítulo IX


Había pasado gran parte de la noche en vela porque por el día había dormido de un tirón. Solo logré descansar un poco cuando ya amanecía, pero al recordar que a estas horas Travis ya debería estar de vuelta en Sautron a punto de reunirse con sus padres, me quitó todo el sueño.

Sautron, un lugar apartado de Nantes con grandes y bonitas casas como en la que yo vivo, está a unos cuántos kilómetros del colegio Sainte-Marthe, pero a muchísimos más del reformatorio. Miré el reloj a través de los barrotes y vi que eran las nueve de la mañana. Quería, no, me moría de ganas, por saber de él.

—¡June! —me dijo Edouard Gabriel sacándome de mis pensamientos.
—¡Edouard Gabriel! —lo sonrojé—. Perdón, licenciado Monnet, ¿qué hace aquí?
—Creo que después de haber estado en tu antigua habitación, de haber cenado con tus padres y de haber hecho tantos kilómetros acompañado de un niño que no paraba de hablar de lo buena que eres… puedes llamarme Edouard.
—¿C-cómo? —me quedé de piedra— ¿has cenado con mis padres?
—Son buena gente. Muy buena gente. Travis estaba encantado con ellos y cuando le dije que venía de tu parte reconoció mi voz y me confesó que se había escondido cuando llevé las pizzas a tu casa y… —calló y me dejó con la intriga.
—¿Qué?, ¿por qué callas?, ¿qué más te dijo?
—Nada, solo me contó una historia de un niño llamado Rob y una niña llamada Laura —sentí como el corazón bombeaba sangre más rápidamente, pero yo no pude reaccionar hasta unos segundos más tarde.
—Eh… —sonreí tontamente y decidí cambiar de tema— ¿cuándo podré irme?
—A eso vengo, Lucrecia no ha retirado los cargos en tu contra, estás a la espera de juicio. Pero no te pasará nada porque lo que has dicho de ella es totalmente cierto, así que si llegáis a juicio, ganarás.
—Vale, ¿qué le pasará a ella ahora?
—He interpuesto una denuncia en su contra por malos tratos, la denuncia que tú no pudiste acabar porque el comisario Molineaux te echó de aquí. Los servicios sociales ya han visitado el reformatorio, la chica que atendía en la entrada —Catherine, pensé recordando su nombre— está declarando y de momento no hay más novedades al respecto.
—Bueno, no han pasado ni veinticuatro horas y ya han llegado los servicios sociales… eso está bien. A este ritmo pronto estaré libre y Lucrecia entre rejas.
—No June, tú ya estás libre —le miré a los ojos—. No pueden retenerte aquí mucho tiempo más. En unas horas se cumplirán las veinticuatro horas que puedes permanecer detenida bajo vigilancia como sospechosa, pero ni tu delito ha sido violento ni eres sospechosa de nada. Así que he negociado y puedes salir ya mismo.
—¿Hablas en serio? —estaba eufórica.
—No bromearía con eso, anda, coge tu abrigo y vayámonos de aquí.
—No —no quería salir de allí sin formular mi última pregunta—. ¿Qué ha sido de Travis?
—Está con sus padres: Arles y Romane Beaufort. Arles es un hombre bastante serio que no mostró mucha emoción, aunque sé que estaba emocionado. Romane es una mujer algo más efusiva y con carácter, nada más ver a Travis se lanzó a abrazarle. Me pareció extraño, me habías dicho que le pegaban, ¿no?
—Así es, su padre le insultaba y su madre le pegaba… aunque muy dentro de mí sabía que sus padres reaccionarían al saber que su hijo había sido maltratado hasta el punto de escaparse de donde ellos lo dejaron. Oye, ¿te preguntaron dónde lo encontraste?
—Sí, pero les mentí.
—¿¡Qué!? —no quería mentiras, quería que supieran la verdad.
—Dijimos que se había escondido y que había huido con unos hippies.
—¿En serio se creyeron eso? —arqueé una ceja—. Pero si parece el argumento de una película.
—Está sacado de una… pero sí, se lo creyeron.
—¿Por qué?, ¿por qué lo hiciste?
—Porque te hubieran denunciado por secuestro y no quiero verte más aquí dentro.
—¿Y ahora cómo lucharé por él?
—¿Hablas de su custodia?
—Sí, quiero que Travis sea oficialmente mi hijo.
—Estás loca… ¿sabes que el padre tiene un imperio?
—¿Un imperio?
—Es multimillonario, June. Si quieres a ese niño vas a tener que luchar con uñas y dientes y te va a costar mucho, muchísimo.
—¿Dinero?
—No, si quieres yo puedo seguir siendo tu abogado, podría trabajar gratis… me refiero a que podría costarte incluso la libertad.
—¿Te crees que no lo sé? Vamos, ya estoy en la cárcel…
—Esto es serio, Arles Beaufort es el dueño de Cosméticos V&C. Sus productos se venden en medio mundo…
—¿Cosméticos V&C? Pero si hasta yo tengo algún que otro pintalabios de ellos. De haberlo sabido no los hubiera comprado nunca… —Edouard se rió de mí.
—Con eso no hubieras logrado hacerlos menos ricos… anda, en serio, hace un día precioso.

Era cierto. La carretera estaba mojada, olía a lluvia por todas partes y el aire era frío. A pesar de eso las primeras flores de la primavera empezaban a florecer, se oía el cantar de los pájaros que tenían su nido en el parque de enfrente y en el cielo las nubes negras dejaban paso a unos agradables rayos de sol. El calor de esos rayos de sol me penetró las ropas y me calentó hasta los huesos. Lo necesitaba, dentro de la celda solo había oscuridad, humedad y frío. Me despojé de mi abrigo y me solté el pelo para sentir el viento en él.

Volví a la realidad para subirme al coche de Edouard. Era negro, con los sillones en gris y un equipo de música moderno. Encendió la radio y la calefacción y yo se lo agradecí. Necesitaba un poco de música y calor. Condujo hasta mi casa, recordaba perfectamente el camino.

Cuando llegamos se ofreció a acompañarme hasta la puerta, pero no quiso pasar. Buscó en el interior de su chaqueta una tarjeta con su número y me la entregó. Cuando fui a preguntarle sobre el futuro de Travis me interrumpió diciéndome que debía irse y que volvería mañana a verme. Asentí, sonreí y se fue corriendo al coche.

Antes de entrar noté que algunos vecinos se habían asomado y que me estaban mirando. No le di importancia. Entré a casa y busqué comida. No había nada. Recuperé mi móvil que había dejado abandonado sobre la mesa del comedor y llamé a mi madre.

—Sí, estoy bien… ¿tú como estás?
—Bien —me dijo— pero preocupada por ese niño que trajiste.
—¿Preocupada?, ¿qué pasó?
—No quería irse con ese tal Edouard… le daba miedo volver con sus padres. Entonces se escondió de nuevo en tu habitación y Edouard tuvo que entrar a hablar con él. Estuvieron cerca de cuarenta minutos hablando. Luego salieron y los invité a cenar, pero los ojos de ese abogado tuyo ocultaban algo oscuro, algo que Travis le contó.
—Mamá, a Travis sus padres le pegan, por eso se emocionó cuando le dije que le quería como un hijo y él mismo comenzó a referirse a ti y a papá como sus abuelos. Es un niño muy dulce, pero es extraño, Edouard no me dijo nada de que había hablado sobre eso con Travis.
—Cariño, ¿vas a dejar a ese niño con esos padres que les tocó?
—De momento sí. Edouard me ha dicho que me ayudará a conseguir la custodia de Travis, pero resulta que no es tan fácil…
—Nunca es fácil separar a un niño de sus padres sin motivos y, aunque tú los tengas, ¿cómo lo vas a demostrar?
—Esa es una… pero lo que yo quería decirte es que el padre de Travis es el dueño de Cosméticos V&C. Están amasando una fortuna y seguro que pueden pagar más y mejores abogados que Edouard.
—Bueno, ese chico se ve muy inteligente… —le noté a mi madre un aire a Celestina.
—Sí, lo es. Pero es uno solo y no tengo dinero para pagarle, aunque me dijo que lo podría hacer gratis… no es lo mismo. Seguro que abandona en cuánto vea lo difícil que se volverán las cosas.
—No veo yo a ese abogado de los que abandona… más bien, de los que lucha para salir del hoyo. Ese chico es un buen partido, eh…
—Mamá, no empieces por favor. Acabo de salir de una celda, tengo hambre, frío, dolor de cabeza y mal humor. Sin olvidarnos de la preocupación y la pena que me da cada vez que me acuerdo de Travis.
—Lo siento cariño, perdona.
—Tranquila mamá, es que ya no puedo más —se me rompió la voz con el nudo que se me formó en la garganta.
—Es que tú siempre has sido débil y esto te supera.
—Te equivocas —recordé las palabras de Travis sobre la debilidad y las lágrimas— soy más fuerte de lo que tú y papá creéis. Ahora necesito comprar algo de comida y darme una ducha de agua caliente. Hasta mañana, mamá.
—Hasta mañana, June.

Colgué el teléfono y marqué otro, el de un restaurante que hay en Nantes. Tardarían un rato antes de llegar aquí así que aproveché y me metí en la ducha. Agua caliente, mucha espuma, más agua y listo. Me sequé con una toalla y me lavé los dientes. Luego me sequé el pelo con el secador y la ayuda de un cepillo, me puse crema en la cara y fui a mi habitación. El primer pijama abrigado que vi y unas zapatillas cómodas.

Sonó el timbre justo cuando me ponía las zapatillas y fui a abrir, pagué y puse la mesa. Quise encender la televisión pero no quería que ninguna mala noticia me estropeara el almuerzo. Después de comer limpié la cocina, de ahí pasé al baño y finalmente acabé sudando y abanicándome con la mano. Pero tenía que estar en movimiento para no pasar las horas muertas pensando en Travis.

Recorrí el salón con la mirada y vi algunas pelusas bajo el sillón. Lo limpié todo, limpié incluso mi armario llenando una bolsa de basura con ropa vieja que no usaba y que quería donar. Luego cambié las sábanas y finalmente limpié las ventanas.

Cuando acabé necesitaba otra ducha… pero no me la di porque caí rendida en el sofá con la luz encendida y el portátil abierto donde había estado mirando las noticias en las que salía yo y en las que salía Lucrecia Strauss, para ponerme al día.

Vi que la gente me admiraba por mi valor y que quería crucificar a Lucrecia, a la que le habían puesto protección policial. Me imaginaba su cara a cada minuto dándose cuenta de que no existía ninguna Lorelai Landry y que la había engañado como había querido.

Como había dicho Edouard: mi plan había funcionado. Ahora solo quedaba esperar a que juzgaran a Lucrecia por maltrato infantil y se retirara contra mí la denuncia de daños y prejuicios morales.

Me dejé dormir pensando en eso y me sobresalté al escuchar el despertador en mi habitación. Me levanté del sofá con los ojos medio abiertos y lo apagué. No tenía ganas de vestirme e ir a trabajar donde todo el mundo tendría que decirme respecto a las grabaciones, ni tampoco tenía ganas de ocuparme de los problemas de los demás. Bastante tenía con los míos propios.

Pero el día anterior no había podido ir porque estaba llevando a Travis a casa de mis padres, así que me vestí y desayuné un vaso de leche. Fui caminando y llegué en media hora. Antes de subir a mi despacho, pasé por el de Arleth Oralia.

—¿Qué haces tú aquí?
—Ayer no vine y, además, en casa solo me deprimiría.
—¿Quieres trabajar?
—Sí, mándame a los niños problemáticos de los que me hablaste y a los anteriores también, para ver cómo han evolucionado.
—De acuerdo, como prefieras… oye y, si te encuentras sin fuerzas me avisas.
—Tranquila, podré hacerlo —dije saliendo de su despacho.

Me dirigí al mío cabizbaja y arrastrando los pies. Cuando me senté en la silla de cuero marrón, parecida a la de Arleth Oralia, cerré los ojos y me relajé antes de sacar mi cuaderno de notas, mi bolígrafo azul y mis gafas de cerca que pocas veces me ponía.

Ya preparada para trabajar, abrí las ventanas y aireé el despacho que olía a humedad. Recorrí con la vista los tejados de las casas que se veían desde la ventana que había abierto y escuché que tocaban a la puerta. Grité un adelante y pasó el primero de cinco niños que me tocó atender esa mañana.

Con tres de ellos iba a necesitar por lo menos cuatro o cinco semanas. Eran conflictivos hasta el punto de insultar a sus profesoras. Los otros dos eran menos conflictos y más receptivos. Me costó menos ayudarles.

Al mediodía, cuando los niños almorzaban en el comedor del colegio, se pasaron varias profesoras a felicitarme por las grabaciones, justo lo que no quería que pasara. En ese momento deseé haberme quedado en casa, pero luego, alguien interrumpió la conversación o, más bien, el monólogo de mis compañeras, y ese era Edouard. Algunas miraditas cómplices entre ellas, otras para mí y sonrisitas que intentaban ser discretas y que acabaron siendo todo lo contrario. Sí, era cierto, Edouard era guapísimo y yo lo sabía bastante bien, pero no quería que se notara.

—Fui a verte a tu casa, pero no estabas, esta fue mi segunda opción.
—Siento mucho haberte hecho ir hasta mi casa —me disculpé mientras él se sentaba—. Para que esto no vuelva a pasar, apunta mi número de teléfono.

Apuntó los números en su móvil mientras yo iba dictando y me fijé en que le caía un mechón de pelo en los ojos. Era guapo a rabiar.

—¿Qué sabes de Travis? —pregunté inocentemente, pero lo cierto era que su mirada se clavó en la mía y parecía muy serio— ¿qué pasa?
—Ayer, después de dejarte en tu casa, viajé hasta Angers.
—¿Hasta allí?, ¿para qué? —pregunté por curiosidad.
—Ahí vive Travis.
—¿En Angers? Me imaginaba a los multimillonarios Beaufort viviendo en París, Cannes… o cualquier lugar de esos.
—Ya bueno, y casas allí tienen, créeme de las mejores de todo París y de todo Cannes, incluso de todo Dijon o de todo Bordeaux.
—¿Entonces qué hacen en Angers?
—Es la única casa cerca de Nantes que tienen y preferían estar cerca.
—¿Para qué?
—Pues por si tenían que declarar, ir a juicio o cualquier cosa de esas. En coche se tarda más o menos lo mismo que para ir a Rennes. Y la casa por fuera no parece gran cosa, pero por dentro es todo lujo.
—¡Vaya! —resoplé—. ¿Y cómo está Travis?
—Bien, lo noté tranquilo y se alegró de verme allí —sonreí—. Pero no he venido solo a decirte que había estado con él.
—¿Ah no? —me sorprendí—. ¿Hay novedades respecto a Lucrecia o al comisario?
—No, no —sonrió—. Verás, ayer me enteré de que Arles y Romane, los padres de Travis, iban a salir a una cena con unos amigos que tienen en Angers y aprovechar para hacer vida social.
—Claro… y aprovechar que todos hablan de ellos por ser los padres del niño que faltaba del reformatorio más polémico de Nantes.
—De Nantes no, de toda Francia. La noticia ya es internacional. Pero tampoco es eso lo que he venido a decirte.
—Pues habla ya… me estás impacientando.
—Tengo el número de teléfono de la casa de Travis.

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