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Reto: ¡Yo escribo! - Sexta pregunta



¡Hola hola! He vuelto con el reto: ¡Yo escribo! y he decidido saltarme la quinta pregunta y escribir directamente la sexta porque vi la imagen y me vino toda la inspiración de golpe. La quinta pregunta la traeré otro día y la segunda parte de la cuarta pregunta no la haré, considero que con la primera parte ya es suficiente y una segunda parte aburriría. Así que os dejo con la sexta.

—Sexta pregunta: Muestrario: escribe un microrrelato basado en esta imagen. No te olvides de poner la fuente bajo la foto. Extensión libre. En esta ocasión no nos encontramos ante una pregunta sino una especie de ejercicio, para ello Eleazar nos deja una imagen muy curiosa (tal y como la autora nos pide, he dejado la fuente debajo de la imagen) al principio parece que nada tiene relación con la imagen, pero me gustaría que después de leer el relato, prestárais de nuevo atención a la ilustración y me dijérais si veis la relación. Os dejo con el relato que he titulado: Los delirios de Raúl.

Imagen sacada de aquí.
Era una noche calurosa más, el verano era una sucesión de días y de noches monótonas unas tras otras. La gente suele decir que odia la rutina y ansia sus merecidas vacaciones, pero Raúl era un chico muy hiperactivo que necesitaba acción para gastar sus energías.

Esa noche Raúl estaba volviendo a casa después de haber quedado con una chica a la que conocía de Internet. Estuvo esperando hasta dos horas cuando decidió que ya era tarde y le habían dado plantón. Estas cosas pasan, las chicas tienen miedo de que seas un psicópata. Y con las cosas que se ven hoy en día por la tele, no es de extrañar.

Así que durante los siguientes veinte minutos, Raúl estuvo caminando de vuelta a su casa, ajeno a la revuelta que se producía cerca de allí. Un grupo de estudiantes de todas las edades, profesores y trabajadores afectados por los recortes en educación estaban manifestándose pacíficamente cuando llegó la policía y la cosa se volvió tensa.

Los gritos, las luces de los coches de policía y las cámaras de televisión por la zona, alertaron a Raúl que levantó la vista del suelo por primera vez durante su paseo y prestó atención a su entorno. Se quedó inmóvil un segundo, analizando todo lo que pasaba, cuando de pronto vio a una mujer de unos cincuenta años siendo golpeada.

Como si se encendiera el interruptor de la luz, Raúl cruzó la carretera esquivando algunos coches y saltó una pequeña valla que separaba la acera del parque, atravesó el parque y llegó al otro lado donde estaban los manifestantes. La señora se tapaba la cara con la mano, su camisa estaba ensangrentada y lloraba desconsolada sentada en el asfalto.

El joven le tendió una mano y la señora se levantó, fueron juntos hasta un banco de madera del parque y Raúl volvió para luchar contra la brutalidad policial. Él no tenía ni idea sobre cómo luchar, nunca se había metido en una pelea ni había dado un puñetazo a nadie, aunque a él si lo golpearon una vez para robarle la cartera justo enfrente de su casa.

Mientras recibía más golpes de los que era capaz de devolver, Raúl solo pensaba en la injusticia que se estaba cometiendo y su adrenalina comenzó a elevarse de golpe. Eso lo hizo sentir mejor, vivo, y siguió dando puños a diestro y siniestro, ahora un poco más descontrolado.

En un intento de golpear de nuevo a un agente, otro policía paraba su puño en el aire empujándolo hacia abajo y girándolo hacia atrás. El agente de policía sacó unos grilletes y esposó a Raúl que fue llevado por otro compañero a un furgón policial donde estaban otros dos jóvenes detenidos. En ese momento el chico no pensaba en la gravedad de sus actos, solo quería que lo desataran para seguir dando golpes, todavía no se había saciado y parecía como si fuera drogado.

Antes de que se diera cuenta, el sol ya estaba saliendo. Los policías habían arrestado a varios jóvenes y no tan jóvenes, y no quedaba ni un alma en los alrededores. Las sirenas comenzaron a sonar y los furgones arrancaron, dirigiéndose a la comisaría. En ese momento Raúl sintió como si alguien volviera a apagar ese interruptor de la luz y lo dejara en estado de calma, era el único de todos los que iban en ese furgón que estaba tranquilo.

Pasó por un cacheo, por una identificación, le abrieron un expediente que permanecería para siempre en sus antecedentes y unos paramédicos le tomaron muestras de sangre y pasadas unas horas también de orina para determinar qué droga había tomado.

Esa misma tarde lo soltaron, las pruebas de alcohol y drogas dieron negativo y aunque había agredido a varios agentes, no podían retenerlo más. Raúl sabía que eso no iba a acabar ahí, que sería citado para un juicio y que seguramente tendría que cumplir una condena por lo que había hecho. Pero eso todavía no le preocupaba.

Fue a casa, la encontró sola, como siempre. Raúl había dejado la casa de sus padres hacía unos meses, las primeras semanas se encontró extraño viviendo solo pero luego se acostumbró, aunque siempre es duro no tener quien te eche de menos si no vuelves a casa en toda la noche.

Después de comer lo primero que encontró en su nevera y de dormir largo rato, se dirigió al baño para darse una ducha cuando escuchó el timbre de la puerta. Era su padre, Raúl le dejó pasar y se sentaron a hablar seriamente en la mesa del comedor.

Ahí fue cuando Raúl se enteró de que no era hiperactividad lo que sufría sino psicosis, un trastorno que empezó a sufrir de niño al caerse de un columpio y que durante años fue mal diagnosticado. Esto le provocaban alucinaciones como las que tenía, al pensar que estaba hablando con una chica por Internet, cuando no existía tal chica, y otros trastornos graves que eran tratados por sus padres con medicinas. Pero cuando Raúl cogió sus maletas, el dinero ahorrado y se fue a vivir lejos de ellos, dificultó su tratamiento y eso había provocado el incidente en la manifestación.

Unos meses más tarde, Raúl fue internado en un centro psiquiátrico donde permaneció hasta cumplir los veinticinco. Trabajó toda su vida al lado de su padre, en la panadería familiar, y cuando su padre falleció, Raúl cuidó de su madre anciana hasta el último día.

Hasta la fecha Raúl nunca había dejado de tomar sus medicinas, pero ya era un hombre mayor, sin nadie a su lado y su vida miserable no le gustaba, así que decidió acabar con ella con una sobredosis de sus medicinas.

El cadáver no fue encontrado hasta pasado cinco semanas, por el olor tan desagradable que salía por la puerta de su casa. Los vecinos llamaron a la policía y estos se encontraron con el cuerpo, que al no ser reclamado por ningún familiar, se donó a la ciencia.

Edith T. Stone

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