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Baile de lenguas - Capítulo 1: Bachata



Mi casa era un ático bastante grande que me gustaba mucho. Me había ido a vivir ahí con dieciocho años para estar más cerca de la academia donde entrenaba ocho horas cada día. Aunque yo siempre me quedaba un rato más o volvía a casa y seguía entrenando por mi cuenta. El baile era mi pasión y lo único que sabía hacer bien en la vida.

Ahora trabajaba como soporte técnico en una empresa. El sueldo estaba bastante bien y me había permitido remodelar toda la casa, comprarme un coche más grande y actualizar mi fondo de armario. Pero seguía sintiendo que me faltaba algo y nada de lo que hiciera servía para llenar ese vacío. Y es que ya hacía un año que no bailaba, ni me acercaba a ver competiciones, ni escuchaba música. Vivía entre el trabajo y estas cuatro paredes, no existía mundo para mí fuera de esto. Ya no.

Mi familia y mis amigos fueron una gran ayuda durante mucho tiempo, luego solo quedaron mis padres y tres amigas del instituto. Todos los demás se habían ido hacía tiempo. En parte les entiendo, hicieron todo lo que pudieron para sacarme de mi depresión y mi estado huraño, pero no consiguieron nada y acabaron cansándose. Demasiado rápido, para mí gusto. Deberían de haberlo intentado más, pero tampoco puedo quejarme, ellos tenían sus vidas y no las iban a parar por mí.

Ahora mismo estaba en la cocina terminando de hacer la cena, lo último que me apetecía era salir de casa, pero lo hice y anduve un rato. El aire frío me vino bien, pero enseguida me cansé y volví a casa. Había perdido toda mi forma física. De hecho no practicaba ningún deporte desde hacía un año y cuando intentaba algo, me volvía el dolor insoportable de la pierna. Ese dolor que me impidió seguir bailando se debe a un accidente que ocurrió hace un año. Me fracturé en tres la tibia y el peroné, quedando incapacitada para hacer lo que más me gustaba en la vida. 

Y lo intenté, creedme que lo intenté y eso fue lo más doloroso: darme cuenta de que ni con todo el esfuerzo del mundo y ni con todas las ganas de volver a los escenarios que tenía podía volver a bailar como antes. No sin perder el equilibrio y aguantar demasiado dolor, ya que mi especialidad era el ballet y necesitaba, entre otras cosas, dar saltos. Y cada vez que mis pies tocaban el suelo después de un salto, me caía.

Por eso, si no podía hacer ballet, no quería seguir haciendo nada relacionado con la música y me aparté de todo y de todos. Ahí fue cuando sentí el apoyo y el calor de los más cercanos, que, como dije, se fueron tan pronto como llegaron y solo quedaron cinco personas. Cinco personas sin las que ahora no tendría nada, empezando por esta casa, pues no habría podido seguir pagando el alquiler si no me hubieran ayudado a conseguir el trabajo. 

Había vuelto a casa, había hecho un poco de limpieza y ahora estaba leyendo un libro cuando alguien tocó la puerta. Eran Dafne y Adelaida, o Ade como la llamamos nosotras, dos de mis tres mejores amigas.

—¡Sabi, corazón! —me saludaron Dafne y Ade al abrir la puerta.

Dafne era la más bajita de las tres, tenía el pelo rubio y los ojos color miel. Sus facciones eran más redondas y tenía aspecto de niña de ocho años que hacía su primera comunión. Ade en cambio era un poco más parecida a mí, solo me pasaba por unos centímetros y tenía el pelo castaño oscuro como el mío, pero siempre se lo recogía en una coleta o en una trenza y sus ojos eran tan oscuros que costaba encontrarle la pupila.

—¿Qué hacen aquí tan tarde? —pregunté mirando el reloj.

—Cuando lo sepas nos vas a querer echar… —dijo Dafne mirando a Ade con una sonrisa de complicidad.

A pesar de habernos conocido a la vez, Dafne y Ade nunca habían sido tan amigas como después de mi accidente. Eso las había unido porque tenían un objetivo en común: ayudarme.

—Chicas, estoy bien —dije—. Si esto es porque se cumple un año del accidente no tienen de qué preocuparse.

—Mari nos está esperando en el coche para ir a una… fiesta —dijo Dafne entrando en la casa. Todavía estábamos en el pasillo de la entrada.

Mari era más morena que Ade y que yo, aunque su altura estaba entre la de Dafne y la mía. No era la más guapa de las tres, pero tenía un cuerpo precioso y siempre vestía para lucirlo, por lo que nos daba siempre un poco de envidia. Ella es una de las tres amigas que nunca me dio la espalda. 

Por eso no podía decirle que no a mis amigas, no quería que después de todo lo que habían hecho por mí se acabaran yendo como las demás. No ahora que ya estoy mucho mejor. Además, si quiero convencerlas de que estoy llevando bien el aniversario del accidente no puedo decir que no.

—¿Dónde es esa fiesta? —dije con mi mejor cara de entusiasmo, aunque se notó que fingía.

—Eso es lo que no te va a gustar —continuó Dafne—. Es un salón de baile, habrá una competición a medianoche que durará una hora y luego continúa la fiesta… pero nos podemos saltar esa parte si quieres.

—No creo que deba —dijo Ade y tanto Dafne como yo la miramos atentamente— necesita enfrentarse a sus miedos de una vez por todas. ¡Y qué mejor oportunidad que esta!

Ade siempre había tenido esa dureza. Para ella siempre ha habido una forma fácil de arreglar las cosas y le molesta cuando los sentimientos se ponen en medio. Conmigo fue muy paciente, pero me gustaba que me dijera las cosas tal y como son y no tratara de protegerme como a una niña. A veces un poquito de realidad viene bien. 

—Está bien, Dafne. Ade tiene razón —dije mirando a la rubia—. Iba a decir que sí de todas formas.

—¿Segura? —preguntó ella indecisa y Ade rodó los ojos, aunque Dafne no pudo verlo.

—Que sí. Me visto y nos vamos —di por finalizada la conversación y me dirigí a mi habitación. 

En realidad no me apetecía nada. Ya estaba a punto de irme a dormir cuando llegaron ellas. Pero abrí el armario y me puse a mirar qué vestido me quedaría mejor dada la ocasión. En todo el último año solo me había puesto un vestido en una ocasión: un duelo. Y era un vestido gris oscuro con mangas y que llegaba a las rodillas. Lo odiaba.

Los rojos eran demasiado provocadores y yo tenía ganas de algo más… tenía ganas de ponerme el pijama la verdad. Amarillos y mezclas de colores cálidos eran demasiado alegres y cortos para una noche de diciembre. Seguí buscando y no encontré nada adecuado, me estaba deprimiendo cuando entró Ade en la habitación seguida de Dafne y me dijo que fuera en pantalones y camiseta, como ella.

Lo de soluciones fáciles no podría pegar mejor para describir la personalidad de Ade. Pero tenía razón. Me puse unos pantalones vaqueros o jeans ajustados de color azul oscuro y una camiseta de tirantes marrón, unos tacones altísimos y una chaqueta de lana del mismo color rojo intenso que los zapatos. También aproveché la ocasión para maquillarme un poco, ya que hacía tiempo que no lo hacía y me relajaba bastante. Me apliqué un poco de sombra café, un poco de máscara de pestañas y un pintalabios también rojo, quería verme elegante y añadí unos pendientes plateados que encontré en el armario del baño.

Esa noche me habían dicho que competían Gala y Yago y que seguro que los conocía de cuando yo misma competía. La verdad es que el nombre de ella me sonaba muchísimo, pero el de él no. De todas formas, la idea de encontrarme con ex compañeros no es que me hiciera especial ilusión, sobre todo porque, aunque ya no perteneciera a ese mundo, me gustaba pensar que seguía teniendo algún tipo de reputación, buena reputación. Y que me viesen solo traería rumores, quizás alguien notara que cojeaba de una pierna y empezaran los cotilleos.  

Pero no quería pensar en eso y darle más vueltas al asunto. Salí de casa con un pequeño bolso cruzado en el que guardé las llaves y mi cartera con algo de dinero que, de casualidad, tenía suelto. Y me subí al coche con Dafne, Ade y Mari. Yo iba en los asientos traseros con Dafne y Ade, como es más alta, iba en el asiento del copiloto para poder estirar mejor las piernas. En realidad ese asiento me vendría mejor a mí, pero no quería pecar de quejica con mis amigas, sobre todo para no recordarles a cada momento mi problema con la pierna. 

Cuando llegamos al salón todos los ojos se posaron en Mari y en su extravagante escote. Se perdió entre la gente a los dos segundos, pero ya nos tenía acostumbradas. Las tres fuimos directamente a la barra y pedimos unas bebidas, yo me había tomado unos calmantes para el dolor de la pierna así que me pedí un refresco.

El salón era bastante cutre y pequeño. Las luces eran amarillas y señalaban al escenario, y el resto del local estaba prácticamente a oscuras. La barra estaba llena de gente y todos tendrían alrededor de cuarenta años, de repente me sentí fuera de lugar. Yo solo tenía veinticinco. 

La música estaba demasiado baja y no entendía la letra, solo reconocía que era bachata por el ritmo. A mi derecha había unas mesas que estaban todas ocupadas y, entre las mesas y la barra donde yo estaba, había un baño. Todo me seguía pareciendo cutre y Dafne y Ade enseguida me dieron la razón.

—La idea de venir aquí fue de Mari, no tenía ni idea del sitio al que nos traía —dijo Dafne dándose la vuelta para observar mejor el lugar.

—Si nos vamos ahora le haremos un feo, aunque ella ni se dará cuenta —dijo Ade riendo—. Pero no me gusta la idea de dejarla tirada.

—A mí tampoco —dije— mejor nos sentamos en una de esas mesas, quizás en un rato haya mejor ambiente.

Las dos me dieron la razón y caminamos hacia una de las mesas que acababa de desocuparse. Nos sentamos con nuestras bebidas y nos quedamos mirando a la gente que bailaba, a ver si encontrábamos a Mari, pero fue misión imposible. Unos minutos más tarde, casi siendo la medianoche, salió un señor de unos sesenta años, calvo y con un traje de chaqueta que le quedaba dos tallas más grande a dar la bienvenida al jurado.

Reconocí a todos, los cinco miembros del jurado. Eran bailarines mediocres, me topé con todos ellos en mis inicios y su criterio para puntuar era el de un niño de cinco años. Cuantas más volteretas y cosas raras, mejor. No le importaba la técnica, solo el espectáculo. Por lo que hacía que mi trabajo de ocho horas diarias se sintiera insultado. La gente les aplaudió, ellos saludaron al público y el presentador dio la bienvenida a los bailarines.

A continuación fueron saliendo los bailarines y me picó la curiosidad, así que me acerqué con Dafne y con Ade para verles mejor y nos encontramos, al fin, con Mari.

—Cielo, ¿estás cómoda aquí? —me preguntó Mari con cara de verdadera preocupación. Aunque también le prestaba atención al tío que la abrazaba desde atrás, acariciando sus brazos y su estómago.

—Sí tranquila, de hecho me siento muy bien —contesté sin apartar mi mirada de sus ojos, porque si lo hacía, la mirada se me iría hacia el tío baboso que tenía detrás y podría vomitar del asco.

En realidad, la gente empujaba y bailaba a mi alrededor, por lo que tenía que moverme para no ser pisada y con mis tacones de diez centímetros mi pierna lo estaba pasando un poco mal. En ese momento me arrepentí de haberme puesto esos zapatos, aunque, me sorprendí de estar disfrutando de las actuaciones. Quizás por eso aguanté las dos primeras parejas que bailaron, pero, cuando fue a salir la tercera, me di la vuelta. Fue entonces cuando el señor calvo que llevaba el micrófono llamó a la tercera pareja Gala y Yago. Y me di la vuelta para verles.

Efectivamente, conocía a Gala de vista, era una bailarina excelente en lo que a bailes latinos se refería, aunque siempre noté que me tenía envidia porque yo dominaba muchos más bailes que ella y le gané en una competición individual de hace unos seis o siete años. Pero a él no lo había visto nunca y la verdad es que bailaba muy bien, ahora era yo la que tenía cierta envidia de Gala, ella podía bailar y estaba haciéndolo con un hombre bastante atractivo y talentoso. 

Me quedé hasta el final y luego las chicas me acompañaron a una mesa que se acababa de quedar vacía, la que nosotras habíamos ocupado minutos antes ahora estaba invadida por una pareja de unos cuarenta años que no dudaba en meterse mano aprovechando la oscuridad del lugar. Nos sentamos y le pedimos unas bebidas al camarero, cada una pidió un cóctel diferente y empezamos a hablar y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí a gusto y de pronto no me arrepentía de haber ido a la fiesta, de hecho me alegré de que me hubieran invitado. 

Nos lo estábamos pasando muy bien y nos acabamos las bebidas en nada, el camarero estaba tan liado y la iluminación era tan mala que no nos veía levantar la mano para llamarlo y ordenar de nuevo. Entonces vi que Yago se acercaba a la barra y decidí acercarme yo también, con la excusa de pedir las bebidas y de paso, hablarle a él.

—Te he visto bailar, lo haces muy bien, ¿de dónde eres? —pregunté indiscretamente. Normalmente no era así cuando quería hablarle a un chico, solía ser muy tímida, así que supongo que fue el ambiente fiestero y la felicidad que estaba experimentando después de tanto tiempo, lo que me impulsó a ello.

—De aquí, ¿por qué? —me respondió él cómo si mi pregunta le ofendiera.

—Es que no te he visto nunca y pensé que a lo mejor eras de fuera —contesté yo. Yago frunció el ceño y apoyó su codo izquierdo en la barra mientras giraba todo su cuerpo hacia mí para mirarme directamente a los ojos.

—Empecé a competir hace un año —me relató— antes de eso ensayaba en una academia de mi barrio. Pero nunca me lo tomé en serio, ¿por qué dices que nunca me has visto bailar antes, eres de esas críticas que se dedica a ver competiciones de baile y opinar en Internet? —Su tono sarcástico me hizo reír, recuerdo muy bien algunas de esas críticas, cuando yo empecé era más común leerlas en periódicos o revistas locales, pero con la llegada de Internet a todos los hogares, se habían creado foros de fans y blogs con críticas o alabanzas a nuestras actuaciones.

—No, solía competir en ellas —respondí con una sonrisa de satisfacción en la cara por ver cómo la suya cambiaba a una de increíble asombro. No supe si enfadarme o no ante su expresión, sabía que no estaba en mi mejor forma física después del accidente llegué a ganar hasta veinte kilos, pero, no era para tanto. El baile se lleva en la sangre.

Noté que las facciones de su cara se habían relajado, como si comprendiera que me pudiera sentir ofendida por tantísimo asombro. Me dedicó una sonrisa que llegó a sus ojos, de esas que se nota que son sinceras y me invitó a bailar, pude notar que para él fue como una especie de reto para ver lo buena o lo mala que era bailando y creo que incluso para reírse un poco de mí si fuera mala. Me dio miedo que la pierna me jugara una mala pasada, pero la verdad es que me apetecía mucho bailar esa noche y le tomé de la mano y nos adentramos entre la gente. 

Empezó a sonar la música, también era una bachata, y en el escenario estaba la octava pareja del concurso. Yago me agarró de la cintura y tomó mi mano y la levantó a la altura de nuestros hombros, como si tuviera que guiarme e indicarme qué postura adoptar para el baile. ¡Já! La música continuó sonando y entonces empezamos a bailar, mis pasos eran decididos, no noté dolor en la pierna y me animé para soltarme un poco más, ya que estaba un poco tensa. A los pocos segundos, Yago estaba completamente convencido de que era bailarina profesional, no quedaba duda, entonces le entró la curiosidad.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó con una sonrisa ladeada.
—Sabina —respondí sin dejar de bailar.
—¿Sabina Fernández? —preguntó él y yo paré en secó.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres una leyenda —Le miré fijamente a los ojos y noté su sonrisa sincera, de profunda admiración y seguramente él podría estar mirando la mía, de entera incredulidad.

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