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Ojos de marfil - Capítulo 2 [Blogs colaboradores]


   Unos días después de su llegada a Costa de Marfil, Violette seguía sin acostumbrarse al calor asfixiante del lugar que hacía que le costara hacer cosas tan sencillas como subir las escaleras hacia su habitación.

   La tía Marie miraba con impotencia cómo su sobrina iba y volvía de su habitación al comedor sin apenas levantar la mirada del suelo. Desconfiaba que solo fuera por el calor, sabía que echaba de menos a su padre y que todavía la atormentaba el recuerdo de los esclavos en el campo, y por eso se le ocurrió que le vendría bien un paseo por la ciudad.

   La ciudad de Abiyán es la más poblada de Costa de Marfil, es el centro administrativo y comercial del país y toda la ciudad está edificada al borde de la preciosa laguna Ébrié y desde allí se tenía unas vistas preciosas al océano. Además, las chicas necesitaban ropas acordes al clima africano y que no tuvieran rotos ni descosidos.

   Mientras Konata preparaba el coche para salir y Sade limpiaba las habitaciones de las chicas, Marie le dejó a Ashanti la tarea de preparar una gran cena para esa noche y Orpheline se encargaría de que todo saliera a pedir de boca. Hoy sería la fiesta de bienvenida de las hermanas.

   Durante el trayecto a la ciudad, había que volver a recorrer el mismo camino que cuando se dirigían a la casa desde el aeropuerto, pero en dirección contraria. Esta vez Sarah mantuvo la mirada fija en la carretera, ignorando lo que pasaba a ambos lados de esta. En cambio Violette solo podía mirar por la ventanilla, asegurándose de que lo del otro día había sido cierto y que su reciente odio hacia su patria no era infundado.

   Poco a poco los campos de cultivo se convirtieron en parcelas vacías de tierra seca, la tierra rojiza de la carretera volvió a convertirse en asfalto y empezaron a verse los edificios a lo lejos. Cuando las hermanas llegaron no habían podido ver esa parte de la ciudad a la que ahora se dirigían y esto las emocionaba porque les recordaba un poco a la capital francesa.

   Treinta minutos más tarde, ya estaban totalmente dentro de la ciudad. Konata buscó un lugar donde estacionar el coche y se bajó de él para abrirle la puerta a Violette, pero ella ya la había abierto y estaba saliendo del coche sin la ayuda del chófer. Por la otra puerta se bajaron Marie y Sarah y comenzaron a andar por la acera, mirando los escaparates de las tiendas de ropa.

   A Violette gastar dinero en ropajes caros nunca le había llamado la atención, pero era cierto que ella y su hermana necesitaban ropa que les quedara bien y que no estuviera rota.

   En la primera tienda a la que entraron, Sarah se probó una blusa azul cielo de raso que resaltaba el color de sus ojos. La dependienta, también de piel blanca pero de pelo negro azabache, le recomendó una falda de tubo gris oscuro y unos zapatos negros con un poco de tacón.

   Sarah se miró al espejo y tuvo que mover una mano para asegurarse de que era ella. Soltó su melena castaña clara que le llegaba a la cintura y no pudo evitar sonreír al verse tan guapa y sofisticada.

   En cambio Violette le había dicho que no a su tía cada vez que esta le enseñaba una prenda. Pero enseguida se arrepintió, Marie estaba haciendo todo lo posible por hacerla sentir bien y ella no se abría y estaba haciendo sentir mal a todos a su alrededor, así que decidió cambiar un poco su actitud.

—¿Te gusta ese vestido, tía? —preguntó Violette sacando un vestido blanco.
—¡Es perfecto! Pruébatelo —ordenó Marie con una sonrisa esperanzada.

   Lo cierto es que a Violette el vestido no le hacía especial ilusión, pero quería ver contenta a su tía. Se probó el vestido blanco que le quedaba por encima de las rodillas pero que tenía algo de vuelo desde la cintura hasta el final. Y en el torso y las mangas le quedaba ajustado. En realidad, se veía preciosa.

   Violette salió del probador y se acercó al espejo en el que antes se había mirado su hermana y también se sorprendió al verse. La dependienta tomó una tela de color rojo y se la pasó a Violette por la cintura, justo donde empezaba el vuelo de la falda. Y finalmente la dependienta eligió unos zapatos también de color rojo para Violette con un poco de tacón.

   Marie pagó todo con una sonrisa, feliz de que sus sobrinas tuvieran algo de ropa nueva y fueron de tienda en tienda comprando más y más prendas. Hasta que llegaron a la definitiva donde estaban los trajes de fiesta.

   Las hermanas no sabían nada sobre la fiesta que su tía les tenía preparada, por eso Marie mintió un poco y les dijo que sería para alguna fiesta a la que fueran invitadas. El vestido de Violette era del mismo color que su nombre y el de Sarah era plateado. Ambos vestidos eran ceñidos al cuerpo y llegaban hasta los tobillos donde tenían un poco de cola.

   Mientras las tres mujeres salían de la última tienda y Konata cargaba con la mayoría de bolsas en sus manos apareció en su camino la señora Goncourt.

   Los señores Goncourt, matrimonio formado por Julie y Lucien, vivían muy cerca de Marie y habían coincidido varias veces en algunas reuniones sociales donde Julie y Marie habían compartido muchas experiencias de su pasado en Francia.

   Mientras Marie y Julie comenzaban una conversación, Violette no pudo evitar examinar con descaro al chico que acompañaba a la señora.

   Era un chico alto, aunque no mucho más que ella, también negro como parecían ser todos los empleados del servicio de los grandes señores, y tenía un torso y unos brazos musculados, aunque no demasiado. El joven vestía con una camiseta y unos pantalones blancos, a juego con los zapatos y mantenía todo el rato la cabeza gacha, llamando más la atención de Violette.

   En un momento de la conversación, Marie le presentó a Julie a sus dos sobrinas, y esta le plantó dos besos a cada una en un gesto efusivo que hizo sentir incómodas a las dos hermanas.

—¿Cómo estáis llevando el cambio? —preguntó Julie a las jóvenes refiriéndose al cambio de país, pero sin dejarles tiempo para responder, siguió su monólogo— Cuando yo llegué por primera vez aquí también me sentí abrumada, pero no os preocupéis, en seguida os acostumbráis, sobre todo si encontráis marido pronto.

   Violette dejó escapar una risa burlona, era la primera vez que reía desde hacía días y se sintió un poco extraña. Además, entendió por la mirada de su tía y el codazo de su hermana que había sido de mala educación.

   Su risa no pasó inadvertida para el joven que acompañaba a la señora Gouncourt que en seguida levantó su mirada del suelo, buscando con ansias el lugar exacto del que había salido aquella risa. Fue entonces cuando Violette pudo mirar su cara.

   El chico tenía una mandíbula ovalada que le daba un aspecto infantil aunque a juzgar por su apariencia tendría más de veinticinco. Sus labios gruesos estaban algo separados, dejando ver una perfecta fila de dientes blancos y su nariz era ancha y redonda pero con un puente perfectamente liso como si hubiera sido esculpida por el mejor escultor de París. Pero lo que más llamó la atención de Violette fueron sus ojos de color blanco. En esos ojos era imposible distinguir la pupila, todo era color blanco en ellos y el iris bailaba de un lado a otro sin posarse en ningún sitio concreto lo que la hizo deducir a Violette que era ciego.

—Como siempre Marie, ha sido un placer hablar contigo. Niñas, encantada de conocerlas, espero que nos veamos pronto —concluyó Julie con una sonrisa y se despidió de cada una con un abrazo— Sabouya, vamos que se nos hace tarde.

   Y de pronto Julie y Sabouya se perdieron entre la multitud de Abiyán. Pero Violette no pudo sacarse ese nombre de la cabeza «Sabouya, Sabouya, Sabouya». Le resultaba un nombre tan exótico como el chico de piel oscura y ojos claros que acaba de irse. Y desde ese momento Violette sintió todavía más curiosidad por él.

***

   Al llegar las hermanas subieron a sus habitaciones y Marie aprovechó la ocasión para comprobar con Orpheline que todo esta listo para esa noche. La comida que había preparado Ashanti con la ayuda de Sade estaba lista para ser servida esa noche y Thabo se había encargado de decorar con flores frescas todo el interior del salón y mientras Orpheline se había encargado de avisar a los invitados.

   Ahora Marie solo tenía que darles la noticia a sus sobrinas. Entró primero en la habitación de Violette que bufó por lo bajo ante las pocas ganas que tenía de una fiesta y mucho menos en su honor. Y luego entró en la habitación de Sarah que estaba preparándose un baño de agua caliente. La joven abrió la boca al oír que habría una fiesta y tuvo que reprimir un grito de alegría.

   Sobre las siete de la tarde comenzaron a llegar a la casa varios invitados, todos traían sus mejores galas y algún que otro regalo para las recién llegadas a las que aún no conocían.

   Marie, como buena anfitriona, dirigió a los invitados al salón y comenzó a charlar con ellos sobre temas triviales mientras daba tiempo a sus sobrinas a terminar de prepararse.

   Violette tenía su larga melena rubia recogida y se había puesto su vestido que tenía algo de escote, aunque ella tuviera un cuerpo algo escuálido y pensó que ese vestido solo le quedaría bien a una mujer con más curvas como Sade. Se puso unos zapatos negros de tacón y se dirigió a la habitación de su tía donde se encontraban las joyas que Marie no tuvo inconveniente en prestar.

   Al entrar en la habitación se encontró con su hermana intentando subirse la cremallera de su vestido plateado y con el pelo revuelto.

—¿¡Pero tú que te has hecho!? —exclamó Violette al cerrar la puerta.
—Necesito ayuda con el vestido, seguramente habrá muchos chicos guapos, no quiero parecer un adefesio, ayúdame —comenzó suplicando Sarah y Violette no pudo evitar reírse a carcajadas de la situación.
—Oh, señor... Esto no tiene arreglo, vas a tener que salir así o pedirle a la tía una peluca —dijo Violette haciendo movimientos dramáticos con sus brazos como si fuera una actriz de teatro.
—Vi, por favor, ayúdame...

   De los ojos de Sarah comenzaron a bajar dos lágrimas que llegaron hasta sus mejillas donde Violette, ahora seria, las limpió con sus pulgares. No se había dado cuenta de que su hermana se había convertido en una mujercita coqueta y presumida interesada en los chicos, algo que ella nunca tuvo la oportunidad de ser porque la muerte repentina de su madre la obligó a madurar demasiado deprisa. La imagen de su hermana tan preocupada la llenó de ternura y esta vez dibujó una sonrisa sin burla en sus labios y llevó a Sarah al tocador donde la ayudó con su vestido y tomó un cepillo para el pelo.

   Mientras Violette cepillaba el revuelto de pelo mojado lleno de nudos de su hermana, el salón se había llenado de todos los invitados que se esperaban para esa noche. Lo que significaba que pronto tendrían que bajar a presentarse y saludar a gente extraña con la que no quería hablar, la mayoría eran vecinos de la zona y Violette ya había visto como tratan sus vecinos a sus trabajadores, así que solo pensar en tener que saludarlos la llenaba de ira. Pero por alguna extraña razón, esperaba que se encontrara algún chico guapo que agradara a Sarah, para que su angustia no hubiera sido en vano. Y al pensar en eso, no pudo evitar pensar de nuevo en Sabouya, ese chico ciego que tanto interés le provocaba.

   Cuando el pelo de su hermana estuvo recogido, Violette se dirigió al cajón de las joyas y para ella eligió un collar dorado y para su hermana uno de perlas y le ayudó a colocárselo. En ese mismo momento Orpheline tocó la puerta y anunció que era el momento de bajar. Las hermanas asintieron y la encargada bajó las escaleras para avisar a Marie de que ya estaba todo listo.

   Marie, con su copa de champán en la mano, se situó delante de las escaleras y carraspeó antes de comenzar a hablar:

   «Señoras y señores, muchas gracias por haber asistido a mi casa esta noche para conocer a mis sobrinas recién llegadas desde París. Démosle la bienvenida que se merecen a Violette y Sarah Rivard».

   Y en ese momento comenzaron a bajar las escaleras las dos hermanas, una más emocionada y nerviosa que la otra, y la fiesta comenzó.

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