Ojos de marfil - Capítulo 3 [Blogs colaboradores]
La fiesta comenzó con un gran aplauso por parte de los invitados hacia las hermanas que compartieron una última mirada cómplice antes de terminar de bajar las escaleras. Inmediatamente después Marie comenzó con las presentaciones. Señores con trajes de gala acompañados de sus esposas vestidas y peinadas igualmente para la ocasión y todos con acento francés.
A medida que Sarah y Violette saludaban a más y más invitados, estos fueron entrando de nuevo al salón que tenía una gran mesa de madera cubierta por un mantel blanco impoluto en el que Orpheline había colocado los platos, las copas y los cubiertos con sumo detalle.
Finalmente estuvieron todos sentados a la mesa, Marie la presidía y sus sobrinas la acompañaban, una a cada lado, Violette a su derecha y Sarah a su izquierda, quedando las hermanas una frente a la otra. Los invitados hablaban entre ellos, sin duda alguna murmuraban sobre las chicas, pero en cuanto aparecieron Orpheline y Sade por la puerta todos callaron para recibir su plato de la cena. Aún así la sensación de tener mil ojos encima no desapareció para ninguna de las hermanas que continuaban mirándose ansiosas.
Para ellas esta era su primera fiesta social, no habían tenido nunca ninguna, nunca habían disfrutado de un estatus social como ese y mucho menos habían sido objeto de tantas miradas y cotilleos. Pero intentaron calmar sus nervios con la copa de vino que tenían delante de ellas y luego con la sabrosa carne que había preparado Ashanti.
Pero solo unos minutos más tarde de que la cena empezara, se oyó una risa estruendosa en toda la sala y todos miraron hacia el hombre del que provenían semejantes carcajadas, era el señor Lionel Courtois. El señor Courtois tenía alrededor de cincuenta años, vestía con un traje de chaqueta negro y había dejado su sombrero de tres picos en la entrada. Reía con la mano apoyada en el estómago, ya sin fuerzas para que su risa sonara tan escandalosa como antes y poco a poco se relajó hasta que miró fijamente al hombre que tenía delante con el semblante serio, era Lucien Gouncourt.
—¿Lo decís en serio? ¿Tenéis a vuestro servicio a un negro ciego? —preguntaba incrédulo el mayor, todavía con un tono de burla en la voz— ¿Para qué diantres os sirve eso?
—Eso es nuestro mejor jardinero y chef y le tenemos un gran cariño a él y a su hermana —respondió dolido el señor Gouncourt mientras tomaba de la mano a Julie que parecía querer abalanzarse sobre ese hombre y clavarle el tenedor en un ojo.
—¿Le tenéis cariño a un esclavo? ¡Eso sí que no me lo esperaba! —exclamó exaltado el otro mientras también provocaba algunas risas tímidas entre el resto de invitados.
—¡Sí! —se defendió Lucien levantándose de su asiento—. Al contrario que otros yo no necesito esclavizar a nuestros empleados para asegurarme que hagan bien su trabajo —sentenció con el rostro encendido de rabia dirigiéndose tanto al hombre que tenía delante como al resto del salón— Yo no soy un esclavista, odio a las personas que usan la fuerza y la violencia hasta el punto de dejar ciego a un muchacho de una paliza —el señor Goncourt terminó su discurso dirigiéndose a la puerta, acompañado por Julie que lo seguía de cerca.
Violette siguió al matrimonio con la mirada y entonces, en el marco de la puerta, pudo ver a Sabouya cabizbajo. No había duda de que habían estado discutiendo sobre él. Él era el muchacho al que habían dejado ciego de una paliza, por lo que Violette supuso que antes de estar al servicio de los señores Gouncourt, recientemente declarados en contra de la esclavitud, estuvo al servicio de otra u otras personas. Personas que lo dejaron ciego. De pronto Violette sintió una presión en el pecho y miró a su tía que tenía los codos sobre la mesa, las manos entrelazadas y la cabeza apoyada ligeramente en ellas, como si estuviera rezando.
—Tía, tenemos que hacer algo —dijo Violette sacando a su tía de sus pensamientos—. Una oración no basta, necesitamos hacer algo —suplicó la joven con los ojos vidriosos y su tía levantó al fin el rostro hacia sus invitados.
—Fuera —dijo casi en un susurro mientras erguía su cuerpo— ¡¡Os quiero a todos fuera de mi casa en este mismo instante!! —exclamó Marie usando todo el aire que le quedaba en sus pulmones y poniéndose de pie. Los invitados la miraron y se quedaron perplejos— Todos los que estáis aquí os habéis mofado de los señores Gouncourt por no tener esclavos y por tenerle aprecio a sus empleados, pues bien, yo tampoco tengo esclavos y aborrezco a los que sí, no sé ni porqué me molesté en invitarlos, largaos.
Los señores fueron abandonando el salón, murmuraban entre ellos de nuevo y algunos se atrevían a exclamar algún improperio o amenaza a Marie. Pero esta hizo oídos sordos y solo respondió con una mirada desafiante.
De pronto solo quedaron tres parejas en el salón: Aaron y Vénus Romilly, Lancelot y Maeve Tremble y Nestor y Soleil Villeneuve.
Los seis se quedaron mirando mutuamente por unos segundos y luego miraron todos a Marie, pero ninguno se atrevió a hablar hasta que aparecieron de nuevo por la misma puerta por la que habían salido los señores Gouncourt. Julie tenía el rostro compungido, se notaba que había estado llorando y a pesar de que Violette no sentía una gran simpatía por ella, sintió lástima al verla así.
—Lucien, Julie por favor acepten mis disculpas —comenzó hablando Marie mucho más relajada al ver que todos, o casi todos, habían salido de su casa y que su amiga Julie había vuelto a entrar.
—No tienes nada de qué disculparte querida —explicó Julie con una sonrisa sincera—. Son esos bestias los que nos deben una disculpa a ambas. Anda, ven —Julie estiró los brazos y Marie fue a su encuentro, fundiéndose en un abrazo.
—Sabouya —dijo Marie dirigiéndose al joven ciego que estaba delante de ella— siento que hayas tenido que presenciar todo esto —Marie estiró una mano al rostro del muchacho y acarició su mejilla con el pulgar, él parecía no estar acostumbrado al contacto físico y se sorprendió un poco, pero le sonrió a Marie.
—Está bien señora Lemaire —contestó Sabouya provocando sudores fríos en Violette— no ha sido nada.
Violette dejó escapar un suspiro, era la primera vez que escuchaba la voz de ese chico tan misterioso y su acento tan marcado al hablar el francés la hizo temblar por dentro. Ahora le resultaba terriblemente más atractivo y se sorprendió a sí misma teniendo pensamientos que jamás había tenido por un chico, pues, a pesar de sus veintitrés años, nunca había pasado de unos besos y unas caricias con su primer y único novio hacía muchos años atrás.
«Contrólate Violette, él ni siquiera sabe que existes» fue lo que necesitó pensar la joven para dirigir su atención de nuevo a su tía, que estaba delante de las tres misteriosas parejas.
—Nosotros también estamos en contra de la esclavitud —comenzó hablando Nestor Villeneuve, refiriéndose solo a su mujer y a él.
—Y nosotros —secundaron al unísono Aaron Romilly y Lancelot Tremble.
Nestor era un hombre pelirrojo de aproximadamente la edad de Marie, su mujer Soleil tenía los cabellos rubios, más rubios que Violette o Marie, y sus ojos eran tan azules como los de su marido. Ambos tenían un porte regio, de grandes señores, aunque por sus ropas no lo parecía. Ella no llevaba un vestido de gala como el resto de mujeres que habían sido invitadas sino una falda de tubo color rosa pastel y una chaqueta del mismo color con tres botones a la cintura que realzaban su pecho abundante. Y él un pantalón y chaqueta de color azul con una camiseta blanca y unos mocasines negros. Además, el apellido Villeneuve era muy común, lo que no daba ningún indicio de que tuvieran demasiado dinero, más bien de que habían recibido una buena educación.
Al contrario, los Romilly era un matrimonio muy conocido en todo Abiyán. Aaron trabajaba en la creciente industria del petróleo y su mujer Vénus venía de una familia rica del sur de Francia. Ambos tenían el pelo oscuro y los ojos marrones, Aaron le sacaba tres cabezas a su esposa que llevaba el pelo ondulado y recogido en un moño alto y un vestido granate con un poco de vuelo en la cintura, sus zapatos de pico y tacón de aguja iban a juego con el vestido y de su cuello colgaba un gran diamante. Eso hizo sospechar a Marie que sabía que las minas de diamantes eran explotadas por esclavos, ¿cómo podría estar en contra de algo que luego luce al cuello?
—Es de imitación —se limitó a contestar ella sin que Marie llegara a formular la pregunta en voz alta. Su acento era claramente sureño, no había duda y resultaba muy exótico.
Finalmente el matrimonio Lancelot y Maeve Tremble, que estaban más al fondo, decidieron acercarse. Maeve tenía el cabello cobrizo recogido en una trenza y por la cara le caían dos mechones ondulados, su traje era de piedras verdes que brillaban con la tenue luz del salón, haciendo resaltar su pálida piel y su color de pelo. Su marido tenía el cabello castaño, con algunas canas incipientes en las sienes y vestía con un traje y zapatos negros pero una pajarita del mismo tono verdoso del vestido de su mujer. Los Tremble hacía poco que habían llegado a Costa de Marfil y su casa se encontraba no muy lejos de la de Marie, solo habían sido invitados por eso, pero apenas eran conocidos aún en la sociedad.
Mientras todos comenzaban una conversación acalorada sobre la esclavitud y cómo abolirla, Violette notó que su hermana había salido al jardín y pudo ver a través de las ventanas que se encontraba hablando con Thabo y por el otro lado, Sabouya estaba bajando las escaleras hacia la cocina. Así que decidió seguirlo mientras Marie conducía a los señores Gouncourt, Villeneuve, Ramilly y Tremble hacia el otro salón de la casa, donde en vez de estar la gigantesca mesa de comedor, hay una biblioteca y unos confortables sillones de color marrón.
Por las escaleras Violette escuchó un ruido seguido de una maldición que venía del piso de abajo. Aceleró su paso y se encontró con Sabouya levantándose del suelo.
—¿Estás bien? —preguntó en seguida la rubia que bajaba los escalones que la separaban de Sabouya de dos en dos.
—Sí, sí —respondió él algo alterado— solo me tropecé con mi propio pie, ¿no es ridículo? —la joven rió aliviada y Sabouya frunció el ceño —Espera... ¿tú, tú eres Violette? —preguntó sorprendido el joven que había reconocido la risa de la muchacha.
—Sí —respondió ella realmente sorprendida y emocionada— ¿Cómo lo has sabido?
—Perdóneme señorita, no debí tutearla, espero que no se haya ofendido... Yo este... bueno... he reconocido su risa de la última vez que nos vimos.
—¿Cuando la señora Gouncourt me dijo que se me haría más fácil mi estancia aquí si me buscaba un marido? —rió de nuevo Violette provocando un efecto contagioso en Sabouya.
—Sí, de esa vez... desde que estoy ciego he afinado el oído —dijo él señalándose la oreja.
—Entiendo —respondió ella mientras aprovechaba la oportunidad para examinar más de cerca sus ojos, eran una esfera blanquecina pero esta vez pudo distinguir el color negro de la pupila—. Y por favor, no me vuelvas a llamar de usted, tengo más o menos tu edad y allá en París vivía en una casa del tamaño de esta cocina. Llámame simplemente Violette —la respuesta de la chica destensó los hombros de Sabouya quien dibujó una sonrisa en sus labios y terminó por adentrarse en la cocina sin dificultad.
—Bueno Violette, ¿puedo pedirte un favor? —la pregunta la pilló por sorpresa y lo miró con ternura.
—Claro, adelante —respondió ella.
—Verás, es que... los señores comen primero y luego el servicio y bueno, con todo lo que pasó, pues... yo... —A Sabouya se le atragantaron las palabras de la vergüenza y de no ser por su tez oscura, Violette juraría que habría visto rubor en sus mejillas.
—En realidad yo también tengo hambre —confesó Violette— pero parece que nuestra cocinera y el resto del servicio ya han cenado y se han marchado a sus habitaciones cuando mi tía despidió a todo el mundo.
—Sí, siento mucho que pasara eso.
—No es tu culpa.
—Hablaban de mí.
—Sigue sin ser tu culpa —sentenció ella mientras servía dos platos en la mesa.
La comida aun estaba caliente dentro del caldero así que solo hizo falta volver a abrirlo y sacar unos pedazos de carne que Violette ya había probado pero no se había terminado. El olor volvió a abrirle el apetito, tapó de nuevo el caldero y cogió la primera botella de vino sin descorchar que encontró, sirvió dos copas y las lleno del líquido tinto.
Los primeros minutos sentados a la mesa el uno frente al otro los pasaron en silencio. Sabouya devoraba su plato con ansias mientras Violette le miraba. Rellenó varias veces las copas con el vino y se levantó para preparar el segundo plato, un hojaldre relleno de verduras y queso, jamás había probado algo tan rico y cuando se llevó un poco a la boca no pudo evitar soltar un gemido que provocó la risa descontrolada de Sabouya.
—¿Tan bueno está? —preguntó mientras apartaba el plato vacío de carne y se acercaba el hojaldre.
—Es la primera vez que pruebo algo así —se disculpó ella sonrojada y vio como él probaba el hojaldre y se preparaba para su veredicto.
—A mí me sale mejor —comentó riendo, y Violette recordó que en la cena de antes, Lucien había dicho que Sabouya era su mejor jardinero y su mejor chef.
—Entonces tendrás que invitarme a cenar otro día —comentó Violette— pero algo cocinado por ti —el chico volvió a tensarse y disminuyó la velocidad a la que masticaba— ¿pasa algo?
—No creo que sea buena idea... Aunque antes no lo fueras, ahora eres una señorita, de familia rica, tu tía tiene una buena reputación y salir a cenar conmigo lo estropearía todo para ti —dijo Sabouya dando por finalizada la cena.
—No te creas tan importante —replicó en tono de burla Violette— no pasaría nada si mi tía, mi hermana y yo vamos a casa de tus señores a comer, al fin y al cabo, Julie y mi tía son buenas amigas, ¿no? —la cara del chico se arrugó, como si lo que acabara de escuchar no le terminara de convencer pero no quiso ser maleducado, volvió a acercar su plato y sonrió.
—Hecho, ¿te gusta lo picante?
—¡Me encanta! —mintió Violette terminando su hojaldre.
Después de la cena los jóvenes salieron por la puertecita de la cocina que lleva a una parte más escondida del jardín donde está el huerto. Violette estaba fascinada viendo como, solo con el olor, Sabouya era capaz de distinguir todas las plantas aromáticas que se encontraba.
Siguieron caminando en línea recta y dejaron atrás el huerto, aunque todavía seguían dentro de la propiedad de Marie. Caminaron varios metros hasta casi llegar a la carretera y entonces decidieron parar y sentarse en el césped que Thabo mantenía perfectamente cortado. Thabo.
Violette pensó en él y en su hermana y se dio cuenta que los había perdido de vista desde que decidió bajar a la cocina siguiendo a Sabouya y se había puesto a cenar con él. Rezó porque hubieran entrado ya a la casa y porque cada uno estuviera en su habitación. Sarah solo tenía dieciséis, no estaría desaprobaría su relación con el jardinero, pero tampoco lo vería correcto siendo ella tan joven.
—¿En qué piensas? —preguntó Sabouya acercando intencionadamente su mano a la de Violette.
—Nada importante, ¿y tú? —respondió dejando que Sabouya atrapara sus dedos en los suyos.
—Pienso en que ha sido una gran noche, ¿no crees? Bueno, no lo había sido hasta que me tropecé y te acercaste a preguntarme si estaba bien.
—Creo que has bebido mucho vino —respondió Violette entre risas— pero sí ha sido una noche perfecta.
Sabouya terminó acostándose sobre su espalda, con una mano bajo la cabeza y la otra agarrando con cariño la mano de la chica con quien se lo estaba pasando tan bien y Violette hizo lo mismo a su lado.
—¿Crees que lograrán algo? —preguntó Violette.
—¿Quiénes?
—Mi tía, tus señores, el resto de personas que hay dentro de la casa... Han pasado horas y siguen ahí, ¿qué estará pasando?
—No, no creo que logren nada, son siete personas intentando acabar con algo que se practica en todo el país por miles de personas, no lo lograrán.
Sabouya seguía con la misma postura de antes, pero Violette se había girado para mirarle mejor. Admiraba su perfil, era tremendamente bello, una pena que su rostro reflejara también mucha tristeza e inseguridad. Era un muchacho atractivo y con buen corazón, daba igual si era el jardinero y ella la sobrina de la señora Lemaire.
Ahora que conocía a Sabouya, que había hablado con él y compartido una noche tan agradable, y que sabía que para él esa noche también había sido perfecta, sus ilusiones y su deseo habían crecido. Ese muchacho la iba a volver loca. Apretó más su mano y acarició su dorso con el pulgar a lo que él respondió con el mismo gesto y ella cerró los ojos para dejarse dormir.
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