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El sacrificio de Leona - Capítulo 3 [Blogs colaboradores]



   Muriel se quedó mirando la pantalla de su teléfono móvil unos segundos antes de decidir qué iba a hacer. La policía ya la creía sospechosa, no solo había encontrado ella el cadáver de Leona sino que había actuado de una manera algo distante y extraña delante del policía que la interrogó. Si acudía ahora a comisaría con ese mensaje podrían pensar que esa fue su oportunidad para cometer el crimen y le entró pánico de que pudieran pensar algo así.

   Y luego estaba Dougan, podía contárselo a él, pero no quería involucrarlo en nada de eso. Sobre todo si lo habían mandado a Arklow ese día a cubrir la noticia de la muerte de Leona, si se lo dijera, una parte de él querría salir con la cámara para grabarlo todo y tener la exclusiva y Muriel se negaba a que eso ocurriera. Quería a su marido y quería que tuviera éxito como periodista de investigación, pero no a costa de convertir la muerte de su amiga en un circo mediático. Ya era suficiente con la prensa local que especulaban por televisión y por radio acerca de quién podría ser el asesino o asesina, sin importarles a quien pisotearan.

   Decidida, Muriel se levantó de la cama, abrió el armario y se vistió con su ropa deportiva habitual. En ese momento entró Dougan a la habitación.

—¿Vas a salir? —preguntó él algo desconcertado.
—Sí... yo... he estado durmiendo todo el día y ahora no tengo sueño, además, necesito que me dé el aire fresco. ¿Lo entiendes, verdad?
—Claro, pero puedo ir contigo si quieres, ¿a dónde te gustaría ir?
—Dougan... necesito estar sola por un rato. Te llamaré si necesito algo, ¿vale? 

   Muriel cogió su teléfono móvil y las llaves del coche y condujo hasta Arklow. La repentina adrenalina que le recorría todo su cuerpo la mantenía en un estado de alerta. Hacer algo así era impropio de ella, sabía que corría peligro yendo sola al lugar donde supuestamente encontraría una pista sobre el asesinato de Leona y tenía miedo. Pero a la vez había algo que la empujaba a hacerlo, de lo contrario, simplemente habría llamado a la policía para que ellos se encargaran de investigar.


   La mañana del día anterior Muriel y Leona habían salido a dar un paseo desde la mansión hasta una carretera algo solitaria donde apenas pasan coches o personas, en total unos tres kilómetros. Pero el mensaje de Leona no especificaba qué lugar exacto de todos por los que habían pasado era en el que se encontraba, así que se dirigió a esa carretera solitaria, dejó el coche aparcado fuera de la calzada y comenzó a caminar rehaciendo el camino a la inversa.

   El frío de la noche le vino bien para despejarse y el caminar la tranquilizó un poco, ya que en el coche había estado muy nerviosa. Mientras caminaba intentando esquivar los cientos de envoltorios de caramelos que había en la carretera se fijó en una casa que llamó su atención. Estaba a tan solo unas calles de la mansión, de hecho ya había recorrido casi al completo el mismo paseo que había hecho con Leona, y no había encontrado nada. Pero al ver esa casa recordó algo importante y caminó hacia ella.

   Lo que había recordado es que Leona le había pedido que le sacara una fotografía con esa casa de fondo. En aquel momento no supo qué tenía de especial, pero hizo la fotografía igualmente. Y ahora pensaba que quizás, sí que tenía un significado para ella. 

   Se acercó a la puerta, pero no se le ocurrió llamar, solo quería ver de cerca la rarísima inscripción celta que estaba tallada en madera y atornillada sobre la puerta. Muriel no tenía claro de qué se trataba, quizás era una tradición que desconocía o algo que la gente supersticiosa hace, como colocar herraduras de caballo para atraer a la buena suerte. 

   Tanto a la izquierda como a la derecha habían dos grandes ventanas, pero la izquierda estaba cerrada, así que se acercó al otro lado para intentar espiar. Con la poca luz del interior logró ver una mesa en la que había varios objetos extraños encima: una calavera, varios candelabros y unas cuantas cosas más que no supo identificar por su silueta. Y al fondo pudo ver un atril con un libro enorme abierto por la mitad sobre él y reflejos de luz en los cristales de varios cuadros que estaban colgados por todo el salón. 

   Quizás a la luz del día aquello era todo inofensivo, incluso ridículo, porque podría tratarse de la decoración de Halloween de alguien inocente. Pero no estaba convencida y quiso averiguar más. Se acercó por el otro lateral de la ventana para observar el resto de la habitación y al hacerlo tiró unas calabazas que estaban por fuera de la casa y que chocaron con varias latas de refrescos vacías.

   A Muriel se le heló la sangre de miedo y corrió a esconderse detrás de uno de los coches que estaban aparcados en la calle. El ruido no había sido para tanto, quizás nadie lo escuchara o quizás la persona que lo escuchara y saliera a ver qué había pasado pensara que se trataba de un gato callejero que había ido a comerse lo que quedaba de las calabazas. Pero aún así, a Muriel le sudaban las manos, el corazón le iba a mil por hora y le temblaban las rodillas. A lo mejor no había sido tan buena idea hacer de detective, pensó, y de pronto sintió una mano sobre su boca.

   Fue como si todo se quedara en silencio y se paralizara. El hombre que le tapaba la boca para que no gritara la levantó del suelo agarrándola contra su cuerpo y golpeó la puerta de esa extraña casa. Abrió la puerta un chico moreno de ojos azules que se quedó boquiabierto a ver a su amigo con una desconocida. Al entrar Muriel pudo ver que eran varios, unos seis o siete, los que se encontraban dentro en ese momento y el chico que la había capturado la soltó en ese momento y se colocó delante de la puerta para que no pudiera escapar. 

   Ella hizo varias preguntas que alertaron a los demás que bajaron de sus habitaciones, pero nadie dijo nada, nadie respondió a sus preguntas ni ellos hicieron ninguna. Llevaron a Muriel al sótano donde la ataron a una silla y la amordazaron. No le preguntaron quien era, ni siquiera comprobaron sus bolsillos para ver si llevaba un arma, cerraron la puerta con llave tras de sí y la dejaron sola y a oscuras.

—¿Y ahora qué hacemos con ella? —preguntó una chica de pelo castaño y ojos negros como la noche.
—Tranquilízate, Ciara. Haremos lo que tenemos que hacer, lo llamaremos y él se encargará —respondió un joven atlético de piel pálida, rubio y ojos verdes.
—¿Y si es una poli? ¿lo has pensado? —increpó Ciara de nuevo.
—Tu hermano dice que venía sola.
—Sí, ya, ¿y ahora nos fiamos de él?

   Desde el sótano Muriel solo podía distinguir que estaban discutiendo por los gritos de Ciara, pero no lograba entender ninguna palabra, era imposible saber qué estaba pasando y qué iban a hacer con ella.

   De pronto se hizo el silencio, había llegado Ríaghan, el líder de todos aquellos chicos. Ríaghan los había acogido a todos cuando habían quedado huérfanos o habían sido expulsados de casa o nunca habían tenido un hogar. En total trece chicos y chicas de diferentes edades a los que Ríaghan había manipulado mentalmente para convertirlos en él. Y la verdad es que era muy fácil. Estos chicos tan necesitados de cariño y afecto solo buscaban la aprobación del adulto para sentirse bien y la única forma de conseguir eso era obedeciendo, poco a poco las órdenes se convirtieron en algo normal de cada día y quedaron totalmente bajo el control de su “padre”.

—¿Dónde está la chica? —preguntó Ríaghan al entrar en tono autoritario.
—En el sótano —contestó Aodhan, el chico que había discutido con Ciara.

   El hombre bajó los escalones y se encontró con la joven diseñadora maniatada. 

—Muy bien muchacha, te haré unas preguntas —comenzó diciendo Ríaghan y encendió la luz— y si no las respondes acabarás muerta. Asiente si lo entiendes —Muriel asintió y Ríaghan se acercó para quitarle la tela de la boca.
—¿Quién es usted? —preguntó Muriel.
—Las preguntas las hago yo. ¿Quién eres y qué haces aquí?
—Solo soy una buena amiga de Leona Ní Dhochartaigh —respondió ella altiva.

   Muriel tenía sus sospechas, pero el rostro desencajado de Ríaghan se las confirmó. El lugar parecía una secta satánica. Había dibujos e imágenes diabólicos por todo el sótano y, obviamente, por como la habían tratado y la amenaza de matarla, eran personas peligrosas, ¿pero qué relación podría guardar Leona, una chica de diecisiete años, con un sitio como este?

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