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El sacrificio de Leona - Capítulo 2 [Blogs colaboradores]




   Muriel estaba de pie, con una manta gris por encima de sus hombros que la mantenía caliente, viendo cómo llegaba la policía y empezaba a sacar fotos de todo. Parecía que estaba dentro de un capítulo de alguna serie de detectives que tanto le gustaban, salvo que esta vez su amiga era la víctima.

   La policía la había interrogado brevemente para confirmar que había sido ella quien descubrió el cadáver y ahora estaban dentro con los padres. Desde fuera, Muriel podía escuchar perfectamente los sollozos de Áine, esa pobre mujer fría como un témpano que parecía que nada lograba perturbarla y que ahora lloraba desconsolada.

   Una mujer de pelo cano con un traje de pantalón y chaqueta se acercó al cadáver y se arrodilló frente a él. Sacó una pequeña linterna de su maletín y empezó a describir lo que veía a los que estaban a su alrededor. Muriel no podía escuchar nada de lo que esa mujer decía desde su posición, aunque no le hubiese gustado hacerlo. No quería saber los detalles de cómo había muerto su amiga, solo quién y por qué.

   Unos minutos después, la mujer se levantó y asintió con la cabeza a la pregunta que un hombre, que estaba a su derecha, formuló. El hombre, con la ayuda de otros, levantó el cadáver, lo pasó a una camilla y lo cubrió para trasladarlo a la ambulancia que estaba aparcada justo delante de Muriel. En el momento en el que pasaban por su lado, llegó un policía para interrogarla.


—Entremos —dijo él en un tono compasivo y Muriel le siguió hacia el interior de la casa.

   Al entrar vio a Áine y a Seamus abrazados y se fijó en que era la primera muestra de afecto que había visto en el matrimonio desde que los conocía. Y al otro lado de la habitación, fumando un cigarrillo, estaba Connor que le lanzó una mirada de odio a Muriel que ella no supo entender.

—¿Le parece bien si entramos y nos sentamos? —preguntó el agente señalando el despacho de Seamus  Dochartaigh.
—Está bien —respondió Muriel y entraron.

   El despacho tenía unas estanterías enormes en cada pared y había más libros en el suelo y sobre una larga mesa que llenaba la estancia. En un rincón había un pequeño sofá que se podía abrir para convertirse en cama y un pequeño mueble con cuatro cajones donde Seamus guardaba sus cosas personales. El policía se dirigió hacia el confortable sofá y allí se sentaron.

   El hombre comenzó haciendo algunas preguntas del tipo “¿qué relación guardaba con la víctima?” o “¿cómo encontró el cadáver?” y Muriel respondió calmada, pero con la mirada fija en sus manos o en algún punto de la habitación que no fuera el policía. Ella sabía que eso la haría ver como sospechosa porque parecía que ocultaba algo, pero en realidad solo intentaba no pensar en el cuerpo sin vida de Leona tirado en el jardín e intentaba desesperadamente huir mentalmente de esa situación.

   No fue hasta las tres y cuarto de la mañana cuando Muriel por fin pudo salir de ese despacho. Aún seguían algunos invitados respondiendo a las preguntas de los policías, también el servicio de limpieza, del catering, cualquiera que trabajara en la casa esa noche y, por supuesto, la familia.

—¿Ya me puedo marchar? —preguntó Muriel confundida al policía que la había interrogado.
—Sí, claro. Ya la llamaremos si tenemos más preguntas —respondió él y Muriel asintió.

   Antes de irse la joven recogió su bolso y la ropa que había llevado durante el día antes de ponerse el vestido... el vestido que había diseñado pensando en Leona. Luego salió por una de las puertas laterales para evitar llamar la atención y se dirigió a su coche.

—¿¡Tú sabes algo!? —preguntó Connor asaltándola por sorpresa y atrapándola entre su cuerpo y el coche—Mi hermana te lo contaba todo, erais inseparables y esta tarde pasasteis mucho tiempo juntas, ¿a donde fuisteis? —preguntó insistente Connor mientras agarraba a Muriel por el brazo para que no escapara.
—Solo fuimos a dar una vuelta, eso es todo. No me contó nada, te lo juro —Muriel intentaba apartar a Connor que seguía presionándola contra el coche con violencia—. Connor, me estás haciendo daño, suéltame —suplicó ella antes de que el joven se viniera abajo y comenzara a llorar.

   Muriel se frotó el brazo donde Connor la había sujetado y permaneció de pie, esperando a que el chico se calmara para hablar con él. Pero Connor, avergonzado, se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a su casa. Su reacción había sido violenta, pero en parte, comprensible y Muriel se metió en su coche sintiendo muchísima lástima por él.

   Dentro de la casa todavía quedaban invitados, agotados, que querían irse a su casa. Y los señores  Dochartaigh que habían subido a sus habitaciones para descansar, aunque nadie podría dormir esa noche. La luz de la habitación de Leona estaba encendida, en ella seguían algunos policías tomando fotos, recogiendo posibles pruebas como su diario y su ordenador y buscando su teléfono móvil, que no había sido hallado en la escena del crimen ni en ningún otro lugar de la casa, ni tampoco estaba en posesión de ninguno de los invitados de esa noche.

   El trayecto de vuelta a casa se hizo largo, Muriel no había llamado para avisar de que llegaba tarde y seguro que Dougan estaría preocupado, pero no tuvo fuerzas para coger su teléfono y avisarle porque estaba demasiado cansada y afectada para tener que explicar lo sucedido por teléfono.

   Al llegar a casa tuvo cuidado de no hacer ruido al abrir la puerta y al cerrarla. Se quitó los zapatos que dejó a un lado del pasillo y caminó hasta la inmensa cocina donde a Dougan le gustaba preparar la comida. Se tomó un calmante con un vaso de agua y fue hasta su dormitorio, pero Dougan no estaba.

   Muriel volvió sobre sus pasos e inspeccionó el salón donde encontró una nota sobre la mesita. La nota decía que le habían llamado de madrugada para cubrir una noticia, Dougan era reportero, y la había estado llamando pero como no respondía tuvo que salir.

   Muriel dejó la nota donde estaba y se fue a dormir. En parte estaba aliviada de que su marido no estuviera en casa, seguía en un estado que no era capaz de definir, seguramente se tratara del shock. Y, de haber estado Dougan en casa, no habría tenido las fuerzas necesarias para explicarle todo, como se vio obligada a hacer con el policía.

   A las cinco de la tarde la despertó el teléfono de su casa. Tenía uno en el salón y otro en su mesa de noche y alargó el brazo para alcanzar el aparato y respondió a la llamada.

—¿Si?
—¡¡Muriel!! ¡Dios mío, estaba preocupado! ¿qué ha pasado?
—¿Dougan? ¿dónde estás?
—Estoy en Arklow, ¿leíste la nota que te dejé? ¿has escuchado mis mensajes? —Muriel se sobresaltó al escuchar el nombre de esa ciudad y se incorporó de la cama.
—Sí, leí tu nota, pero no he escuchado tus mensajes, me tomé un calmante y he estado durmiendo.
—Muriel... tu amiga... lo siento mucho. Me llamaron para venir aquí pero no supe que se trataba de ellos hasta que llegué, pregunté por ti y me dijeron que te habías marchado, pero no respondías mis llamadas.
—Sí, lo sé. Lo sé. ¿Cuándo volverás a casa?
—Estoy en camino, dame una media hora.
—Está bien, no tardes.

   Antes de que Dougan pudiera decir algo más Muriel colgó el teléfono y fue directa al baño. Tomó una ducha de agua caliente y fue entonces cuando comenzó a sentirse peor, se le hizo un nudo en la garganta y empezó a llorar.

   Cuando Dougan llegó a su casa se encontró con Muriel recostada en el sofá con el rostro hinchado. Se apresuró en llegar hasta su lado y la contuvo contra su pecho, abrazándola sin decir ni una sola palabra hasta que anocheció.

   Cuando Muriel se tranquilizó se levantaron del sofá y ella empezó a recoger su bolso y sus zapatos que había dejado tirados esa mañana al volver a casa. Los fue a llevar a su habitación y de su bolso sacó su teléfono móvil que se había apagado por falta de batería y por eso no había recibido las llamadas ni los mensajes desesperados de Dougan hasta esa tarde cuando la llamó a casa. Probablemente, pensó ella, se hubiera apagado durante la fiesta.

   Lo dejó enchufado a la corriente y volvió con Dougan. Apenas probó la cena, se tomó una pastilla para el dolor de cabeza y volvió a la cama mientras Dougan lo recogía todo.

   Al acostarse encendió su teléfono móvil para ver sus mensajes. Como suponía la mayoría eran de Dougan, también esperaba encontrar alguno de su jefe o de su madre, pero encontró otro que la dejó helada.

31 octubre. 23:37 p.m.
Leona Ní Dhochartaigh:
Muriel, estás en la fiesta? Sal de ahí y ven a donde fuimos esta mañana, está pasando algo raro.

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